8 de junio de 2025

El coro de la vida

El coro de la vida 





Después de semanas de combates, por fin, Oleksiyivka estaba libre de los invasores.  Otro trocito de Ucrania que retornaba y encajaba como una pieza del puzle en todo uno. Una pieza, un pueblo, donde antes vivían en paz sus cinco mil habitantes. Otrora preciosos jardines y parques ahora eran troncos quemados, saliendo de la destrozada tierra en garras negras y torcidas, señalando al cielo azul y libre, por poco tiempo, de los drones.
          Los soldados ucranianos con extrema precaución registraban las ruinas de cientos de casas; de vez en cuando tropezaban con los cadáveres de vacas, caballos… hinchados y a punto de reventar… Ni siquiera las alimañas se atrevían a disfrutar de la comida fácil. A los rusos les encantaba disparar a cualquier ser viviente solo por diversión.
          Lo más extraño es que en el aire no había ningún sonido, solo el crujir de las piedras y cascotes que pisaban los soldados. Después de tres años de guerra todavía les encogía este silencio raro, neutro… Es como si la misma existencia se ha quedado quieta sin saber qué hacer: huir al otro lugar, más pacífico, o, brotar con el riesgo de que mañana o dentro de una semana, la muerte volverá a adueñarse de todo…
           El coro de la vida había enmudecido…
           Sin embargo, el silencio también significaba que el pueblo estaba liberado del todo… Los cadáveres de ocupantes, dejados atrás en la retirada, esperaban la misericordia de los liberadores… Sin merecerla.
            De repente, una voz profunda, ligeramente ronca, se elevó al cielo… La siguieron otras… Las voces cansadas de los soldados, hombres, padres de familia, estudiantes que pusieron sus vidas en un aparte, empezaron a cantar:
 

Aún no han muerto ni la gloria, ni la libertad de Ucrania,

Aún a nosotros, hermanos compatriotas, nos sonreirá la fortuna.

Se desvanecerán nuestros enemigos, como el rocío bajo el sol.

Gobernaremos nosotros, hermanos, en nuestra propia tierra.

 

Coro: 

El alma y el cuerpo sacrificaremos por nuestra libertad,

Y mostraremos que nosotros, hermanos, somos de la estirpe cosaca.

 

         La armonía y la belleza han roto el silencio. Ni siquiera importaba el mañana; igual algunos de ellos ni siquiera vivían una hora más… No importaba. Este pequeño trozo de tierra de sus antepasados merecía purificarse… Donde se cantaba el himno de Ucrania era la tierra libre y abierta a la esperanza y la vida…
 




 

                                                                  08/06/2025, Gijón

© La Pluma del Este


3 de junio de 2025

Vacaciones de ensueño

Vacaciones de ensueño 



 


¡Vacaciones!
¡Va-ca-cio-nes!
¡¡Vacaciones!!
Por fin, Julia iba a tener unas vacaciones de ensueño. Y lo mejor de todo, que no le costarían ni un euro. El viaje a una isla paradisíaca era un premio que le había tocado al hacer un chequeo médico anual. (Es de lo más extraño, ¿verdad?)
         No podía creer en su suerte. Ella, tan normal y que nunca, jamás de los jamases había ganado nada, ahora era una afortunada de una estancia a todo lujo en un hotel-spa de cinco estrellas con los tratamientos de belleza, masajes y dietas adelgazantes incluidos. Justo lo que ella necesitaba. (Bajar unos kilitos le vendrían de maravilla.)
      Un coche negro vino a buscarla. El chofer, con mucha galantería, le abrió la puerta y le ofreció una copa de champán. En el aeropuerto, sin necesidad de hacer cola con el resto de los pasajeros, pasó como un viajero VIP y de ahí, a la cabina de primera clase. Más champán y comida de gourmet la dejaron muy pero muy relajada. Observó el resto de los pasajeros y, charlando con algunos, se enteró de que todos eran los ganadores de un viaje. El mismo viaje que ella. Y todos hicieron el chequeo anual. «¡Qué coincidencia más extraña!»
       En algún momento abrió los ojos y vio que la cabina estaba a oscuras y se oía algún que otro ronquido. Los pasajeros dormían. Miró su reloj; en su muñeca había una pulsera roja. No la tenía antes. Quiso mirar su móvil, no lo encontró… Alguien le puso algo en la cara y Julia se durmió…
       La sacudida del aterrizaje despertó a los pasajeros. Cuando salieron del avión, vieron las hileras de palmeras y exóticas flores. El aire cargado de olor al mar le dijo a Julia que ya estaban en la isla. Aún un poco aturdida por el viaje y una extraña somnolencia, Julia se fijó en que todos los viajeros llevaban las pulseras, pero de distintos colores. Seguro que era lo mismo que en viajes con “todo incluido”. Así que no le pareció nada extraño. Unos hombres, en monos blancos, los separaron en grupos por colores y los subieron a las furgonetas.
      Ya llevaba en el hotel varios días… ¿O semanas? Había perdido la noción del tiempo. No le importaba. En su casa nadie la esperaba, no tenía familia, ni siquiera una mascota, y, además, disfrutaba de lo lindo de la lujosa suite donde se hospedaba, de la exquisita comida y de los tratamientos corporales. Le encantaban los paseos por la playa en el ocaso y la salvaje belleza de aquel rincón maravilloso del mundo. Sin relojes, teléfonos, sin televisión, Lucía estaba feliz, muy feliz y… Y con una sensación extraña que no sabría identificar…
      Los trabajadores no tenían contacto con los huéspedes. Eran como sombras y se dedicaban a hacerles la vida de lo más cómoda posible. Cuando Julia quería informarse de cuánto tiempo más iba a durar su estancia, solo le sonreían y continuaban con sus labores. Sin embargo, algo seguía incomodándola. Nada podía ser tan perfecto y durar para siempre… gratis.
        Poco a poco, las personas con las que Julia había viajado y con las que entabló una amistad, iban faltando a los desayunos, comidas, cenas y actividades. Otras nuevas llegaban. Julia seguía sin saber a quién preguntar sobre el final de sus vacaciones.
      —Señora Julia, soy la directora del resort. Me han dicho que usted estaba preocupada y molesta por algo. —Una mujer alta y que nunca había visto antes, vestida con un mono blanco, interrumpió el paseo de Julia.
        —¡Por fin! Llevo días preguntando por algún responsable de todo esto. Me gustaría volver a casa. Yo quería unas vacaciones, pero no vivir eternamente en ellas.
    —Ah, señora Julia. Esa es la cuestión. Estas sí son las vacaciones eternas. Nadie sale de aquí… vivo.
          La brisa perfumada de la isla se llevó el grito de Julia hacia el incesante oleaje del mar teñido de oro por el sol del ocaso…

                   

               




02/06/2025, Gijón

                    © La Pluma del Este


26 de mayo de 2025

Por fin en sasa

Por fin en casa 



 
Cuando entré por la puerta de mi nueva casa, otra nueva casa, ella me miró y se fue arriba. Cuando mi nueva mamá me llevó a mi habitación, vi que también era la de ella. Mi nueva hermana estaba en su cama con unos cascos y mirando el teléfono. Esta vez pasó de mí. Dejé mi mochila en la otra cama, la mía, y bajé a merendar. Ella se quedó en la habitación.
          Al volver, vi que una línea de tiza en el suelo partía la habitación por la mitad. Me quedé en mi mitad. Le di un “buenas noches”. No me contestó. Me despertó un sonido. Era ella. Estaba llorando, muy bajito. Pero yo la oía. Yo también me puse a llorar. Pero por dentro.
          Cuando desperté por la mañana, ella ya no estaba. En mi mesita había una muñeca Barbie y una nota. Leí: «Bienvenida». Abracé a la Barbie y lloré… Pero en voz alta.





                                                                    24/05/2025, Gijón

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14 de mayo de 2025

Perfume, problemas y muerte asegurada

Perfume, problemas 
y muerte asegurada 



El manto de la noche cubría las desiertas calles. Las farolas perdían su luz en la emboriada oscuridad. Abrí la ventana de mi despacho. Me asomé. Encendí un cigarrillo… Solté una nube de humo… Llevaba unos días su cumbido a la galbana. Estaba jodido… Muy jodido. Sin un mísero caso que resolver, mi cartera tenía más agujeros que las dianas de un campo de tiro. No tenía ni para pagarme una cena decente…
      El humo de tabaco ascendía en el aire, mezclándose con el olor de las chimeneas, de gasolina y solo Dios sabe de qué más… Abajo, en el tugurio de enfrente, se oían las risas estridentes de mujeres y los gritos de borrachos. Los acordes de jazz apenas se notaban en aquel local de mala fama. Di una profunda calada al cigarrillo y lo tiré. Observé cómo el punto rojo caía en la negrura. Un instante después, unos faros alumbraron la sucia calle y despertaron a un borracho, tirado en medio. El tipo apenas pudo rodar hacia un lado para no ser aplastado por un Bentley negro.
    ¿Un cochazo así y en esta calle de mala muerte? ¿Quién podría ser? Se paró en mi entrada. Salió el conductor, un tipo grandote, y abrió la puerta del pasajero. Antes de cerrar la ventana, solo pude atisbar una pierna larga en una media negra de rejilla y un zapato rojo de tacón, posándose en la mugrienta acera. Era de una mujer, sin duda alguna…
    Después de un par de golpes, la puerta de mi despacho casi saltó de los goznes. Un negro enorme, embutido en un traje hecho a medida, repasó toda la habitación y, con un gruñido, salió. Entró ella…
     Mil cosas pasaron por mi cabeza, obliterando todos los pensamientos lógicos de un hombre y, para más inri, de un detective. Era la mujer más impresionante que yo había visto nunca. No solo por su cara, el pelo o el cuerpo, no. Toda ella exudaba la sensualidad y el poder. El poder de una mujer que sabe que lo tiene y que sabe que lo puede usar a su antojo. 
    —¿Detective, Smith? Necesito de sus servicios y, por supuesto, exijo la discreción. —Su voz ligeramente ronca me hizo cosquillas… 
    —Siéntese, por favor. ¿Una copa? ¿No? Entonces me serviré una, estoy sitibundo. ¿De qué se trata? 
     —Me han informado de usted. Creo que es el hombre que busco. Necesito a alguien que no le tema a nada ni a nadie. Ni siquiera a las sombras de esta maldita ciudad. Y este es usted.
    No podía apartar la mirada de sus labios de un rojo sangre. Yo bebía de estos labios cada palabra que pronunciaban… Con dificultad pude asimilar que ella tenía un caso para mí… Un asesinato… Un robo… Una traición… Y una reliquia familiar desaparecida… Le pregunté si sospechaba de alguien.
   —Luisa Tolvaj, mi ex asistente. Es muy inteligente, aunque antes la llamaban “Babieca”. Es peligrosa y conoce muchos trucos. No debía haber confiado en ella, pero una es débil… Aquí tiene su fotografía. Lo dejo en sus manos… Ah, empiece por el club “Copablanca”, es ahí donde la conocí…
   Repasé mis apuntes y, por supuesto, acepté el caso. A estas alturas, yo ya estaba metido hasta las gónadas. Seguir al lado de ella y respirar el mismo aire me bastaba. Aunque…
   —Señora, voy a necesitar un adelanto. Mis honorarios...
   —Descuide. Aquí tiene un cheque. Si necesita algo más, hable con Patrick, mi chofer y… guardaespaldas. Adiós, señor Smith. Espero noticias suyas. Pronto… Y se fue… Dejando en el aire su perfume y el olor a un millón de problemas que acabo de aceptar. ¿Quién era esta mujer? ¿Y por qué tengo la sensación de que no saldré vivo de esto?
  




13/05/2025, Gijón

© La Pluma del Este

 

Nota de autor:
emboriado - neblinoso
galbana - pereza, desidia
sitibundo - sediento
obliterar - anular, tachar, borrar, obstruir los conductos
babieca - persona floja y boba


 


8 de mayo de 2025

Café en buena compañía

 Café en buena compañía



Ella tiene todo bajo control. Su pelo, veteado de gris, recogido en un moño y las gafas de pasta le dan un aire de descuidada elegancia. Con amor y esmero ordena las infinitas estanterías por los géneros literarios y por los nombres de los autores. Camina con pasos silenciosos en una suave cadencia que solo ella es capaz de interpretar.
        Cada viernes, a las seis en punto, él se acerca al mostrador para devolver un libro y recoger uno nuevo. Es alto y delgado, con un sombrero de ala que no esconde los ojos de color whisky. Los ojos que adquieren un brillo socarrón al ver a la bibliotecaria. Las frases: «¿Qué le ha parecido?». «Este tiene buenas críticas». «Este tiene un final feliz» —es lo único que se atreve a pronunciar. Aun así, ella ya conoce sus gustos y guarda los libros para él.
        Un día, él le dejará una nota dentro de uno: «¿Qué tal un café en buena compañía?». Ella, tímida y con las cicatrices en su corazón, ignorará esta nota y otras muchas más. Pero él no se dará por vencido. Hasta que un día ella leerá: «Cómo duele reconocer que mi compañía no es tan buena. No la molestaré más». Ella, asustada, al entregarle un libro, lo rozará con las puntas de los dedos y, mirándole a los ojos, le dirá: «Hice bollos de canela riquísimos. Serán perfectos para acompañar el café…».
 


 

                                                                                                                   07/05/2025, Gijón

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7 de mayo de 2025

Haiku N.14

 HAIKU Nº 14



Así te quiero...
Mojando mis labios en
La felicidad.




07/05/2025, Gijón
© La Pluma del Este

2 de mayo de 2025

La luz de la esperanza

La luz de la esperanza 



 

       —Que Dios te proteja y te devuelva sano y salvo. —Con estas palabras y un prolongado beso, Elisa se despidió de Abel, su prometido. Se mantuvo firme, sin demostrar la congoja que le estrujaba el corazón, pero por dentro rogaba al mar que no cobrara la vida de su amado, como a otros tantos, a cambio de la preciada pesca.
        Sin embargo, la barca de Abel no regresó ni aquel día, ni al siguiente… Pasó una semana… Pasó otra… Y otra más… Abel no volvía. La desesperación de Elisa iba en aumento igual que su barriga… Cada anochecer subía al promontorio desde el cual divisaba el mar hasta el lejano horizonte, ahí donde este se unía con el cielo en una finísima franja añil. Encendía un fanal que, con su resplandor, marcaba el camino a casa.
     Los del pueblo ya cuchicheaban a sus espaldas y sus padres la querían enviar con una prima lejana para «cubrir las vergüenzas» de su desdichada hija. Pero ella se negaba rotundamente. Debía estar ahí cuando Abel regrese.
    Las semanas dieron paso a los meses. El verano cedió su lugar al otoño y Elisa cada noche subía a la atalaya llevando el farol. Su padre, resignado, le construyó un refugio… Ahí, protegida de las embestidas de viento y lluvia, mantenía la llama viva de su fanal y de su esperanza. “Él volverá, seguro… Solo que está perdido… Y yo tengo que guiarlo a casa”. Repetía una y otra vez… Al principio, como la contestación a sus padres y vecinos, después como una consigna…
   En las puertas del invierno nació su hijo, Deene. Pobre muchacha, con la mente ida, no podía criar al bebé y sus padres lo entregaron a una buena familia. Ya eran mayores y con cuidar de su desdichada y demente hija era más que suficiente.
   Pasaban los años. Los viejos del pueblo iban ocupando las tumbas del cementerio; también los padres de Elisa. Y ella ya vestía canas sobre sus andrajosos y desgastados ropajes. Algunos niños se reían de la pobre «loca del farol», pero los del pueblo no la molestaban y le llevaban la comida y alguna que otra prenda de abrigo. Para la mayoría, Elisa era un ser extraño, ya que no comprendían su obstinado amor y su inútil esperanza. Ella no ha sido la única que había perdido a alguien en el mar. La vida de pescadores era así: corta e imprevista.
     Una noche, a mediados de agosto, el farol en el promontorio se apagó… Los vecinos, sorprendidos, subieron para ver qué pasaba… El lugar estaba desierto. El viejo farol, hecho trizas. De Elisa, ni rastro. Igual, la pobre, se volvió loca del todo y se tiró por el acantilado. Y qué raro que no lo había hecho antes…
   Un tiempo después, algunos pescadores contaron que vieron entre las olas del mar a una pareja joven, que bailaba encima del agua, y aseguraban que eran Eliza y Abel, por fin reencontrados después de tantos años de espera…
         
 

                                                                                 02/05/2025, Gijón

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25 de abril de 2025

Un amor imposible

 Un amor imposible


Él la ama. Han llegado a este lugar casi al mismo tiempo. Años de contemplación han hecho que él memorice cada detalle de su rostro, de su cuerpo; cada pliegue de su efímero ropaje que con delicadeza enmarca su bello cuerpo. En el ocaso, el sol poco a poco se va perdiendo entre los tejados y con los últimos y rebeldes rayos alumbra el cuerpo de su amada en oro con destellos de fuego. En estos momentos es cuando ella se ve más bella y vibrante que nunca.
        Su amor es correspondido. Ella también lo ama. Desde siempre… Ama su cuerpo de un gran luchador que la protege de las inclemencias del tiempo en el gélido invierno; del sol abrazador en verano; de las lluvias y del despiadado viento del norte. Ella conoce cada rasgo de su inmutable cara. Lo ve envejecer y no le importa. Ellos son los únicos en este mundo. Están hechos el uno para el otro. Sin embargo, aunque se miran con amor, están condenados a no tocarse jamás.
        Ambos fueron tallados por la mano de un artista que insufló sus almas a la fría y perfecta piedra, dos estatuas en la fachada de un majestuoso y antiguo edificio: el hombre, un guerrero helenio, y la mujer, vestida en una túnica y con su largo cabello recogido bajo una diadema. Pero la historia de su amor imposible llega a su final, ya que pronto, en este lugar, se erguirá una mole de hormigón y cristal, y los dos amantes de piedra, por fin, se unirán, convertidos en trozos y polvo del mármol blanco.

 

 

24/04/2025, Gijón

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24 de abril de 2025

La mujer del café

 La mujer del café



Como cada noche de domingo, ella entra en el Automat. El café es grande, decorado en estilo de Art Decó, con detalles dorados y mucha luz que se desprende de las hileras de las lámparas del techo. La mujer podría buscar un rincón donde tomar un café sin que nadie viera su soledad; sin embargo, ella elige la mesa muy iluminada y cerca de la ventana. A la vista de todos. Como en un escaparate. Como un desafío. ¿Está esperando a alguien? ¿Viene en busca de los recuerdos? Nadie lo sabe, ya que no habla con nadie.
       Cada domingo a la misma hora ella está aquí, con su taza de café. Quita un guante y sus dedos delicados sienten el calor de la porcelana. El otro guante queda puesto. Igual que el abrigo. Es como si no quisiera quedarse mucho rato. Solo unos minutos, para tomar su café e irse… Pero estos minutos le pertenecen a ella. Cuando se va, su reflejo todavía sigue congelado en el cristal.
 

 


23/04/2025, Gijón

La Pluma del Este


18 de abril de 2025

No seas Narciso

 

No seas Narciso



I

 

 

Narciso se mira en el espejo de agua.
        Encontró un lugar tranquilo, el remanso de un lago, donde el agua es la más limpia, donde no hay ni plantas ni peces; donde no hay nada que perturbe su imagen perfecta. Con la punta de los dedos se toca su cara, los labios, se regala una sonrisa de un enamorado, se tira un beso, suelta su magnífica melena… No hay nadie más bello en el mundo. De repente el agua se ondula y el reflejo de Narciso se vuelve borroso.
        —¡Pero bueno! ¡¿Quién osa molestarme?! ¡Márchate! ¡Serás…! — Estas eran las últimas palabras antes de que un enorme cocodrilo arrastrara a Narciso en las profundidades…
 

 

II

 

 

Narciso se mira en el espejo de estaño pulido.

        Le costó una fortuna, pero no pudo resistirse: se veía como una criatura celestial. Iba al mercader de espejos tan solo para ver su hermoso reflejo. Y, cuando por fin tuvo uno en posesión, lo colocó en su alcoba, donde horas y horas contemplaba y adoraba a uno mismo. Cuando el estaño se opacaba, mandaba a pulirlo o compraba otro espejo. Los años pasaban y Narciso envejecía. Ya era un anciano desdentado y mal nutrido, pero aun así se veía más bello que nunca. Se murió solo…
 

 

III

 

 

Narciso se mira en el espejo de cristal.

     De vez en cuando echa su propio vapor y con una manga limpia la superficie. «¡Qué guapo soy! Nunca se ha visto un ser tan apuesto; con esta piel inmaculada, con los dientes como perlas, con estos ojos que enamoran y la cabellera tan frondosa. ¡Y la osamenta de un guerrero! Por donde voy, me adoran. Soy un arcángel. ¡No! Soy el Dios».
      Gracias al espejo, Narciso pudo ver a su asesino cuando este le clavaba un puñal en la espalda y las gotas de sangre salpicaban de rojo su perfecto reflejo…
 

 

IV

 

 

Narciso se mira en el espejo que ahora es una pantalla del móvil.
        Y no de un móvil cualquiera, sino de un iPhone 16 Pro Max. Hace decenas de selfis a diario: en el gimnasio, en su coche, en la playa, comiendo, bebiendo, bailando… Y todos sus viajes están documentadísimos. Narciso vive por y para sus seguidores. Espera por los “me gusta” y “corazones” como alguien que espera por un amor. Son los que le dan la vida. Gasta dinero en las campañas de publicidad para conseguir más y más fans. Su teléfono tiene varias aplicaciones de filtros para parecerse más guapo, más joven y más perfecto todavía. Un día, lo reconoce un grupo de fans. Sin embargo, no le piden hacerse una foto con ellos… Como antes. La frase: «Jolín, cómo ha envejecido. No se parece al de las fotos» —lo deja temblando. Se mira en el teléfono apagado. La negra y fría pantalla le devuelve una imagen. Y se ve a uno mismo como es en realidad. Y no le gusta…

 





                                                                                      16/04/2025, Gijón

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15 de abril de 2025

Bajo el cerezo

Bajo el cerezo



      
  Los pétalos de las flores de cerezo se posaban en su pelo, su cara, su cuello… Con el transcurrir de las horas, el vestido blanco de novia ya no era blanco, sino veteado en rosa. La brisa movía la hierba, un tapiz verde esmeralda, salpicado por el amarillo de los dientes del león, que enmarcaba su cuerpo. Él no podía apartar los ojos de aquel magnífico cuadro.
        La mañana había dado paso a la tarde, y precisamente ahora, en el ocaso, el espectáculo era todavía más impresionante. El sol inclinado bañaba el cuerpo de la mujer en oro… Él hizo una infinidad de fotos. Recargó la cámara tres veces. Las tarjetas de memoria, como los más preciados tesoros, estaban ocultas en el bolsillo interior, pegadas a su sudorosa piel…
        «Vete ya, no seas tan avaricioso. Ya tienes bastante…», se repetía una y otra vez en su cabeza. Pero quería embeberse con cada célula de su ser, con cada neurona de su cerebro en aquella belleza sublime. Era su mejor obra de arte. Le llevó casi toda la vida llegar a este momento. Era su gran oportunidad de dejar un legado antes de que…
        Poco a poco la oscuridad iba ocultando el paisaje, a los cerezos en flor, a la mujer; a la mancha de un rojo marrón que ensuciaba la impoluta blancura de su vestido… Y al puñal clavado en su pecho… El último rayo del sol se reflejó en la hoja de acero… El asesino, por fin, tuvo su gráfica recompensa…






                                                                              13/04/2025, Gijón

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14 de abril de 2025

Luna de abril

 Luna de abril

 

 

        Anochecía… La luna poco a poco se adueñaba del cielo. Titilantes estrellas, diminutos farolillos, se encendían en la inmensidad del cosmos. La brisa fresca de abril jugaba con las llamas de la fogata… El olor de los naranjos en flor y de la hierbabuena cubría el campamento. Los romaníes, reunidos alrededor del fuego, esperaban que sucediera algo. El silencio lleno de magia estaba a punto de romperse…
        El acorde de una guitarra rasgó la quietud y una melodía se expandió por el valle. Alguien echó más leña al fuego y una miríada de chispas se elevó en el aire. Y, como por un encantamiento, apareció ella… la cautivadora Rada. Empezó a bailar con mucha delicadeza, como si le costara cada movimiento cimbreante de sus caderas, de sus manos, de su cuello…
        La música sonaba cada vez más y más rápido. La joven cíngara, inmersa en aquel vertiginoso baile, giraba, giraba y giraba… Su falda floreada tenía vida propia: subía, bajaba, se arremolinaba alrededor de su cuerpo, enseñaba los esbeltos tobillos adornados con las tobilleras de plata.
        La guitarra cantó su última nota y la mujer paró… El sudor brillaba en su piel. Con un gesto lleno de sensualidad, apartó el cabello azabache de su cara… Y la noche vio su belleza. Los ojos de un verde intenso miraron alrededor como si buscaran a alguien… Con anhelo… Con la desesperación contenida… Sin encontrarlo… Un halo de decepción y tristeza los llenó de lágrimas.
        La romaní hizo una señal a un grupo de hombres y estos sacaron del fuego un montón de brazas y con los rastrillos las esparcieron por la tierra. La guitarra volvió a sonar. La siguieron las decenas de palmadas, marcando el ritmo. La mujer se subió la falda y, con decisión, pisó las brasas ardientes. Y volvió a bailar. Esta vez era diferente. Es como si algún espíritu salvaje la poseyera y la protegiera de quemarse viva. Este baile era un éxtasis puro… Las palmas, los gritos, el canto de las mujeres y hombres, las panderetas, las campanillas… Un vórtice de pasión se apoderó de los presentes… La bailarina de fuego paró… Respiraba con agitación… El sudor brillaba en su cuello. El collar se posó en sus pechos con un suave tintineo. Dio un paso hacia la oscuridad… Después el otro…
        Las cortinas de la noche se abrieron y un hombre salió a la luz de la lumbre. El fuego se reflejó en su ávida mirada, llena de añoranza. Estiró sus manos hacia la mujer… Rada sonrió y se echó en sus brazos.
        —Tardaste —dijo con voz de susurro.
        La noche volvió a cerrar sus cortinas detrás de los enamorados… La brisa con olor a las flores de naranjos y a hierbabuena poco a poco apagó la fogata… Los romaníes se retiraron a sus carromatos… La luna cómplice se escondió entre las nubes para que los amantes tuvieran la intimidad…
 

 


                                                                        13/04/2025, Gijón

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7 de abril de 2025

«Mi caaaaasa»

 «Mi caaaaasa»

La frase épica de un ser extraterrestre


El ruido de butacas y voces me ha sacado de mi duermevela. Las repentinas luces se me clavaron en los ojos. Por fin había acabado mi suplicio.
—¡Woow! ¡Qué trabajos más excelsos! Entre todos los cortos, el del “Apartamento” es el que más me gustó. El concepto es absolutamente subversivo y antagonista. A pesar de que es en blanco y negro, la gama de los obscuros transmite la desesperación y la cruda realidad de la vida proletaria. ¿Te das cuenta? ¡Se grabó en el año sesenta y ocho y, sin embargo, es muy contemporáneo! La lucha contra el sistema anquilosado y cómo este acaba con el individuo… La desesperanza y el acatamiento reducidos a una lista interminable de nombres cincelados en la pared… Uff. ¡Una auténtica obra de arte! Me dará mucho que pensar… ¿Qué te ha parecido? ¿Repetimos?… No te veo convencido…
La cara de mi ligue cambió del éxtasis supremo a la desconfianza suspicaz. No quise mentirle y crearle las falsas expectativas:
—¿Qué quieres que te diga? Me dormí justo cuando apareció el tío con la gallina. Lo demás está cubierto por un tupido velo. Para la próxima, elijo yo la película. Una de Marvel o un buen thriller con un asesino en serie. Nunca vi una peli más rara. No tiene ningún sentido. Un tío lúgubre y su piso más lúgubre aún. Bufff, me dio hasta un repelús. Imagina vivir así, en una casa que te quiere matar… Es surrealista. —Me despaché a gusto. No sé si me dolieron más los diez euros de las entradas o la imposibilidad de poder seguir con mis planes de “conquista”. Por la cara que ella puso, la cita había acabado y sin posibilidad de repetir.
Después de un «adiós» seco y un «ya hablamos», terminé quedando con los colegas en el pub cercano.
Unas cuantas rondas después, llegué a casa. Pasé de ducharme. Me tiré en la cama. La cabeza me daba vueltas. Intenté poner un pie en el suelo (según Manolo, ayuda a quitar el mareo), pero casi me pego un trompazo con la esquina de la mesita. Cerré los ojos…
Me despertó el sonido del microondas. No me acordaba de haberlo encendido. Me levanté. Busqué la lámpara de la mesita. No la encontré. Mi mano agarró el cable y tiró de él. Al fondo del pasillo sonó una campanilla. Volví a tirar y volvió a sonar. Busqué mi móvil. Estaba apagado. Lo intenté encender… Nada. Seguro que se quedó sin la batería.
Recorrí la pared hasta encontrar la llave de luz. La encendí. Vi a la lámpara de tres brazos flotando sobre mi cama… del revés, empujándose con los cables pelados como si fuera un calamar… Cerré los ojos. Definitivamente, seguía borracho.
Quise levantarme, pero la cama, como las arenas movedizas, me empezó a arrastrar hacia dentro. El cabecero me salvó de ser engullido… Como pude, salí al pasillo. La lámpara me seguía. El pasillo se hizo interminable… Según caminaba, los cuadros cobraban vida: me salpicó el mar embravecido, unas gaviotas salieron volando hacia el salón; la ventisca de nieve me dejó helado y el suelo se volvió resbaladizo… Empecé a caer… Y caer… Miré abajo y vi la boca abierta de la lavadora. Dentro, una negrura infinita. Intenté agarrarme por el aplique, pero este me mordió… Grité de dolor y me solté… La lámpara seguía mis pasos… Detrás de ella, los libros y demás chucherías, en bandada como pájaros… La lavadora me tragó…
No sé cuánto tiempo estuve “viajando” … Sobrevolé un campo de calcetines, que se mecía en un oleaje multicolor. ¡Ahí es donde terminan todos! ¡Lo sabía!
La caída terminó conmigo flotando en mi cocina. Debajo, en la mesa, mis tres perros jugaban al póquer. Lúa, la chihuahua, con sus dientes mellados, sostenía un enorme hueso como si fuera un cigarro cubano… Esta imagen me recordó algo que he visto en otra parte… En el medio de la mesa había un enorme plato de pechugas de pollo… El aire me dejó de sostener y me caí justo encima. Las pechugas salieron volando y los perros me atacaron… Empecé a correr…
Llegué a la puerta de entrada. Estaba cerrada con llave. Llaves, llaves… Ah, en el cajón. Lo abrí… El cajón se estiró como un chicle… Tiré y tiré… Me quedé enredado… No podía moverme… El chicle se convirtió en la boa constrictor. ¡Odio a las serpientes! ¡¡Ayudaaaaaaa!! ¡Dios! ¡¡¡Que alguien me ayude!!!
Me desperté en mi cama peleando con la manta. ¡Uff, joder! Ha sido un sueño. Encendí la lámpara de la mesita. El móvil marcaba las cuatro de la mañana. Madre mía, vaya sueñecito. Ni de coña volveré a un festival de esas pelis raras. Seguiré durmiendo…
 Cuando levanté la mirada al techo, me vi a mí mismo como en un espejo… Siendo engullido por una enorme anaconda…

 









                                                                                  07/04/2025, Gijón

© La Pluma del Este

31 de marzo de 2025

El escriba de la corte

El escriba de la corte 


       

En el reino de Beríca, en la corte del rey Vatara, había un escriba llamado Vinicio.
     Era un muchacho agradable, respetuoso, ávido por el saber y con un gran talento para dibujar lo que veían sus ojos. Procedía de una familia humilde, pero gracias al trabajo y sacrificio, Vinicio entró en la escribanía, llegando a ser el ayudante del consejero real.
    En los escasos ratos libres, el muchacho iba a los jardines del palacio, donde en un rincón, oculto a las miradas, leía, escribía y dibujaba… Una hermosa ave de plumas verdes y rojas lo observaba desde una rama del cerezo cercano. Si un extraño viera la escena, le daría la impresión de que el pájaro estaba conmovido por el talento natural del muchacho y el amor que ponía en sus obras, pintadas o escritas.
    Un día, en pleno verano, al volver de un largo viaje, Vinicio, por fin, pudo escabullirse a su rincón secreto. Al acercarse, vio que lo ocupaba una doncella desconocida.
     —¡Cof!… ¡Cof!… Hola… Disculpe, creo que usted no debería estar aquí, sola. Este es un lugar privado… Mío…
     —Ah, ¿sí? ¿Y quién eres tú para tener un “lugar privado”? Este jardín, el castillo y todo lo que ves es “mi lugar”. Anda, déjame tranquila. Y ni se te ocurra decir a nadie que me has visto aquí. ¡No me mires embobado! ¡Vete! —Y así es como Vinicio conoció a la bella Yariel.
    El escriba entró en las cocinas del palacio hecho un basilisco. ¿Quién era aquella maleducada y arrogante muchacha? Nunca la había visto en la corte. Si no, recordaría su pelo color noche, los labios cual pétalos de rosas, la piel cremosa y los ojos, los pozos de agua esmeralda…
    —¿Y eso? Parece que te llevan mil demonios, muchacho. Benditos los ojos que te ven, hijo. Come un trozo del pastel. —Doña Gabriela, la cocinera, le guiñó el ojo. —Mastica… Toma la cerveza… Por si no te enteraste, tenemos a una duquesita en el palacio. Es la sobrina del rey. Dicen que es huérfana y ha vivido en un monasterio… Ya veo… La acabas de conocer. ¿Verdad que es una muchacha muy linda y educada? Algo mandona. En tres semanas revolvió el palacio y los alrededores. Cuando vio que teníamos las cacerolas viejas, encargó un montón de ellas al calderero. Mira cómo brillan. Da gusto cocinar en ellas. Y todos los días desayuna aquí. Aunque no es apropiado. Pero cualquiera le llevará la contraria.
    La cocinera seguía poniéndolo al día, pero Vinicio en su cabeza trazaba el plan de cómo recuperar su rincón secreto. Igual algún paje por unas monedas le avisaría sobre los movimientos de la “duquesita”.
    Así fue. Cuando Yariel salía del palacio, él iba a su lugar secreto y dibujaba con más ganas que nunca. Pero solo los retratos… ¿Adivináis de quién?… También escribía poesía… Muy romántica…
     Vinicio no sospechaba, pero la causante de sus “desdichas” hizo lo mismo que él: encargó a una doncella vigilar al “creído escribiente”.
      Este juego duró casi dos lunas, hasta que un día, el escriba, con las prisas, dejó olvidado un dibujo: el retrato de Yariel. No se sabe con certeza de quién dio el primer paso, pero los jóvenes se reconciliaron. Empezaron a pasear, leer, dibujar, recitar poesía y planear su vida juntos… Pobres, inocentes. Una noble de sangre real y un escriba, por más respetable que fuera, no tenían un futuro juntos. El rey Vatara lo dejó claro:
      —Sobrina, quiero tu felicidad. Pero mi deber es para con el reino. Voy a cumplir con la palabra dada. Desde los diez años estás comprometida con el príncipe Flodah de Rafaelia. Dentro de tres lunas cumples los dieciocho y te desposarás con él… Olvídate del escriba. Por el bien de todos.
   Yariel lloró, imploró, amenazó con matarse… Su tutor fue inflexible. Rafaelia era un reino con el que no convenía enemistarse.
       Cuando Vinicio se enteró de todo, pidió a su amada escapar. Con el dinero ahorrado y con sus conocimientos, tendrían una vida modesta, pero juntos. Zarparían en un barco hacia tierras lejanas donde nadie los conocía. Yariel lo aceptó…
    Sin embargo, esta misma noche, el rey, con la excusa de la recogida de los tributos, mandó a Vinicio, rodeado de aguaciles, a la fortaleza más lejana. Todo ha sido tan rápido que el muchacho no pudo avisar a su amada.
      Yariel se desesperaba… Acaba de conocer a su futuro marido y lo odió al instante. Era bajito y rechoncho, con el pelo grasiento aplastado y con un bigote justo en el medio de su cetrina cara. Con una voz chillona daba las órdenes como si fuera el dueño del reino. Y de ella misma. Nada le gustaba, nada le parecía bien a aquel mequetrefe. La muchacha estaba asustada.  Se creía abandonada por su amado. Se sentía desgraciada y sola… Muy sola…
     El lugar secreto del jardín otoñal había perdido su belleza. Las hojas marchitas cubrían el suelo. Las flores mustias eran perfectas para una muerta. Hace tiempo, Yariel había hurtado un frasquito de dedalera al médico real, como si supiera que le haría falta… Lo apuró…
      Los estandartes del castillo, bajados a la mitad, y el silencio han dicho a Vinicio que algo malo estaba pasando. La boda real se celebrará en dos días. Él escapó de sus guardianes y cabalgó sin parar para evitarla. Huirían esa misma noche.
    Nada más verlo, la cocinera enseguida lo arrastró por el pasillo hacia las habitaciones reales. Vinicio veía a las doncellas compungidas, a los guardias cabizbajos… Un oscuro presentimiento se apoderó de él…
     —¿Qué sucede? ¿Le pasó algo al rey?
     —Tssss, habla bajo. Es Yariel. No quería casarse y se quiso matar. Con tan mala suerte, (que dioses me perdonen), que, pobrecita ella, quedó postrada. Ni viva ni muerta… Por aquí pasaron curanderos y medicuchos y nadie pudo curarla. Lleva así cinco días. El príncipe «comosellame» se ha largado echando sapos por la boca. Se asustó por si era alguna brujería o la magia negra. Menos mal. El rey está destrozado… Se culpa por todo… Igual si ella siente que estás aquí, mejorará… Hemos llegado, pasa…
       Al entrar en la habitación oscura, el olor, dulce y repugnante, dio de lleno en su nariz. Había un delgado cuerpo en la enorme cama… Yariel… Apenas respiraba… Tenía las manos traslúcidas, la tez grisácea, los labios agrietados… Vinicio cayó de rodillas. La tocó, la abrazó, lloró… Después abrió las ventanas para sacar aquel olor nauseabundo de la muerte… Empezó a rezar…
      El día sucumbió a la noche; vino otro día y otra noche más… El muchacho lloraba, imploraba, se culpaba a sí mismo… Al cuarto amanecer, por la ventana entró un ave con el plumaje verde y rojo y en un instante tomó la forma femenina…
     —Saludos, Vinicio. Soy la diosa Masacu. No tenemos tiempo. Ella se muere… Tengo el permiso de los Supremos para inmiscuirme. No puedo hacer nada por ella, pero lo puedes hacer tú.
        —Haré lo que me pidas… ¿Qué debo hacer?
      —Soy la diosa de los dones: los doy y los quito. Te ofrezco el don de la curación que te servirá, pero solo por esta vez. A cambio te quitaré el don de plasmar la belleza. Para siempre. ¿Lo aceptas?
        —Sí… Sálvala, te lo ruego…
     Más tarde, cuando las doncellas entraron, en la habitación no había nadie. En el suelo, un par de plumas verdes…
        Nadie supo qué había pasado con Vinicio y Yariel. Aunque se rumoreaba que una pareja joven zarpó en el barco que iba al lejano reino de Anapse. ¿Eran nuestros enamorados? ¿Quién sabe? Ojalá sean felices, estén donde estén.



 

    

       25/03/2025, Gijón

© La Pluma del Este


20 de marzo de 2025

Frase Nº4




"El agua va llevando mi incertidumbre
como los pétalos caídos de las flores..."




 


20/03/2025, Gijón

© La Pluma del Este

"El Rata"

"El Rata" 



“El Rata” era el gobernante en la sombra de Anapse, el país otrora maravilloso, pero desde hace seis lustros, abocado a la decadencia.
       Los presidentes cambiaban, pero él seguía enraizado en su escritorio. Ninguno quería sustituirlo. Él era tan imprescindible como el ministerio de la Extorsión. Él nunca tenía un «es absurdo» por respuesta. Si hacía falta crear alguna ley, por más ilógica que fuera y pasar por encima de la otra, se hacía y punto. En su lúgubre despacho colgaba una frase enmarcada: 


Hay que dar al pueblo lo que no necesita 

para quitarle cualquier iniciativa de valerse por sí mismo”.


      “El Rata” estaba trabajando en su nueva idea: cobrar a los ciudadanos por respirar. El escollo que seguía persistiendo era el cómo quitar el aire a los que no pagaban.


     

 


 

19/03/2025, Gijón

© La Pluma del Este

 


17 de marzo de 2025

Mi vecina de arriba

 Mi vecina de arriba




He matado a la vecina del quinto…
     Todo empezó con el fallecimiento de la señora Alpidia, la viuda del señor Hilarino. Vivían en el quinto piso. Su única hija residía en el extranjero, así que puso el piso en alquiler. 
     Los vecinos de la escalera, todos propietarios, estábamos en ascuas por saber si la gente nueva y ajena al espíritu del portal iba a romper nuestro statu quo.
  Los que inauguraron el primer alquiler eran cuatro trabajadores ucranianos que vinieron a la parada de la fábrica metalúrgica de la zona. Todos pensábamos que armarían jaleo por la fama que tienen los hombres del este. Nuestra sorpresa era mayúscula. En su piso reinaba el absoluto silencio. Gente agradable; saludaban al coincidir en el ascensor. Iban a trabajar muy temprano y cuando volvían, solo comían y descansaban. Al marchar, dejaron el piso de la misma manera como lo encontraron.
   Los siguientes inquilinos fueron un matrimonio joven con una niña pequeña. ¡Qué gente más bien casada y bien avenida! Ningún problema, ni gritos ni lloros de la peque. Vivían tranquilos, trabajaban y se dedicaban a lo suyo.
     Los vecinos, y en mayor medida yo, nos relajamos. Yo vivo justo debajo, ¿sabe? Hasta que llegó… Ella. El monstruo con cara de ángel. Fuimos testigos de la infinidad de maletas y cajas que se subieron por un elevador de la empresa de mudanzas; de idas y venidas de pintores, albañiles y demás especie. Nuestro bonito y pulcro portal parecía la zona de guerra. Lo aceptamos.
   Cuando aparentemente la cosa se tranquilizó, empezaron las fiestas hasta las tantas de la madrugada. El tránsito de gente rara, colillas por doquier, gritos por la ventana, música a todo trapo… Nuestro adorable y cuidado por todos jardincito se llenó de latas, basura y algún que otro condón. Hemos llamado a la policía, a la propietaria, hicimos reuniones… Nada sirvió para sacar a la hija de puta del piso. La dueña cobraba sin sufrir las molestias y no movía ni un dedo.
   Desde la mudanza del demonio, yo apenas dormía. Adelgacé. Me quedé de baja por el estrés crónico. Mi casa ya no era un refugio seguro. El colmo que llenó mi vaso era una enorme mancha de lejía en mi vestido preferido que colgué a secar fuera en el tendal. Cuando me quejé a la zorra de arriba, esta me dijo que me comprara una secadora y que si a ella le "daba la gana de usar la lejía para limpiar las ventanas, no era asunto mío”. Tamaña desfachatez me dejó muda. Casi me ahogo en mi propia indignación. Solo el profundo odio me dio fuerzas para volver a mi casa.
     Desde entonces, en mi cabeza empecé a matarla de cien maneras diferentes y con el mayor sufrimiento posible. En todas me detenía la policía, pero no me importaba. Necesitaba dormir. Era yo o ella…
       Ayer, después de comer, me picaron en la puerta. Abrí. Era la hija de puta, pintarrajeada y con una bata que no ocultaba nada:
    —He visto que mi negligé de encaje inglés cayó en tu tendal. Mira a ver si me lo puedes devolver. Es carísimo.
     Ahí, en aquel mismo momento, yo vi mi oportunidad. Me hice la tonta y la dejé pasar a la cocina donde estaba el tendal…
      ¡Pero bueno! ¿No habrán creído que le hice algo a la vecina de arriba? ¡Ya y bromear no se puede! Bueno, tengo mucho que hacer, queridos. Estas viejas maletas llenas de trastos no se sacan solas…



17/03/2025, Gijón
© La Pluma del Este