20 de diciembre de 2023

Grupo de apoyo

 

Grupo de apoyo

(Serie «Al otro lado de los cuentos»)

 

   —Hola a todos. Espero que hayáis pasado un buen fin de semana. Veo que tenemos caras nuevas. ¿Alguien quiere empezar? Tú. Sí. ¿Te apetece presentarte y compartir con nosotros porque estás aquí? No seas tímida. Adelante.

   —¡Ejem, ejem! … Ho…, hola a todos. Me llamo Alida.

   —¡¡¡Hola, Alida!!!— el grupo al unísono.

   —Gracias. Ssois muy amables. Ejem … Hace casi cinco años me he casado con un rey. Aunque parezca mentira, por amor. Me enamoré como loca de ese hombre.

   —¡Ji, ji, ji …!

   —¡Ejem! … Me han llamado de todo a mis espaldas. Pero no les guardo rencor. Cuando el rey se me declaró y pidió la mano, yo acepté encantada. Sabía que era viudo y que tenía una hijita del matrimonio anterior. No me importó, sino todo lo contrario: deseaba ser una buena madre para aquella niña. —Con la mano temblorosa, Alida cogió el vaso y bebió un poco de agua—.  Ahí es donde me equivoqué y me arrepiento de haber aceptado la proposición.

» Ya antes de la boda, Blancanieves, así se llama aquel demonio con cara de ángel, me quemó el velo “sin querer”. Era con el que se casó mi madre y mi abuela. Llevaba en nuestra familia varias generaciones. Se lo hice saber a mi novio y él dijo que lo dejara pasar, que no era nada, que me compraría otro, más bonito y mucho más caro. Y su hija, abrazada a él, haciéndose la inocente, me miraba con los ojos llenos de odio.

» La luna de miel era maravillosa. Pero a la vuelta, empezó mi calvario… Yo, una extranjera en la corte, estaba comparada continuamente con la reina anterior. Que ella hacía las cosas de otra manera, que ella sabía de cocina, que cantaba como un ruiseñor, que era la mejor que yo en todo… Blancanieves hacía travesuras y cuando yo la reñía e intentaba explicarle que una chica educada no escupe al suelo, no pega a los demás, ni tira las cosas para que las criadas las recojan, ella se quejaba a su padre. —Glú, glú, glú… Ejem…— Empezamos a distanciarnos y a discutir por la niña. La pasión y el detallismo de mi marido dio paso a un frío trato de dos desconocidos bajo el mismo techo. Me he convertido en una paria. Si no fuera por el espejo mágico con el que podía hablar y llorar, me volvería loca. Y hace una semana Blancanieves ha huido. El rey, lleno de dolor y rabia, me culpó a mí en todo. Ha roto mi espejo. Estoy desesperada. Me he ido del castillo. Y creo que le voy a pedir el divorcio …

   —¡¡Plas, plas, plas!!

   —Muy bien, Alida. Eres muy valiente. Te apoyamos todos. Después te daré el contacto de un grupo de amigos que ayudan en estos casos. Todo saldrá bien. ¿Quién es la siguiente?

   —Ho… hola… Hola a todos. Soy Priscila.

   —¡¡¡Hola, Priscila!!!

   —Soy viuda con dos hijas y una hijastra. Mis hijas no son malas chicas, solo que su padre, mi primer marido, les pegaba a ellas y a mí cuando llegaba borracho a casa. Hasta que un día se mató, al caer del caballo. Y que Dios me perdone, me alegré por ello …

» Conocí a mi segundo marido cuando este paraba en nuestra posada. Era un hombre muy amable y agradable, también viudo. Después del luto prudencial, nos casamos. Él necesitaba a una madre para su hija y yo, a un buen padre para las mías. A principio todo iba bien. Vivimos muy felices. Las chicas eran hermanas entre ellas. Hasta que, en invierno pasado, justo antes de la Navidad, mi marido se fue en busca de regalos y de uno en especial para su hija: los zapatos de cristal de roca tallados a mano. Cenicienta estaba encaprichada con ellos. Yo intentaba explicarle que eran muy raros y, seguro, qué carísimos, y que su padre ya no era joven para ir de viaje en pleno invierno. Pero la muchacha lo engatusó.  Mi queridísimo esposo consiguió los zapatos de cristal. Los trajo de las montañas Lejanas del Reino de los Trolls. Volvió a casa justo en Nochebuena. A la mañana siguiente ya no se levantó. Tuvo muchísima fiebre. Con el temporal de ventisca el médico no pudo llegar. Y a la noche siguiente, murió… Después del funeral, Cenicienta nos echó de casa. Hemos vuelto a la posada. Me siento rota por dentro y muy muy triste, por mí y por mis hijas. Cada día ruego a Dios que se apiade de aquella muchacha arisca y egoísta. Les agradezco por darme esta oportunidad. Necesitaba hablar con alguien. Muchas gracias a todos por escucharme. Si necesitáis un techo y un trabajo honrado, les ofrezco mi humilde posada.

   —¡¡¡Plas, plas, plas, plas…!!!

   —¡Muy bien, Priscila! ¡Qué alegría tenerte entre nosotros! Muchas gracias por tu ofrecimiento, lo tendremos en cuenta. ¿Quién es la siguiente? ¿Alguien más?

   —Ssssi…, sí, ssssoy, yo. Buenas tardes. Ejem… Me llamo Freda.

   —¡¡¡Hola, Freda!!!

   —Yo también me casé con un viudo con hijos. Y también intenté encajar en aquella familia y ser una madre para Hansel y Gretel. Soy muy buena cocinera, así que les preparaba todo tipo de dulces y pasteles, para agradar y llegar a sus corazones. Eran niños traviesos y no muy obedientes. Su padre trabajaba fuera. Era afilador y viajaba de un pueblo a otro.  Ejem… Muchas veces estaba ausente varios días. Yo tenía que encargarme de los niños, el huerto, los animales y de la casa. Por más que les pedía ayuda a mis hijastros, estos se escabullían al bosque para no hacer nada. Solamente les importaba jugar. ¡Ejem! … Un poco de agua, por favor… Gracias… —Glú, glú…— Algunas veces desaparecían el día entero. Me daba mucho miedo que les pasara algo. Yo era responsable de ellos mientras su padre no estaba. Ejem, ejem…

» Hace ya un mes de aquello. Mi marido se fue a una ciudad más lejos que de costumbre. Nos besamos. Nos despedimos. Él abrazó a sus hijos y les ordenó que me ayudasen e hicieran caso. Hansel le dio su palabra de que sería el hombre de la casa. Gretel, como de costumbre, le regalo una adorable sonrisa a su padre.

» Yo me puse con los quehaceres y como los niños rondaban cerca, me fui al huerto. Tardé ahí un par de horas. Volví a casa para preparar el almuerzo. Llamé a los niños. No vinieron… ¡Ejem, ejem…! Salí del cercado y entré en el bosque. Les volví a llamar. Nada. Grité y grité… Pero ni rastro de ellos. Dios, ¿dónde podrían estar? Me adentré más. Me daba muchísimo miedo. Todavía tiemblo de recordar aquello. ¡Ejem, ejem …! — Glú, glú, glú…— Lo siento, ¿por dónde iba? Ah, el bosque.

» Ya anochecía cuando en el suelo vi unas piedrecitas blancas.  Se adentraban al interior, a lo más profundo de la espesura. No me quedaba otra que seguirlas pensando que era algún tipo de broma de los niños. Me he quedado afónica de gritar tanto. Pero el bosque solo me devolvía mi propio eco. Dios, cómo lloraba por los pobres Hansel y Gretel. También me moría de miedo por lo que iba a decir a mi marido. Y así estaba yo, metiéndome más y más adentro, guiándome por las piedritas. Y, de repente, vi una luz. Casi corriendo llegué a un claro donde estaba una pequeña casa. Era de lo más extraño. No sabía que alguien podría vivir ahí. Lejos de todo. Entré. No había nadie. Solo una vela encendida en la polvorienta mesa… Las telarañas y el olor a rancio y cerrado me dijo que hace mucho que nadie la habitaba. De repente, la puerta se cerró de golpe… ¡Ejem, ejem, ejem…! Después, los postigos de las dos únicas ventanas. Me quedé solo en compañía de la velita. Empecé a dar las patadas a la puerta y gritar. Me entró pánico. Y lo que oí al otro lado me puso el pelo de punta: las voces infantiles seguidas de las carcajadas de Hansel y Gretel. Todo era una broma. Me querían ahí, sola y encerrada. A su merced.

» Yo les pedí, les supliqué, les rogué que me dejaran salir. Nada. Prometieron a contar a su padre que yo los había abandonado y que me he ido con otro y se han marchado, dejándome ahí.

» Estuve encerada en aquella casucha una eternidad. Por lo menos es lo que me pareció. Sin agua, sin comida. En plena oscuridad. Me rescataron de milagro unos leñadores. No conté a nadie lo que había pasado. Sois los primeros en oír mi historia. No tengo fuerzas para enfrentarme a los niños tan desalmados. Pero, quien sabe. Quizás algún día, lo haré. Muchas gracias a todos por tener la paciencia de oírme.

   —¡Tremenda historia, la tuya, Priscila! ¿Puedo abrazarte? Eres una superviviente. Seguro que entre todos te podemos ayudar y apoyarte. Aplaudamos a esta valiente mujer.

   —¡¡¡Plas, plas, plas…!!!

   —Bueno, ¿alguien más? Nos queda todavía un cuarto de hora. Ah, vaya, ¡qué sorpresa! Pasa, pasa, no seas tímido. Aquí no mordemos a nadie. Preséntate, por favor.

   —Hola a todos…

   —¡¡Ejem…, ejem …, ejem …!!

   —¡Por favor! Dejemos que hable. No te preocupes. Sigue, por favor.

   —Hola, soy Lobo …




                                                                                        06/12/2023, Gijón

 

 

13 de diciembre de 2023

Don Alejandro

 

Don Alejandro

(Serie «El amor en el ocaso» N.1)

 

   Ya se han ido todos.

   Él decidió quedarse. No quería dejarla sola, así no. Se sentía culpable por no cuidarla mejor, por no encontrar los mejores médicos, mejores tratamientos… Cualquier cosa que la salvara. Juntos han perdido la guerra y ella era la víctima.

   Se fue tan joven, tan llena de vitalidad, con tantas cosas por hacer. Maldita sea esta porquería de vida: los buenos se mueren demasiado pronto y los malnacidos, pisan la tierra hasta una vejez inmerecida. ¿Qué será de él? ¿Cómo estarán sus hijos? Sí. Ya son adultos y lo comprenden. Pero él se siente menos hombre por no proteger a su amor, a su mujer del puto cáncer. Quiere maldecir, pelearse con alguien y con todos.  Destrozar este negro obelisco dónde está ella…

   —Papá, ven a casa. Ya anochece. Llevas aquí casi cinco horas. Vente conmigo, —su hijo mayor, Julio, le echó una chaqueta por encima y lo abrazó—. Miguel y Natalia están en casa esperándote para cenar. Llevas días sin comer en condiciones. Javi se durmió, pobre. Te esperaba para que le leas un cuento. Ven, por favor. 

   Con el cuerpo entumecido le costó caminar hasta el coche: «Así será mi vida —se estremeció—.  Paso a paso hasta que la de la guadaña me lleve con mi esposa» …

   Quince años de aquello y la puñetera muerte lo sigue esquivando.

   Los hijos ya peinan canas. Su nieto, Javier, en la universidad. Y él, sigue viviendo sin vivir y a punto de jubilarse. Las veces que soñó con Victoria, su mujer, esta le pedía que deje de culparse a sí mismo; que viva, que sea feliz, que piense en sus hijos y nietos. Pero la culpa seguía corroyéndolo por dentro. Sin embargo, también reconocía que tenía que cambiar y hacer un esfuerzo para que su vida no sea una mera existencia.

   El internet no era algo nuevo para él. De hecho, le encantaba.

   Al mes desde su jubilación se puso a mirar las motos. Puede ser descabellado para un hombre de sesenta y pico que nunca montó en una motocicleta. Las “famosas” crisis de los cuarenta y cincuenta las pasó cuidando de su mujer y criando a los hijos, así que no ha podido permitirse este lujo.

   Después de mirar decenas de páginas encontró una Harley de segunda mano a buen precio. Necesitaba algo de restauración y cariño para que volviera a ser una moto de ensueño. Su nieto mayor estaba encantado. Los hijos y las nueras le llamaron un “viejo insensato”.  Y que “estaba loco para montar una moto con casi setenta años”. «Bah. No hay quien los entienda — pensaba —. Se quejan por todo. O no vivo o me arriesgo demasiado».

   Un año de trabajos con la moto en compañía de Javi, hizo que su alma rejuvenezca. En vez de un nieto, tenía a un amigo joven que lo mantenía al tanto de las novedades en este mundo tan loco e inmediato. Iba al gimnasio, empezó a correr, se apuntó a las clases de cocina. Y, madre mía, ahí estaba rodeado de mujeres. Poco a poco dejo de sentirse culpable y hasta lo divertía aquello.

   Cuando visitaba la tumba de su esposa, le contaba sus aventuras, aunque sin tener todavía el valor suficiente para dar un paso a algo más serio. Casi veinte años después de su muerte, seguía oliendo su inolvidable perfume.

   En las clases conoció a varias mujeres que ahora eran sus amigas.  Llegó a valorar tanto su amistad que no quería estropearla con una relación más personal.  Ha sido Javier quien le aconsejó a apuntarse a una página de citas.

   Aquel mundo le pareció una jungla. Bueno, quizás exagerara un poco. Las fotos de muchos perfiles no tenían nada que ver con la realidad. Don Alejandro no entendía tanta impostura: «¿Si ya somos viejos, para qué mentir?»

   Ha quedado con mujeres. Algunas interesantes y con una conversación amena.  Otras, tímidas y muy pendientes de sus hijos y nietos y que no tenían el tiempo para ellas mismas. No comprendía que los familiares abusasen tanto sin dar la oportunidad a que estas, todavía bonitas señoras, pudieran disfrutar de la vida.

   Ninguna se atrevió a acompañarlo a dar un paseo en su Harley. Lo miraban como a un loco e imprudente.

   Y así, pasaron casi seis meses …

   El bar no estaba lleno: se oía la música rock entremezclada con el murmullo de conversaciones. Don Alejandro buscó una mesa libre y se sentó para esperar a sus hijos. Tenía ganas de contarles sobre el futuro viaje en moto por Europa del Este. Sabía que no les iba a gustar, pero este era su deseo. Quería vivir la aventura de un “viajero solitario”. «Qué juego de palabras más avenido» —. Esa idea lo hizo sonreír para dentro. Pidió una caña tostada y se puso a leer un periódico.

   —Abuela, “El amor en el ocaso” no es una tontería. Claro que a la primera no vas a conocer a tu caballero andante o lo que sea… Ya… Pero tres meses no son nada. Te pido que esperes un par de semanas, nada más.

   La conversación de la mesa de al lado dejó a nuestro hombre muy intrigado. Él también estaba apuntado en esta misma página. ¡Qué coincidencia! Se giró y disimuladamente buscó a la “abuela”.

   En la mesa del fondo había dos mujeres. Una, chica joven, no más de diecinueve o veinte años y una señora de buen ver. Elegante, pero sin esforzarse. Media melena de castaño claro. Parece que los ojos eran de color verde. Pequeños, pero bonitos. Labios color rosa con un toque de brillo. Este efecto le gustó mucho. Cuando pasaba su mano para colocar el pelo detrás de la oreja derecha, se veía un pendiente plateado en forma de aro. Aun así, el mechón rebelde, volvía a su sitio. Y ella, repetía el mismo gesto. A don Alejandro esto pareció muy femenino y sensual. La camiseta negra de Ramones y la chaqueta de cuero le gritó que la señora tenía alma roquera. ¡Woow!

  Afinó más el oído a lo que contestaba la “abuela”:

   —Bueno, cariño. Te haré caso. Esperaré. Sin embargo…

   —Hola, papá. Te vemos bien. —Don Alejandro dio un respingo y perdió el hilo de conversación femenina —¿Tomas otra?

   Mientras Juan y Miguel pedían las consumiciones, las dos mujeres se levantaron para irse.

   —Cuenta, papá. ¿De qué querías hablar con nosotros? —Miguel, repantigado en la silla de enfrente, le guiñó un ojo—. ¿Conociste a alguien?

   —Noooo. ¡Qué va! Solo quería ver a mis hijos, tomar unas cervezas e ir a picar algo. Hace tiempo que no charlamos de nuestras cosas.

   Mientras compartía un rato agradable con sus chicos, don Alejandro daba vueltas en la cabeza sobre aquella mujer y que tenía que encontrarla sin demora. Y que los dos estuvieran en la misma página era una señal. ¿Por qué no había visto su perfil antes?

   Nada más llegar a casa, el hombre se puso a buscar a la mujer misteriosa. ¡Por fin!

   Su nombre es Inés. (Muy bonito). Sesenta y ocho años. Viuda. Tiene unos preciosos ojos verdes. Le gusta el rock. Bailar. Cocinar. Leer. Tomar una copa de vino en una agradable compañía. Le encantaría vivir aventuras. Su lema: «La edad no es importante, sino la actitud».      

   ¡Una mujer perfecta! Tenía ganas de conocerla en persona y confirmar la extraña sensación que tuvo al verla en el bar.

   Dicho y hecho. Nuestro caballero le escribió un mensaje con la esperanza que lo lea pronto y acepte la invitación:

  

    «Estimada Señora.

   Para mí sería un enorme placer poder conocerla en persona. Ya no somos jovencitos para perder el tiempo en un chat. Me quedo a su disposición para que elija la hora, el día y el lugar. Espero su respuesta.

   Un cariñoso saludo, Alejandro Álvarez Fernández» …




                                                                                           13/12/2023, Gijón

(Continúa en «Las citas de la abuela»)

2 de diciembre de 2023

Chupachups

    En su otra y perfecta vida, él era un hombre afortunado: un buen puesto en un banco, una bella esposa, dos hijos niño y niña, una envidiable posición y bien relacionado. El destino le sonreía. Parecía tocado con la mano de Dios. Pero hace cinco años, en Navidades, todo aquello le fue arrebatado…
   Dos agentes entraron en su despacho. Con un tremendo pesar, le informaron que había pasado un terrible accidente con víctimas mortales. Un camión sin frenos invadió la terraza de una pizzería cercana. La misma, donde lo esperaban su mujer e hijos. Nunca habían estado ahí antes. Fue él quien sugirió el sitio. Aquel mismo día él murió también.
   Ahora observa a decenas de personas que pasan por su lado sin verlo. Son vísperas Navideñas y ellos corren, como hormigas, en busca de comida y regalos. Él antes también era así, pero la pérdida de su familia le ha roto su mente, dejándolo incapacitado para enfrentarse a la vida. Con depresión, sin trabajo, con deudas y falta de apoyo, se vio en la calle como un desecho.
Compartía esta esquina con un chico rumano, pero la mafia, después de darle una buena paliza por no ser «rentable», lo ha devuelto a su país. Con él no se metían. Por ahora.
El sonido de unas monedas, al caer, lo sacó de su ensimismamiento. Levantó la mirada y vio una mano pequeña que le ofrecía un Chupachups de fresa, acompañado de una alegre sonrisa infantil.