La traición
22 de marzo de 2024
La traición
El hombre estaba blanco como papel y sin saber a dónde meterse: tartamudeaba y temblaba, de su frente empapada resbalaban unas enormes gotas de sudor. Por fin reunió algo de valor y soltó la primera frase, tan mañida en el mundo entero:
18 de marzo de 2024
Las lágrimas de Ianthe
Las lágrimas de Ianthe
Las olas de un añil cristalino la estaban meciendo
arriba, abajo, arriba, abajo… El agua templada la envolvía con suavidad y los
rayos de sol besaban su hermoso cuerpo. Ianthe estaba relajada, se sentía feliz
y complacida con el momento de tranquilidad sin el molesto ajetreo de los
navíos. Aunque este rato no durara
mucho, ella aprovechaba cualquier oportunidad para salir a la superficie y
disfrutar de un cielo, lleno de azules, y de la enigmática costa, donde vivían
los humanos. Tenía prohibido acercarse hacia ellos. Su mera existencia dependía
de la ocultación. Un día, hace muchas lunas, ella ha roto el
tabú: conoció a un humano. Él la había enamorado con su música, aquel extraño
sonido que salía de un instrumento que tocaba. Lo vio por vez primera en una puesta de sol,
cuando sus rayos dibujaban el camino dorado hacia el horizonte. Después de
cazar unos peces, Ianthe retozaba en el suave vaivén de las olas. Él vino en
una nave blanca, una de tantas que surcan las aguas de su hogar. Echó el ancla y quedó muy quieto mirando al
más allá. Parecía que estaba rezando. Después abrió una especie de vasija y
tiró unos polvos al mar. Empezó a llorar. Lloró mucho, postrado de rodillas. Se
le veía muy triste y abatido. Después se sentó, abrió un enorme cofre y sacó
algo grande de una extraña forma redondeada. Puso este objeto entre sus piernas
y con un palo fino empezó a hacer unos movimientos. De repente el
aire se llenó de un sonido delicado y a la vez, potente. Ella nunca había oído
nada igual. Gaviotas y albatros se han enmudecido. Y el mar se calmó,
convirtiéndose en un enorme plato de cristal. Ianthe se sintió arrastrada por la triste
melodía y quiso acompañarla con su voz. Al unísono – el hombre y la sirena –
empezaron a tejer una bella canción que los atraparía en un vertiginoso baile
de emociones. El hombre dejó de tocar. Extrañado se acercó
al borde para ver quién era la cantante. Pero ella ya se había sumergido a las
profundidades del mar. Pasaron unos
días y él volvió. De nuevo se
puso a tocar, pero esta vez la melodía era más alegre y que invitaba a bailar y
saltar las olas como si fuera un pez volador. Por lo menos es lo que ella sintió
en aquel momento. Ianthe lo acompañó con su voz cantarina y cuando él quiso
verla, se escabulló por debajo del navío sin atreverse a más. Pasaron
muchas lunas, varias tormentas y tempestades, pero el hombre volvía a la bahía
a tocar su música y la sirena le acompañaba en el ritual lleno de magia. Un día él no tocó.
En silencio se sentó en el borde de la nave con los pies colgando a la espera
de su acompañante misteriosa. Albergaba la esperanza de conocerla, por fin.
Amaba su voz y quería ponerle una cara. Ella se
acercó al yate y empezó a flotar dejándose llevar por el suave oleaje. Sus miradas
se encontraron y se reconocieron al instante. Algo muy antiguo ha resurgido en
sus corazones. ¿Tal vez un amor de la vida pasada? ¿Quién lo sabe? Pero estos
dos seres tan diferentes se sintieron como uno solo. Se han reencontrado. Después
vinieron muchos atardeceres llenos de música y amor. Ella ya sabía
su nombre, Leonardo, y el extraño instrumento que tocaba era un «violonchelo».
Que aquel día, cuando lo vio por vez primera, él vino a tirar al mar las
cenizas de su mujer que había fallecido de una terrible enfermedad. Leonardo iba
a arrojarse al mar también, ya que no imaginaba vivir sin su esposa. Pero
conocerla a ella, Ianthe, le ha salvado de aquella terrible decisión. Él era
profesor en un lugar llamado “la universidad”. Vivía en una ciudad pequeña
costera, Sutomore, y le explicaba las maravillas de la vida en la tierra firme.
Ella le contaba sobre los tesoros ocultos de las profundidades y de sus
habitantes. Los dos eran huérfanos, dos almas solitarias, que tuvieron mucha
suerte de encontrarse en un mundo tan inmenso. El tiempo
pasaba. El pelo castaño de Leonardo iba cogiendo el color de la madera
blanquecida por el sol. Su cara poco a
poco se llenaba de arrugas. Ya no era tan fuerte y vigoroso. Sin embargo,
Ianthe seguía siendo la misma, con su melena violeta y la piel tersa y suave de
una mujer joven. La música de Leonardo ya no sonaba con tanto ímpetu, pero ella
seguía acompañándola con su voz cristalina. Con esto le bastaba. Algunas veces, Leonardo tardaba en regresar
y Ianthe nadaba dando vueltas, desesperada y loca de preocupación por su
enamorado. Pero él siempre volvía. Tocaba su violonchelo y ella cantaba para
él. Después, retozaban juntos en el suave vaivén de las olas. Un día él no volvió. Pasaron
varias lunas… Ella seguía
en el mismo lugar como si estuviera anclada con una cadena invisible: «Vendrá.
Seguro que volverá. Somos uno solo». De repente,
en el ocaso, apareció un navío que ella conocía tan bien. ¡Por fin! ¡Ha vuelto!
Ianthe estaba fuera de sí de alegría y preocupación. Lo reñiría por ser tan
desconsiderado y dejarla sola mucho tiempo. Se abrió el paso entre las olas para
acercarse al yate. La persona
que la saludó no era Leonardo, sino una mujer joven. Después salió un hombre. Ella no sabía
qué hacer: huir o preguntar por su amante. La muchacha lo hizo por ella: — Hola, Ianthe. No te asustes, por favor.
Señor Leonardo nos habló mucho sobre ti. Somos sus alumnos y amigos. Yo soy
Dafne y él es Eric. Sentimos decirte que Leonardo ha fallecido. Su último deseo
era volver aquí, contigo. Estas son sus cenizas… Un grito desgarrador rompió la calma marina.
La sirena estiró sus manos para coger la urna con los restos de su amado y se
sumergió en aguas profundas. Los muchachos levantaron el ancla. El yate se
perdió en el ocaso siguiendo la estela dorada del sol. El silencio con su halo
mortuorio cubrió aquel rincón del Adriático, testigo de un gran amor y de una
gran pérdida. Todavía hoy,
después de cada tormenta, se oye el llanto de Ianthe. La sirena llora por su
amado. Algunos han visto su cabellera, ahora blanca, surcando las olas. Y, los
más afortunados, han podido encontrar unas raras perlas de color violeta. Dicen
que son las lágrimas de Ianthe. Pero pocos se atreven a buscarlas en el mar, el
dominio de una sirena enloquecida por dolor.
15/03/2024, Gijón
12 de marzo de 2024
El prisionero
El prisionero
Mi mente encerrada sin barrotes
Con agonía lucha por salir.
Apenas se agarra al aquello
Lo que antes he podido vivir.
Los huesos torturados ya no sufren
Y golpes en carne viva, sin dolor.
Mis verdugos ya no queman cigarrillos
Sobre los restos de mi cuerpo roto.
Postrados en el suelo inmundo
Yacen los trozos de mi humanidad.
Orgullo y honor, como despojos
En un rincón tirados sin piedad.
He pasado el umbral de la tortura
Pero la vida me sigue sin abandonar
En la inconsciencia de un dolor agudo
Que apenas puedo soportar.
Que Dios se apiade de mi alma
Que me perdone por no saber huir
Y quedar como un buen soldado
Y resistir, resistir,
resistir…
Mi corazón sigue bombeando
La sangre, obligándome a vivir.
Señor, te ruego, te suplico que te lleves
Mi pobre alma lejos de aquí,
Aunque mi lugar es el purgatorio...
La misericordia ha muerto para mí.
10 de marzo de 2024
Solo tú
SOLO TÚ
Tu voz me rodea
con brazos invisibles,
Me susurra
al oído, erizando mi piel.
Me invita a seguir camino de las rosas
También plagado
de espinas afiladas.
Tu risa me
contagia y llena de colores
Cada
amanecer de cama revuelta
Donde
nuestros cuerpos enlazados
Están tejiendo
melodía del amor.
Tu mirada
me habla en silencio
Y hace que
mi mente hambrienta
Se llene
de fantasía y deseo
Que solo
tú sabes cumplir.
Tu tacto
tan sutil como la pluma
Que hace humedecer mi piel
Con la punta de los dedos,
Y me dejas
con ganas de ti.
Tu olor me
evoca la madera
De sándalo
y flores de jazmín.
Después, te
hueles a mí
Y a la
fragancia de nuestros cuerpos.
Tu sabor
sutil y almizclado
Se posa en
mis labios mordidos
Que exigen
ser besados por los tuyos
En las
largas noches de placer.
2 de marzo de 2024
No estás solo
NO ESTÁS SOLO
Hay circunstancias en la vida cuando te ves muy perdido, sin fuerzas vitales y emocionales para afrontar siquiera el día a día. Es una sensación muy extraña, muy particular. El miedo y las ganas de dejarlo todo se mezclan con una tremenda lástima por ti mismo. En estos momentos no hay ni un abrazo ni una mano amiga que valgan para ayudarte. Lo que experimentas es algo tan tuyo, tan interiorizado, que solo la soledad y una especie de catarsis te pueden aportar el sosiego.
Sal de casa. En vez de paredes de hormigón envuélvete con el silencio de un campo o el run-run del oleaje del mar. Busca un lugar tranquilo, lejos de todo, donde los amplios espacios te permiten contemplar la inmensidad. Te sentirás pequeño. Y tus problemas también menguarán.
Cierra los ojos, respira profundamente y espera. Muy quieto. Escucha al mundo que empieza a hablarte. Tú eres una parte importante de él. Lo que estás viviendo lo han vivido muchos antes de ti. Lo que te ha tocado sufrir lo han sufrido otros tantos. El pasado, el presente y el futuro se confluyen en este mismo instante. Tú eres un eslabón de la cadena infinita de acontecimientos. No puedes romperte. Mira alrededor, levanta tu cara al cielo, llena los pulmones del aire purificador, permita que la brisa te acaricie suavemente y seque tus lágrimas. Reza… Pide… Suplica… Entrégate… Sé humilde…
Ahora estás despojado de todo. Eres tal y como eres. Ni bueno ni malo, solo tú. Y Él lo sabe. Él no te juzga. Él te conoce. Nada está oculto a su mirada. Él te oirá y te ayudará porque sabe que este es el momento de la real necesidad. Y el universo empezará a mover sus engranajes para echarte una mano.
Porque tú lo mereces…
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