16 de octubre de 2024
18 de agosto de 2024
Noticias
Noticias
La noticia, seguida de un dolor
punzante, me dejó estupefacta. El reloj, regalo de mi padre para mis dieciséis,
estaba hecho trizas y la sangre, que caía de un profundísimo corte, se mezclaba
con la arena y el cristal — un desastre a mis pies. Y pensar que, hasta hace
nada, yo estaba tan tranquila…
En la televisión hablaban de las manifestaciones, “especialmente
violentas”, de los agricultores. Las imágenes de cientos de tractores y gente
de campo se alternaban con los de la policía preparada para dispersarles.
El sol, salido de entre las nubes, entró descaradamente por la ventana,
sacando a la luz toneladas de polvo y bolas de pelo de los perros. ¡Por Dios! ¡Si
ayer mismo pasé el aspirador! Antes de que se me ocurriera volver a aspirar,
bajé la persiana: así el salón se verá limpio. Encendí la lámpara de pie.
La plancha soltó el vapor, avisándome que ya estaba preparada para dejar
perfecto un montón de ropa que llevaba esperando… ¿Cuánto? ¿Una semana? La
verdad es que no me gusta planchar, aunque se me da bastante bien. Y, según leí
en algún blog de esos que dan soluciones a todos los problemas de la vida,
tiene su lado positivo. Es como meditar: sabemos que es necesario, pero nunca
lo hacemos. Así es con la plancha. Mientras estiras las arrugas y poco a poco
las conviertes en una prenda suave, perfumada y preparada para ir al armario
para después volver a estar sucia y estrujada (la rueda de la vida), tienes la
mente en blanco. En estos momentos solo
piensas en planchar… En nada más. Meditación.
Las noticias de la tele me deprimen. Tampoco me veo con las ganas de
empezar una nueva serie. Me conozco. Si me engancho, dejaré que el aspirador y
la plancha queden apartados para el después. La fuerza de voluntad se fomenta
con estos pequeños sacrificios. Me siento fuerte y apago la televisión.
Pido a Alexa que ponga la cadena de siempre. De nuevo noticias. Madre
mía. Estoy a punto de pedirle algo de música. Veo que el reloj de arena necesita
que le den la vuelta. Dios, qué dispersa estoy hoy. Así nunca acabaré de
planchar. Y ya toca preparar la cena.
Este reloj… Cuantos recuerdos. Me lo regaló mi padre como el “símbolo a
la puntualidad”. Sí, mi papá tenía un sentido de humor un poco negro, ya que de
adolescente yo llegaba tarde a todos los sitios. Le doy la vuelta. Tiene polvo.
Agarro el bajo de mi camiseta de “andar por casa” y empiezo a limpiar…
«Ahora proseguimos con el sorteo de cada viernes. Cinco… Cero… Uno…
Seis… Nueve. El número ganador es cincuenta mil ciento sesenta y nueve. La serie
cincuenta y cinco. Les recordamos que al acierto de las cinco cifras le corresponde
el premio de doscientos cincuenta mil euros. Si coincide también la serie, el
premio es de un millón de euros. Enhorabuena a los afortunados.»
Me quedé congelada en el tiempo y en el espacio, con el reloj en la mano y con
la fecha de mi cumpleaños, dando vueltas en la cabeza: cinco de enero de mil
novecientos sesenta y nueve. Lo llevo jugando un montón de años… ¡Un cuarto de
millón de euros! ¡Me ha tocado! ¡Me ha to...!
¡Crack! ¡Dios, qué dolor! El
reloj, regalo de mi papá, está hecho trizas y la sangre, que cae a chorros de
mi mano, se mezcla con la arena y el cristal. Empiezo a llorar y gritar de
dolor y rabia. El reloj de los diez minutos, el único objeto de mi padre que me
quedaba…
17/08/2024, Gijón
10 de julio de 2024
Hablando de nada y de todo
Hablando de nada y de todo
—¿Llevas
mucho tiempo aquí arriba?
—Una buena
pregunta. Si hablamos sobre mi existencia — una eternidad. Pero en este sitio,
no tanto. Cuando la contemplé por vez primera, la ciudad era mucho más pequeña
y con casas bajas. Y ahora, obsérvala — emerge bella y luminosa — por un lado,
besada por el mar y por el otro, guardada por las montañas. Incomparable con
ninguna. Y las personas que la habitan, la complementan a la perfección.
—Sí, es un
sitio bastante aceptable para anidar y criar a la prole. Hay comida en demasía. Gente simpática y dadivosa. Aunque siempre
hay algún que otro tonto.
—En la villa
del Señor de todo ha de haber. Lo sé por experiencia… Créemelo. Lo he sufrido
en carne propia.
—Sí, sí, ya
que lo dices, tienes unas heridas ahí abajo. Y parece que te falta algún que
otro trocito. ¿Qué te ha pasado?
—Ah, son las
señales de la guerra que hubo aquí. Me han disparado. Muchas veces. Me han
dinamitado. Casi destruyéndome del todo. Pero ya los he perdonado por aquello. Prefiero
no recordar los tiempos oscuros. Mi padre me enseñó que hay que amar y perdonar
a los que nos han hecho daño. Pero cuéntame, ¿cómo es que no estás con los
tuyos? ¿No andáis de un lugar al otro buscando y rebuscando? Y, también,
dejando un rastro feo. Espero que me respetes.
—Bah.
Necesitaba un descansito. A veces hay que parar, aunque sea un poco. Sacudirse
del polvo y suciedad. Retozar en el agua. He subido aquí a secarme y a
calentarme al sol. Y los míos en esta época se vuelven insoportables, se pelean
por cualquier cosa. Yo paso de los líos…
Los rayos
dorados dibujaron de oro la calmada superficie del mar y rebotaron en las
fachadas acristaladas del paseo marítimo. El contraste de luces y sombras se
hizo más pronunciado. La briza con sabor a sal trajo el refresco a las calles
llenas del bullicio.
—Ya se está
poniendo el sol. Me voy volando. La parienta estará preguntándose a dónde me he
metido. Si Dios quiere, mañana volveré. A pesar de que no tienes ni plumas ni
alas y estás hecho de piedra, me ha gustado este rato de plática contigo. Por
cierto, ¿cómo te llaman?
— Jesús…
Esta charla
entre un palomo y la estatua de Jesús pudo haber sucedido o no… Yo solo he sido
un testigo involuntario que intentaba hacer una foto de la Basílica del Sagrado
Corazón.
5 de junio de 2024
Todas son iguales
Todas son iguales
— ¡Vaya pinta, tío! Ni que una manada de
búfalos pasara sobre ti. Hey, tú, sírvele a mi compadre un vaso de ese
matarratas que tienes. Y a mi otro. Joder, deja la botella, roñoso. Apúntala a
mi cuenta. Bebe, Jonny, y cuéntame tus peripecias.
—No hay mucho que conta, estoy jodio,
tío, eventao po dento. Y muy a disgusto. La puñetea Camen no me hace ni puto
caso. Y eso que me quedé pendao de ella naa más vela. Su cuepo, sus andaes, su
pote… Dese que está conmigo, come de lo mejocito. No escatimo en las viandas. Dueme
en el mejo sitio. Intento no fozala mucho. Y la cabona me tata así. Tengo el
cuepo paa escombo. Tengo golpes por toos laos. Estoy hecho un puñeteo moraón con
patas, joer. Man engañao con ella. Cuando vea al viejo Billy, le pegaé un tio
en toa fente.
—Por Cristo, ¿por qué hablas así?
—Joer. ¡Mia! Me fatan tes dientes, joer. La
cabona me tió cuando la quise montá. Me caí como un saco de bosta. Y la hija e
puta me pateó en la cabeza. Casi no lo cuento.
—Mal asunto con las hembras: las de dos
patas o de cuatro, todas son iguales. Venga,
toma otro vaso…
05/06/2024, Gijón
9 de abril de 2024
El estreno desastroso..o no
El estreno desastroso… o no
22 de marzo de 2024
La traición
La traición
El hombre estaba blanco como papel y sin saber a dónde
meterse: tartamudeaba y temblaba, de su frente empapada resbalaban unas enormes
gotas de sudor. Por fin reunió algo de valor y soltó la primera frase, tan mañida
en el mundo entero:
— Cariño,
esto no es lo que parece. Es un malentendido. No te pongas así. Deja que te lo
explique…
— A ver,
cabronazo, ¿cómo me lo vas a explicar?— La mujer se sentía demasiado dolida y
decepcionada. —¿Cómo pudiste romper nuestro acuerdo? Y tú, ¿qué haces aquí
todavía? ¡Lárgate!
«Uf, vaya lío.
Nunca me pasó nada igual. Pobre hombre. No le envidio. Aunque su mujer está
buenísima. Pero ponerse así por una pizza, bueno, por dos, no es normal. Menos
mal que ya he cobrado.» — El repartidor puso los pies en polvorosa. Los gritos
de la mujer sobre la dieta, el sacrificio y nosequé boda todavía se oían cuando
arrancó su moto.
19 de enero de 2024
El accidente
El accidente
La cada vez más grande mancha roja
se expandía por el suelo, llegando a la nueva alfombra beige… Las caras de los presentes estaban congeladas por el
susto y sin saber qué hacer. Él solo podía pensar en los noventa y cinco euros
que le ha costado la puñetera botella de vino.
1 de noviembre de 2023
En la consulta
—Bah. Me mandó la mujer a recoger unas recetas. Dijome que vaya en persona, que por más que llama al centro, no le cogen el teléfono.
—Cada vez peor. Citas para todo. Llame que te llame, no contestan. Mira, ahí sale Manolo.
—Hola, Juan, Paco. Vine a por los resultados. El otro día me chuparon la sangre y traje un bote de orina. A saber, qué buscaban estos matasanos. Total, estoy como un roble. Ácido úrico un poco alto, pero con beber mucho líquido, lo tengo controlado. Es lo que dijo la doctora.
—Juan, ¿y tú a qué viniste?
—A por una receta.
—¿Estás malo? ¿Qué tienes?
—Qué va. Ese cuerpo todavía aguanta la marcha. El otro día conocí a una moza por esas cosas de internetes. Me lo enseño mi nieto. Está de buen ver. Tiene sesenta y pico, viuda. Quedamos para tomar un café y nunca se sabe como termina la cosa. Y uno ya no es chaval. Necesito algo de ayuda. A ver si el médico me da pastillitas de esas.
—¡Ostras, Juan! No te irás para casa sin contarnos nada. Te invito a un vino. Hay que beber líquido que me lo mandó la médica.
—¿No será el agua?
—Y yo al siguiente. Pero ni mú a mi mujer. Si les pregunta, he tomado un descafeinado con sacarina.
—Vaya dos. Esperadme en Casa Pepe. No tardo. Y pedid que prepare una tapa de esos torreznos tan ricos que tiene.
Este relato es para el concurso de noviembre del blog El Tintero de Oro.
29 de agosto de 2023
La reunión del banco
—Sí, esa es. ¡Cómo pasa el tiempo!
—¿Pero la Maruja no ha muerto también? Que Señor la acoja en su seno…
—Noooo. Esa era Isabel.
—Paco. ¿Cómo se llamaba la mujer aquella? La mujer del camionero que nos traía el carbón a la fábrica.
—¿Qué camionero? Ah, el fulano aquel, que un día, al dar la marcha atrás, aplastó el nuevo Mercedes del consejero de Industria. ¿Ese?
—Sí, sí. ¡La que se armó! El paisano estuvo preso. ¿No estaba borracho como una cuba? Su mujer había parido y él lo celebró como dos días seguidos. ¡Qué tiempos aquellos!
—Pues murió…
—¿Quién?
—El consejero. ¿Quién si no?
—No lo sabía.
—Ni yo. ¿De qué murió?
—Dicen que de un infarto. Parece que cuando estaba con la querida, lo vio su mujer. En un restaurante de esos, de gente pija. Se armó la marimorena. Volaban las copas y botellas. Vino la Guardia Civil y todo. Parece que el consejero, la mujer y la querida durmieron en el calabozo. En la Comandancia. Al día siguiente, el pobre, murió. Vaya mala suerte que tuvo. No era un mal consejero. No como esos de ahora. Vienen más verdes que la yerba; sin experiencia, solo saben mandar.
—Siii. Ahora todo son esas cosas modernas de los internetes. No quitan los ojos de los chismes. Parecen los caballos, aquellos con anteojeras.
—Pues ha vendido el piso y el bajo, me parece. Y por un buen pellizco.
—¿Quién?
—La viuda del camionero. ¿Juan, sabes cómo se llamaba?
—Maruja.
—Sí, sí, esa. Pues se marchó del barrio. Ahora vive por el Centro y me dijo la mujer del pescadero que por las tardes sale a tomar un chocolate con churros al sitio ese. Uno grande. Al lado de un teatro de esos famosos. Lo tengo en la punta de la lengua. Bah. Ya me acordaré.
—¿A qué estamos hoy?
—Déjame mirar el teléfono. Buena cosa es esa. Te dice el tiempo, calendario y hasta las mareas. Qué pena que en nuestros tiempos no los había. Me lo regaló mi nieto para el cumpleaños. Me dijo que tenía que ser más moderno. Hoy es veintitrés de agosto. Miércoles. El viernes ya se puede cobrar la pensión.
—Cada vez, peor. Ya ni por la ventanilla puedes cobrar.
—Sí. No nos respetan, a los viejos.
—Habrá que levantar el ala. Va a ser la una y media. Mi mujer se cabrea si no vengo a la hora. Dice que soy un egoísta y no valoro su trabajo.
—Yo voy a por el menú. El mesero me lo tendrá ya preparado. ¿Vienes, Juan? Hoy tienen fabas pintas con chorizo.
—¡Vaya, qué pena más grande! Miren esa esquela. ¿Quién será? Es que por el nombre no me doy cuenta.
—Ni yo. Con ochenta años. Qué joven.
—Que sí, sabéis quién es. Es el aquel paisano que…
23/08/2023, Gijón
17 de abril de 2023
Promesas, promesas
Promesas, Promesas
15/02/2023, Gijón
16 de abril de 2023
La última bola
La última bola
Nuestro
calvario empezó cuando en el joyero de mamá descubrimos un precioso
collar de perlas. Por supuesto, lo quisimos probar. Y sin saber cómo,
Manuela se quedó con el hilo en la mano y el resto de perlas explotó
en todas las direcciones. Nos
pusimos como locas a buscarlas. La Tiffany, que “costaba
un ojo de la cara”, ha
sido el daño colateral. Después han caído dos jarrones de Bohemia.
Pero hemos recuperado las perlas. Menos una. Cuando mamá entró por
la puerta, ha pisado la última bola que quedaba… Ahora
nos toca hacerlo todo hasta que no le quiten la escayola.
13/02/2023, Gijón