Las tres damas
—Lourdes,
por el amor de Dios, ¿vas a seguir de luto en las fiestas de San Xuan? Ya pasó un
año desde que murió Gonzalo, que en paz descanse. —Rezongó Mercedes,
santificándose y con la cara de fastidio. —¡Pareces la Virgen de Dolores!
—Ahí le
has dado, tengo dolores por todos lados. —Le espetó Lourdes. —Y, además, soy
más que una viuda. ¡Soy viudísima y con mucho orgullo!… No como otras que yo me
sé. —Esta última frase Lourdes murmuró hacia dentro.
—¿Qué has
dicho? ¡Dímelo en la cara, jodia!
—¡Chicas!
¡Chicas! No empecemos con las tonterías. —Intervino, Maricarmen, saliendo del
baño, ya vestida para la fiesta. —Lourdes, eres viuda, pero sigues viva. Así
que disfruta de lo que te queda en este mundo. Que yo me acuerde, tu marido
odiaba el negro. Nunca lo vi ni con un pantalón, ni con unos zapatos negros…
Espera, espera… ¿Serás cabrona? ¡Ja, ja, ja! ¡Todo este tiempo lo hiciste
adrede!
Las tres
amigas se partieron de risa. Como en los viejos tiempos, con sus setenta y
tantos bien llevados y con el peso de vivencias encima, seguían pareciendo unas
chavalas.
Las
calles del pueblo, como unos ríos de colores, llenos de vecinos y visitantes,
vestidos en ropas de domingo, desembocaban en la plaza mayor. Ahí la brisa
marina desparramaba el olor a churrasco, a empanadas y a pulpo cocido. En el
escenario unos gaiteros con más entusiasmo que ritmo, tocaban la Muiñeira y
varias parejas la bailaban como si su vida fuera en ello.
Mercedes,
apartando la multitud, se lanzó como una treintañera en medio de los
bailarines. Se le arrimó un jubilado de buen ver y le juró que era un pariente
lejano de los de Luar na Lubre. Maricarmen, exhibiendo la paciencia de una
maestra retirada, discutía con el pulpeiro por la escasa cantidad de pulpo por
ración. Lourdes, seguía vestida de cuervo, y bajo una sombrilla de encaje
blanco, heredada de su madre, saboreaba el licor de café, que bajaba fresquito
por la garganta y encendía su cuerpo por dento. Lourdes sonreía. Alguien le dio
un codazo:
—¡Dale,
mujer! ¡San Xuan no resucita a los muertos, pero amina a los vivos!
Horas
después, ya en plena noche, las tres damas volvían al hostal. Las calles engalanadas apenas tenían
transeúntes. Algún que otro borracho con alegría desentonaba “Asturias, patria
querida” (los asturianos no pierden ni una fiesta de sus vecinos gallegos y
viceversa), provocando los perezosos ladridos de los perros. Lourdes,
Maricarmen y Mercedes, riéndose a carcajadas, caminaban descalzas y felices.
—¡Paren!
¡Chicas! Propongo una cosa. Tssss… ¿Y si
hacemos esto todos los años? —dijo Lourdes con su vestido negro subido por
encima de las rodillas.
—Si no
nos la palmamos antes, ¡ja, ja, ja! —rio Maricarmen.
—¡Bah!
Total, ¿qué más nos da? Qué nos entierren aquí, entre gaitas y albariño.
—Sentenció Mercedes.
21/07/2025, Gijón
© La
Pluma del Este
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