Propiedad privada
Me senté en la hierba a fumar un cigarrillo.
La brisa con olor a la tierra revuelta jugaba con la
llama del mechero. Por fin el humo llenó mis fosas nasales y buscó la salida. A
la tercera calada dejé de temblar. Otra calada. Otra más. Casi me quemo los
dedos con la colilla. La tiré al agujero donde se apagó con un suave siseo.
Me quedé a
oscuras. La luna apenas se reflejaba en el metal frío de la pala. El silencio cómplice
de la noche redujo todos los sonidos. El mundo que me rodeaba sabía lo que estaba
haciendo. Sentí que me observaban. No me importó: tenía la razón de mi lado. No era yo quien entró en una casa ajena. Tampoco fui yo, él, que cuchillo en mano, atacó al propietario. Y no he sido yo el que mató primero…
Con un fuerte
empujón, el cuerpo del intruso cayó al hoyo. Enseguida empecé a llenarlo con
piedras y tierra. El nogal, que esperaba ser plantado, movió sus hojas en señal
de protesta. Parece que el abono no era de su gusto… Pero es lo que hay.
Mañana me ocuparé de Nico. Mi perro. Un amigo
fiel merece ser enterrado a plena luz del día.