El trato roto
¿Y esa cara? ¿No me esperabas? Cuánto lo siento —bueno,
no del todo cierto—. Llevo mucho tiempo postergando este encuentro. Y no, no te
molestes en llamar a tus… treinta y siete guardaespaldas. Ni a la secretaria.
Tampoco creo que estés preocupado por ellos. Para ti son solo siervos. Ni más
ni menos que tú para mí. Te veo muy desmejorado… seco. Es como si te faltara
algo dentro.
Observo
un brillo de desdén en tus ojos. Vaya, vaya. He tocado tu punto débil: eres de
una soberbia digna de admirar. Cuando mi Padre dictó los diez mandamientos,
pensó en los humanos como tú. Sabía que erais débiles. Tú has infringido cada
mandamiento cientos de veces. Y, aunque me cueste admitirlo, celebro que hubieras
ampliado la lista con unos cuantos más. Solo de imaginar la cara de mi Padre me
da un enorme placer. ¡Ja, ja, ja!
Dios
Todopoderoso, ¿acaso este hombre aquí presente, no es tu obra? Míralo: ha
llegado a lo más alto del poder. Ha exprimido a los ciudadanos-hormiga con los
impuestos inverosímiles; solo le queda cobrarles por respirar. En cada elección
les mentía y prometía cosas que jamás cumpliría. Y reconozco —hasta a mí me ha
superado—: mientras yo convenzo y cumplo los deseos de mis clientes en la
intimidad, él engaña con facilidad a los millones. ¡Y a plena luz del día! La
mentira es su sustento… Ha dividido la sociedad. Ha colonizado todas las
instituciones. Sin miramientos deja muertos en vida a los disidentes y a los
opositores. Y sin mancharse las manos. Su trato a las mujeres es de la más
exquisita malevolencia; las usa sin piedad y las tira… En fin. No vine aquí
para alimentar su desmesurado ego. Deseo acabar con esto ya. Así que, Padre, mira
a tu obra. Se le ve engreído y a la vez, insignificante, ¿verdad? Pero no me
culpes por ello: yo solo le di un pequeño empujón y el resto es el mérito suyo.
¿No te apetece negociar por su alma inmortal, Dios? Te ofrezco una oveja descarrilada
para tu redil… Ah. No contestas. Entiendo.
Tú,
gusano, ¿a dónde vas? No he acabado contigo… todavía. Me propuse buscarte una
salida, una redención. Pero para ti no hay lugar ni arriba ni abajo. Voy al
grano: vine para romper nuestro trato. No hay alma que reclamar. Estás vacío.
Otra vez esta cara… No te quiero en mi reino. Serías capaz de confabular a mis demonios
contra mí. Morirás ahora. Y te quedarás en ninguna parte. Tú solo y la Nada.
Adiós…
04/11/2025,
Gijón
© La
Pluma del Este

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