Cuidado con
la letra pequeña
Anochecía… Marta estaba tremendamente arrepentida de lo
que había hecho a su queridísima familia. El peso de la culpabilidad la
aplastaba como a un insecto. Su
conciencia era una naranja en un exprimidor. El sufrimiento la llevó a la cama
donde estaba metida desde la mañana.
La policía terminó
con las pesquisas y se había ido. Los del seguro se han lavado las manos, ya
que los Fernández, por alguna extraña razón, no han renovado la póliza. Su
marido y sus tres hijos, muy disgustados y, a la vez, asustados por su mujer y
madre, andaban de puntillas y cada poco se acercaban a su cama para preguntar
si quería algo; si habría que llamar al médico, a la abuela, al cura, a no sé
quién más… Ella solo gemía y los echaba fuera, pidiendo algo más de tiempo para
que le pase el susto… ¿Susto? ¡Qué va! Marta era un volcán en ebullición. Su arrepentimiento
se transformaba en un monumental cabreo. Y viceversa. Dentro de su cabeza se
desarrollaba una gran batalla:
«Dios mío, ayúdame.
No sé qué hacer. Maldigo el día en que se me había ocurrido meterme en la Dark Web.
Pero ya estaba harta de todo. Mi familia ya no lo era. Cada uno iba por su
lado. Ya ni hablábamos en las comidas y cenas; los ojos fijados en las
pantallas. El fútbol, los tic toques de
narices, mensajitos sin parar… Y solo
por quinientos euros he solucionado el problema. Las pastillas para dormir han
dejado a todos KO. Los chechenos han sido de lo más formales y robaron lo
acordado sin romper nada: la televisión de ochenta pulgadas, los ordenadores, los
móviles de los hijos, la Play Station… ¿Pero por qué se han llevado a mi Roomba?
¿Por quééééééé…?»
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Nota de autor - Roomba es un robot limpiasuelos.
11/03/2025, Gijón
© La
Pluma del Este