31 de agosto de 2024

La Muerte Perfumada

La presentación en toda regla
(O lo que puedo contarles y dejarles vivos)





Hola, mi querido Lector. 
Permíteme que me presente. Soy a la que llaman «La Muerte Perfumada». Por su puesto es un nombre en clave, ya que el que me dieron mis padres al nacer, está olvidado. Lo hice olvidar. Y los que lo sabían, ya no están entre los vivos. 
   Soy una mujer normal: ni alta, ni baja; ni delgada, ni rellenita; ni guapa ni fea… En todos los sentidos, no la llamo atención, a no ser que se requiera según qué circunstancias. Soy muy inteligente, sin duda alguna. Hablo varios idiomas con fluidez: ruso, ucraniano (es donde nací), español, inglés, francés, alemán y mandarín. Me encanta leer y tengo una magnífica memoria. Soy muy buena en el terreno desconocido, ya que mi sentido de orientación casi nunca me falla. También soy muy, pero que muy resolutiva. Es mi punto fuerte. Encuentro la solución a cualquier situación. Y como un valor añadido a mi perfil, soy camaleónica. Sí, sí. Observo que no puede contener la sonrisa, querido Lector. Es que no miento. Me encanta disfrazarme. ¿Igual porque de niña nunca he podido hacerlo? Será por esto. 
   El oficio al que me dedico es muy antiguo. No. No es el que piensa. No saque tan rápido las conclusiones. De hecho, es el oficio que me eligió a mí de muy joven y es otra historia de la que no voy a hablar. Por ahora. 
   La Muerte Perfumada… Me encanta como suena. Aunque me ha llevado años a crear este apodo y la fama. Muchos años y demasiados cadáveres a mis espaldas… Muy justificados, sin duda aluna. Soy una asesina. Fría, retorcida y despiadada asesina que tiene sus propias reglas. Los que me contratan solo requieren de mis servicios cuando hay que ser tan delicado, como un alfarero, y tan sutil, como una pluma. Y esta soy yo. Cuando yo acepto un trabajo, no hay nada que me pare. Así que espero no tenerle entre mis encargos. 
  Por ahora, no diré nada más. Dejaré que me vaya conociendo poco a poco, sorbito a sorbito, como un McKallan de dieciocho años. Lo bueno se disfruta lentamente. Y yo soy muy, pero que muy buena en lo mío. 
   Nos vemos… Ja, ja, ja… Es una broma. Espero no verle nunca.
                              
                                                            

La Muerte Perfumada
en Gijón a 30  de agosto de 2024





18 de agosto de 2024

Noticias

 Noticias




La noticia, seguida de un dolor punzante, me dejó estupefacta. El reloj, regalo de mi padre para mis dieciséis, estaba hecho trizas y la sangre, que caía de un profundísimo corte, se mezclaba con la arena y el cristal — un desastre a mis pies. Y pensar que, hasta hace nada, yo estaba tan tranquila…
   En la televisión hablaban de las manifestaciones, “especialmente violentas”, de los agricultores. Las imágenes de cientos de tractores y gente de campo se alternaban con los de la policía preparada para dispersarles.
   El sol, salido de entre las nubes, entró descaradamente por la ventana, sacando a la luz toneladas de polvo y bolas de pelo de los perros. ¡Por Dios! ¡Si ayer mismo pasé el aspirador! Antes de que se me ocurriera volver a aspirar, bajé la persiana: así el salón se verá limpio. Encendí la lámpara de pie.
   La plancha soltó el vapor, avisándome que ya estaba preparada para dejar perfecto un montón de ropa que llevaba esperando… ¿Cuánto? ¿Una semana? La verdad es que no me gusta planchar, aunque se me da bastante bien. Y, según leí en algún blog de esos que dan soluciones a todos los problemas de la vida, tiene su lado positivo. Es como meditar: sabemos que es necesario, pero nunca lo hacemos. Así es con la plancha. Mientras estiras las arrugas y poco a poco las conviertes en una prenda suave, perfumada y preparada para ir al armario para después volver a estar sucia y estrujada (la rueda de la vida), tienes la mente en blanco.  En estos momentos solo piensas en planchar… En nada más. Meditación.
   Las noticias de la tele me deprimen. Tampoco me veo con las ganas de empezar una nueva serie. Me conozco. Si me engancho, dejaré que el aspirador y la plancha queden apartados para el después. La fuerza de voluntad se fomenta con estos pequeños sacrificios. Me siento fuerte y apago la televisión.
   Pido a Alexa que ponga la cadena de siempre. De nuevo noticias. Madre mía. Estoy a punto de pedirle algo de música. Veo que el reloj de arena necesita que le den la vuelta. Dios, qué dispersa estoy hoy. Así nunca acabaré de planchar. Y ya toca preparar la cena.
   Este reloj… Cuantos recuerdos. Me lo regaló mi padre como el “símbolo a la puntualidad”. Sí, mi papá tenía un sentido de humor un poco negro, ya que de adolescente yo llegaba tarde a todos los sitios. Le doy la vuelta. Tiene polvo. Agarro el bajo de mi camiseta de “andar por casa” y empiezo a limpiar…
   «Ahora proseguimos con el sorteo de cada viernes. Cinco… Cero… Uno… Seis… Nueve. El número ganador es cincuenta mil ciento sesenta y nueve. La serie cincuenta y cinco. Les recordamos que al acierto de las cinco cifras le corresponde el premio de doscientos cincuenta mil euros. Si coincide también la serie, el premio es de un millón de euros. Enhorabuena a los afortunados.»
   Me quedé congelada en el tiempo y en el espacio, con el reloj en la mano y con la fecha de mi cumpleaños, dando vueltas en la cabeza: cinco de enero de mil novecientos sesenta y nueve. Lo llevo jugando un montón de años… ¡Un cuarto de millón de euros! ¡Me ha tocado! ¡Me ha to...!
    ¡Crack! ¡Dios, qué dolor! El reloj, regalo de mi papá, está hecho trizas y la sangre, que cae a chorros de mi mano, se mezcla con la arena y el cristal. Empiezo a llorar y gritar de dolor y rabia. El reloj de los diez minutos, el único objeto de mi padre que me quedaba…






                                                                          17/08/2024, Gijón