28 de julio de 2023

Las citas de la abuela

Las citas de la abuela

(Serie «Amor en el ocaso»)

   

— ¡Ernesto, abrázame y no me sueltes nunca!
   — ¡, amor mío! Eres la única para mí. Te amo, Magnolia. Huye conmigo…
   Teléfono…
   Echa una mirada de fastidio al techo y pone en pausa la televisión. Será otro vendedor de estos que la tienen harta con tanta llamadita.
   — ¡Diga!
   — Abuela, soy Lucía.
   — Ay, hija mía, perdona. ¿Ha pasado algo?
   — No, abuela. Tengo que contarte una cosa. Te veo en un rato.
   “Qué raro. ¿Qué será lo que esté tramando mi nieta?”— doña Inés vuelve a dar al “play” y sigue con la escena de los enamorados.
   Timbre…
   — Hola, abuela. No te enfades conmigo. Lo hice porque te quiero muchísimo. No te pongas nerviosa. O, mejor, siéntate.
   La muchacha empieza a dar vueltas por el salón cogiendo y soltando los adornos. La anciana la observa, deseando que rompa alguno. Le faltaba valor para desprenderse de esas chucherías.
   — Abuela, desde la muerte del abuelo, vives muy sola. No, no, déjame hablar, porfa. Sí, estamos todos nosotros. Pero no es lo mismo. Necesitas divertirte. Ya, ya, tus amigas. Pero no es lo mismo. ¿Pilates? Ya lo sé. No-es-lo-mis-mo. Necesitas un novio. Respira, abuela. Tampoco es para tanto. Te he apuntado a una página de internet. No te enfades. Es un sitio para la gente sería que busca pareja. Noooo, no son ligues. No te tomo el pelo.
   Lucía saca una tablet.
   — Mira, abuela. Esta eres tú. Puse la foto de perfil, la más bonita que tienes. Es de las últimas fiestas del pueblo donde llevabas aquel vestido verde que te favorece muchísimo.
   Doña Inés se quedó sin palabras. Todavía en su cabeza los enamorados de la novela cabalgaban juntos hacia el ocaso…
   — Pues verás, abuela. Tienes varios admiradores que te han mandado corazones. Ahora puedes visitar sus perfiles también. Y si alguno te gusta, le devuelves el corazón. Así podréis chatear y, si te apetece, quedar para conoceros. Te enseño cómo funciona la web y te dejo la tablet.
   Después de una clase intensiva y tomando los apuntes, doña Inés se sumergió en el mundo de citas por internet…
   Con casi setenta años, todavía estaba de buen ver. Comía sano, hacía ejercicios, leía muchísimo y se interesaba por todo. Añoraba a su Julito, que en paz descanse, pero al mismo tiempo deseaba ese algo que la hiciera vibrar e ilusionarse para lo que le queda de vida o de cabeza.
   Durante tres meses siguientes mantuvo conversaciones por internet que acabaron en varios encuentros para tomar un café y pasear, alguna que otra cena y… un tremendo chasco. Nadie le hizo tilín. Lucía le decía que no perdiera la esperanza. Pero ya estaba cansada. Así que decidió darse de baja y volver a la tranquilidad y las novelas románticas.
   Entró en su cuenta y vio que tenía un mensaje: 

 «Estimada Señora. 
  Para mí sería un enorme placer poder conocerla en persona. Ya no somos jovencitos para perder el tiempo en un chat. Me quedo a su disposición para que elija la hora, el día y el lugar. Espero su respuesta. 
Un cariñoso saludo, Alejandro Álvarez Fernández».


   “Madre mía —pensó doña Inés—, cuánta caballerosidad y qué romántico. Bueno, no pierdo nada por ir, aunque sea la última vez”.
   Dicho y hecho.
   La cita sería mañana, a las siete de la tarde, en la terraza de un café que abrieron hace poco. Estaba algo lejos, pero mejor así.
   Se puso unos vaqueros, que le sentaban estupendamente (Pilates sí que funciona), blusa blanca, botines camperos y la chaqueta vaquera, regalo de su nieta. En la espalda tenía escrito: “Las roqueras no tienen edad”.
   Cuando llegó al café, se fijó en él enseguida. No parecía a nadie a quien conozca. Camiseta negra. Gafas oscuras. La barba bien recortada de color blanco inmaculado. Brazos con tatuajes. En la mesa, una rosa roja.
   Cuando la vio, se levantó, se quitó las gafas y los ojos de color azul cielo, rodeados de finas arrugas, han acompañado a su bonita sonrisa.
   — Hola, Inés. Es un placer conocerte en persona. Soy Alejandro, pero los amigos me llaman Alex. ¿Nos sentamos?
   La charla agradable empezó a fluir como el agua. Él tenía setenta años, también viudo, con dos hijos adultos y un nieto. Le gustaba el deporte, viajar, leer y la cocina. Y algún día le encantaría cocinar para ella.
   Doña Inés estaba en las nubes. Era un hombre casi perfecto.
   Cuando llegó la hora de despedirse, él se ofreció a acercarla hasta su casa. A no ser, que ella tenía miedo de montarse en una moto.
   Por Dios, ¡no!
   Después, doña Inés se subió al corcel metálico y se abrazó fuertemente a la ancha espalda de su galán. Y, con el rugido del motor, los dos “cabalgaron” hacia el ocaso…




FIN

                                                                                                 28/07/2023, Gijón


2 comentarios:

  1. El siguiente paso es ir a un concierto de heavy metal. Seguro que hasta rejuvenecen.

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    1. Jajajajajaj, yo, iria aunque dentro de veite años. Saludos.

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