El último abrazo
Matilde se ahogaba en su propia indignación: el violador y
asesino de su hija quedaba libre por falta de pruebas.
Después de que el
juez lo declarara no culpable de todos los cargos, el malnacido con descaro le guiñó
un ojo y sonrió a la madre de su víctima. Hasta se atrevió a enviarle un repugnante
beso. Estaba satisfecho y preparado para la siguiente muchacha. Matilde lo vio
en sus ojos muertos. Ese hijo de puta envalentonado querría recuperar el tiempo
perdido. Ella estaba segura de ello. Lo presentía. Y, como suele pasar, la
policía llegaría muy tarde para evitarlo.
La mujer estaba asqueada y devastada, todavía sin
creer en lo injusto de la justicia. Agarrándose a los respaldos de las sillas,
obligó sus piernas a moverse. Salió al pasillo.
Entre el típico
ajetreo de un juzgado, divisó al individuo que hablaba animadamente con su
abogada en el rellano de la escalera. Al
lado de una barandilla. Sin pensar,
corrió hacia ellos y, con todas sus fuerzas, se abalanzó sobre él.
La caída duró una
eternidad o un instante, pero Matilde no ha soltado al cabrón que le arrebató
lo más preciado, su hijita…
Los dos se estamparon
contra el blanco suelo de mármol en un mortal abrazo.
25/02/2025,
Gijón
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Pluma del Este