14 de mayo de 2025

Perfume, problemas y muerte asegurada

Perfume, problemas 
y muerte asegurada 



El manto de la noche cubría las desiertas calles. Las farolas perdían su luz en la emboriada oscuridad. Abrí la ventana de mi despacho. Me asomé. Encendí un cigarrillo… Solté una nube de humo… Llevaba unos días su cumbido a la galbana. Estaba jodido… Muy jodido. Sin un mísero caso que resolver, mi cartera tenía más agujeros que las dianas de un campo de tiro. No tenía ni para pagarme una cena decente…
      El humo de tabaco ascendía en el aire, mezclándose con el olor de las chimeneas, de gasolina y solo Dios sabe de qué más… Abajo, en el tugurio de enfrente, se oían las risas estridentes de mujeres y los gritos de borrachos. Los acordes de jazz apenas se notaban en aquel local de mala fama. Di una profunda calada al cigarrillo y lo tiré. Observé cómo el punto rojo caía en la negrura. Un instante después, unos faros alumbraron la sucia calle y despertaron a un borracho, tirado en medio. El tipo apenas pudo rodar hacia un lado para no ser aplastado por un Bentley negro.
    ¿Un cochazo así y en esta calle de mala muerte? ¿Quién podría ser? Se paró en mi entrada. Salió el conductor, un tipo grandote, y abrió la puerta del pasajero. Antes de cerrar la ventana, solo pude atisbar una pierna larga en una media negra de rejilla y un zapato rojo de tacón, posándose en la mugrienta acera. Era de una mujer, sin duda alguna…
    Después de un par de golpes, la puerta de mi despacho casi saltó de los goznes. Un negro enorme, embutido en un traje hecho a medida, repasó toda la habitación y, con un gruñido, salió. Entró ella…
     Mil cosas pasaron por mi cabeza, obliterando todos los pensamientos lógicos de un hombre y, para más inri, de un detective. Era la mujer más impresionante que yo había visto nunca. No solo por su cara, el pelo o el cuerpo, no. Toda ella exudaba la sensualidad y el poder. El poder de una mujer que sabe que lo tiene y que sabe que lo puede usar a su antojo. 
    —¿Detective, Smith? Necesito de sus servicios y, por supuesto, exijo la discreción. —Su voz ligeramente ronca me hizo cosquillas… 
    —Siéntese, por favor. ¿Una copa? ¿No? Entonces me serviré una, estoy sitibundo. ¿De qué se trata? 
     —Me han informado de usted. Creo que es el hombre que busco. Necesito a alguien que no le tema a nada ni a nadie. Ni siquiera a las sombras de esta maldita ciudad. Y este es usted.
    No podía apartar la mirada de sus labios de un rojo sangre. Yo bebía de estos labios cada palabra que pronunciaban… Con dificultad pude asimilar que ella tenía un caso para mí… Un asesinato… Un robo… Una traición… Y una reliquia familiar desaparecida… Le pregunté si sospechaba de alguien.
   —Luisa Tolvaj, mi ex asistente. Es muy inteligente, aunque antes la llamaban “Babieca”. Es peligrosa y conoce muchos trucos. No debía haber confiado en ella, pero una es débil… Aquí tiene su fotografía. Lo dejo en sus manos… Ah, empiece por el club “Copablanca”, es ahí donde la conocí…
   Repasé mis apuntes y, por supuesto, acepté el caso. A estas alturas, yo ya estaba metido hasta las gónadas. Seguir al lado de ella y respirar el mismo aire me bastaba. Aunque…
   —Señora, voy a necesitar un adelanto. Mis honorarios...
   —Descuide. Aquí tiene un cheque. Si necesita algo más, hable con Patrick, mi chofer y… guardaespaldas. Adiós, señor Smith. Espero noticias suyas. Pronto… Y se fue… Dejando en el aire su perfume y el olor a un millón de problemas que acabo de aceptar. ¿Quién era esta mujer? ¿Y por qué tengo la sensación de que no saldré vivo de esto?
  




13/05/2025, Gijón

© La Pluma del Este

 

Nota de autor:
emboriado - neblinoso
galbana - pereza, desidia
sitibundo - sediento
obliterar - anular, tachar, borrar, obstruir los conductos
babieca - persona floja y boba


 


8 de mayo de 2025

Café en buena compañía

 Café en buena compañía



Ella tiene todo bajo control. Su pelo, veteado de gris, recogido en un moño y las gafas de pasta le dan un aire de descuidada elegancia. Con amor y esmero ordena las infinitas estanterías por los géneros literarios y por los nombres de los autores. Camina con pasos silenciosos en una suave cadencia que solo ella es capaz de interpretar.
        Cada viernes, a las seis en punto, él se acerca al mostrador para devolver un libro y recoger uno nuevo. Es alto y delgado, con un sombrero de ala que no esconde los ojos de color whisky. Los ojos que adquieren un brillo socarrón al ver a la bibliotecaria. Las frases: «¿Qué le ha parecido?». «Este tiene buenas críticas». «Este tiene un final feliz» —es lo único que se atreve a pronunciar. Aun así, ella ya conoce sus gustos y guarda los libros para él.
        Un día, él le dejará una nota dentro de uno: «¿Qué tal un café en buena compañía?». Ella, tímida y con las cicatrices en su corazón, ignorará esta nota y otras muchas más. Pero él no se dará por vencido. Hasta que un día ella leerá: «Cómo duele reconocer que mi compañía no es tan buena. No la molestaré más». Ella, asustada, al entregarle un libro, lo rozará con las puntas de los dedos y, mirándole a los ojos, le dirá: «Hice bollos de canela riquísimos. Serán perfectos para acompañar el café…».
 


 

                                                                                                                   07/05/2025, Gijón

© La Pluma del Este


7 de mayo de 2025

Haiku N.14

 HAIKU Nº 14



Así te quiero...
Mojando mis labios en
La felicidad.




07/05/2025, Gijón
© La Pluma del Este

2 de mayo de 2025

La luz de la esperanza

La luz de la esperanza 



 

       —Que Dios te proteja y te devuelva sano y salvo. —Con estas palabras y un prolongado beso, Elisa se despidió de Abel, su prometido. Se mantuvo firme, sin demostrar la congoja que le estrujaba el corazón, pero por dentro rogaba al mar que no cobrara la vida de su amado, como a otros tantos, a cambio de la preciada pesca.
        Sin embargo, la barca de Abel no regresó ni aquel día, ni al siguiente… Pasó una semana… Pasó otra… Y otra más… Abel no volvía. La desesperación de Elisa iba en aumento igual que su barriga… Cada anochecer subía al promontorio desde el cual divisaba el mar hasta el lejano horizonte, ahí donde este se unía con el cielo en una finísima franja añil. Encendía un fanal que, con su resplandor, marcaba el camino a casa.
     Los del pueblo ya cuchicheaban a sus espaldas y sus padres la querían enviar con una prima lejana para «cubrir las vergüenzas» de su desdichada hija. Pero ella se negaba rotundamente. Debía estar ahí cuando Abel regrese.
    Las semanas dieron paso a los meses. El verano cedió su lugar al otoño y Elisa cada noche subía a la atalaya llevando el farol. Su padre, resignado, le construyó un refugio… Ahí, protegida de las embestidas de viento y lluvia, mantenía la llama viva de su fanal y de su esperanza. “Él volverá, seguro… Solo que está perdido… Y yo tengo que guiarlo a casa”. Repetía una y otra vez… Al principio, como la contestación a sus padres y vecinos, después como una consigna…
   En las puertas del invierno nació su hijo, Deene. Pobre muchacha, con la mente ida, no podía criar al bebé y sus padres lo entregaron a una buena familia. Ya eran mayores y con cuidar de su desdichada y demente hija era más que suficiente.
   Pasaban los años. Los viejos del pueblo iban ocupando las tumbas del cementerio; también los padres de Elisa. Y ella ya vestía canas sobre sus andrajosos y desgastados ropajes. Algunos niños se reían de la pobre «loca del farol», pero los del pueblo no la molestaban y le llevaban la comida y alguna que otra prenda de abrigo. Para la mayoría, Elisa era un ser extraño, ya que no comprendían su obstinado amor y su inútil esperanza. Ella no ha sido la única que había perdido a alguien en el mar. La vida de pescadores era así: corta e imprevista.
     Una noche, a mediados de agosto, el farol en el promontorio se apagó… Los vecinos, sorprendidos, subieron para ver qué pasaba… El lugar estaba desierto. El viejo farol, hecho trizas. De Elisa, ni rastro. Igual, la pobre, se volvió loca del todo y se tiró por el acantilado. Y qué raro que no lo había hecho antes…
   Un tiempo después, algunos pescadores contaron que vieron entre las olas del mar a una pareja joven, que bailaba encima del agua, y aseguraban que eran Eliza y Abel, por fin reencontrados después de tantos años de espera…
         
 

                                                                                 02/05/2025, Gijón

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