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1 de julio de 2025
8 de junio de 2025
El coro de la vida
El coro de la vida
Después de semanas de
combates, por fin, Oleksiyivka estaba libre de los invasores. Otro trocito de Ucrania que retornaba y
encajaba como una pieza del puzle en todo uno. Una pieza, un pueblo, donde
antes vivían en paz sus cinco mil habitantes. Otrora preciosos jardines y
parques ahora eran troncos quemados, saliendo de la destrozada tierra en garras
negras y torcidas, señalando al cielo azul y libre, por poco tiempo, de los
drones.
Los soldados ucranianos con extrema
precaución registraban las ruinas de cientos de casas; de vez en cuando
tropezaban con los cadáveres de vacas, caballos… hinchados y a punto de
reventar… Ni siquiera las alimañas se atrevían a disfrutar de la comida fácil.
A los rusos les encantaba disparar a cualquier ser viviente solo por diversión.
Lo más extraño es que en el aire no
había ningún sonido, solo el crujir de las piedras y cascotes que pisaban los
soldados. Después de tres años de guerra todavía les encogía este silencio
raro, neutro… Es como si la misma existencia se ha quedado quieta sin saber qué
hacer: huir al otro lugar, más pacífico, o, brotar con el riesgo de que mañana
o dentro de una semana, la muerte volverá a adueñarse de todo…
El coro de la vida había enmudecido…
Sin embargo, el silencio también significaba
que el pueblo estaba liberado del todo… Los cadáveres de ocupantes, dejados
atrás en la retirada, esperaban la misericordia de los liberadores… Sin
merecerla.
De repente, una voz profunda,
ligeramente ronca, se elevó al cielo… La siguieron otras… Las voces cansadas de
los soldados, hombres, padres de familia, estudiantes que pusieron sus vidas en
un aparte, empezaron a cantar:
Aún no han muerto ni la gloria, ni la libertad de Ucrania,
Aún a nosotros, hermanos compatriotas, nos sonreirá la fortuna.
Se desvanecerán nuestros enemigos, como el rocío bajo el sol.
Gobernaremos nosotros, hermanos, en nuestra propia tierra.
El alma y el cuerpo sacrificaremos por nuestra libertad,
Y mostraremos que nosotros, hermanos, somos de la estirpe cosaca.
La armonía y la belleza han roto el
silencio. Ni siquiera importaba el mañana; igual algunos de ellos ni siquiera vivían
una hora más… No importaba. Este pequeño trozo de tierra de sus antepasados
merecía purificarse… Donde se cantaba el himno de Ucrania era la tierra libre y
abierta a la esperanza y la vida…
08/06/2025, Gijón
©
La Pluma
del Este
21 de febrero de 2025
Babuci
Babuci
Docenas de babuci, sentadas en las banquetas y las cajas
de fruta, ocupan la acera alrededor del mercado. Ellas son la alegría para la
vista con sus vestidos estampados, los delantales replanchados y los pañuelos
florales en las cabezas.
Venden un poco de todo:
las pipas de girasol y calabaza, los caramelos de colores en un palo, las cestitas
repletas de frambuesas y grosellas, las galletas caseras, los pyrozhký, rellenos
de carne picada, mermelada o requesón; las manzanas recién cogidas del
árbol, expuestas sobre los paños impolutos, las zanahorias, los tomates de un
rojo intenso, los ramos de olorosas peonías…
Aunque es la costumbre, mi madre nunca regatea
con ellas, y les paga lo que le piden. Un día me dijo que ella misma podría ser
una de estas abuelitas. Entonces yo no lo entendí. Mi mamá, tan joven y guapa, jamás
sería una viejita arrugada, con las manos llenas de callos. Se lo dije y ella
me dio un beso y me compró una piruleta.
En aquel momento yo
no sabía que tenía la razón: mi mamá nunca llegó a envejecer. Yo era solo una
niña que estaba feliz chupando un osito de caramelo rosa.
19 de febrero de 2025
La carretera hacia la muerte
La carretera hacia la muerte
En memoria de mi abuelo Vania
Estaba congelado.Los primeros días podía sentir cómo los dedos se encogían dentro
de los toscos botines. Le dolían. Siguiendo el consejo del compañero de litera,
empezó a envolverlos en trapos para aislarse del gélido suelo siberiano. Pronto los pliegues de tela le provocaron las ampollas que reventaron, segregando la sangre y el pus. Se acostumbró. Los labios rajados
por el viento polar apenas pronunciaban las palabras. Alguna vez, muy rara, entre
los compañeros compartían un trozo de grasa de oso, para suavizar los labios y
quitar los pellejos de la piel seca. La boca se le llenaba de sangre caliente.
Dolía. Pero él sabía que era un dolor buscado y que significaba que todavía
podía sentir y saborear. Era un hombre de
treinta y cuatro años y ya era un viejo doblado por los trabajos forzados. Su
vista empezaba a fallarle. La nieve de un blanco brillante le quemaba las
pupilas. Aunque para lo que había que ver, le era suficiente. Se acostumbró
también. Su cuerpo gritaba y
protestaba por la mísera comida, la suciedad, el frío y los castigos. Con el
tiempo, el dolor ya era un órgano más. ¿Humanidad y
esperanza? Las palabras muy lejanas y con un significado olvidado ya. ¿Y la fe?
Esta quedó sepultada bajo kilómetros y kilómetros de la carretera junto a los
incontables cadáveres de otros tantos como él, “enemigos del pueblo soviético”… La saloma, cantada
por miles de gargantas rotas, se elevó hacia el cielo plomizo y se expandió por
la interminable carretera de la muerte. Los trabajos gloriosos en honor y la
grandeza del amado líder continuaban…
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Foto del Museo Nacional de la República Komy. |
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Uno de tantos cementerios de los presos políticos que pasaron por el Gulag (Vorkuta). |
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Cartel pone: "El trabajo es el honor, la gloria, la valentía y el heroísmo". I. Stalin |
18/02/2025, Gijón
© La Pluma del Este
20 de noviembre de 2024
No se han ido
No se han ido
El sol matutino se asomó de entre los árboles y se
desparramó por el claro. El plácido e invernal sueño se rompió. La batalla de bolas de nieve ha empezado. Decenas de proyectiles, de un lado y de otro, dieron en
el blanco…
Las carcajadas
infantiles llenaron el silencioso parque con alegría y gozo. Algún bromista
sacudió las ramas bajas y la lluvia nevada cubrió por completo a los pequeños
traviesos. El jolgorio, acompañado de bolas voladoras de nieve, asustó a los
indignados pájaros. Los niños corrieron hacia los columpios.
—¡Quién llega
el primero, puede montar el columpio dos veces! ¡Nico, sígueme!
—¡No es
justo! Yo tengo los pies pequeños y Sergey y Nico, siempre llegan primeros… No
es justo… No voy.
—Katia, no
les hagas caso. Ya sabes cómo son. Te toman el pelo. Además, ellos no son tan
malos. Son solo… chicos. Y te quieren. Dame la mano; verás qué rápido llegamos.
—Las dos chicas, corrieron alborozadas cuando sus amigos ya montaban en el
columpio. Y para resarcirse, las niñas empezaron a lanzarles las bolas de
nieve.
El jolgorio
se interrumpió cuando por el recodo del camino aparecieron una mujer con una
niña de unos cinco-seis años. Se dirigieron hacia el parque. Los chicos,
sorprendidos por la inesperable compañía, han huido, dejando los columpios
oscilando en vacío.
—¡Mamaaaa!
¿Por qué los niños se fueron? Yo quiero jugar con ellos. ¿Por qué ellos no
quieren jugar conmigo?
—¿Qué niños,
cielo? Ahí no hay nadie. Solo estamos tú y yo.
—¡Sí que estaban!
Dos chicos grandes, una chica grande y una como yo. Se han ido por ahí…
—Cariño, aquí
no había nadie. Ven al columpio. Te empujaré lo más fuerte que pueda. Hasta el
mismísimo cielo.
Cuando se
acercaron, los delicados copos de la nieve ya empezaban a cubrir las múltiples
huellas de pequeños pies, que se alejaban hacia la espesura del parque… Ahí es
donde había un orfanato… Antes de la guerra.
—¡Mamá! ¡Te
lo dije! Yo vi a unos niños. Quiero jugar con ellos. Vamos a buscarlos.
—No, cielo.
Ahora tenemos que irnos. Empieza a nevar. Vendremos el otro día. —La madre, con
un gesto disimulado, secó una lágrima y cogió a su hija en brazos. Los rumores
eran ciertos. Los niños no se habían ido…
19 de octubre de 2024
Leleka
Leleka
Hace mucho, mucho tiempo, cuando todavía no existían
países que conocemos hoy, en la vasta estepa de Europa oriental, donde el río Slavútich
corre hacia el mar, había un asentamiento eslavo.
Sus pobladores,
gente humilde y pacífica, vivían en casas de troncos de madera, medio enterradas
en el suelo, y con los tejados de paja. Sus vidas eran sencillas: sembraban la tierra,
cazaban, recogían bayas silvestres, pescaban, cuidaban del ganado. También
comerciaban con otros asentamientos.
Ya en aquella
época existían los oficios de tramperos, curtidores, carpinteros, y nunca podía
faltar un herrero. Y en nuestro poblado
había uno que con su joven esposa y dos hijos pequeños: una niña de tres
primaveras, y el chico, de unas pocas lunas – vivían en una bonita casa cerca
de la empalizada.
Una tarde de
caluroso y seco agosto, sobre el asentamiento cayó una gran tormenta. El día se
hizo noche. Los rayos barrieron la estepa. Los truenos hicieron temblar el
suelo. El ganado se asustó y se desperdigó por los campos. Casi todo el pueblo
corrió en su busca. También el herrero con su mujer, dejando solos a sus hijos
que dormían ajenos a todo el alboroto.
De repente, un
rayo impactó en el tejado de una casa. Este se prendió en un abrir y cerrar de
ojos. La lluvia no podía apagar el fuego que devoraba la paja con gran
ferocidad. Los perros empezaron a ladrar y aullar. Pero no había nadie cerca
para apagar las llamas.
Desde lejos los
vecinos vieron el incendio y dieron la vuelta. El ganado no importaba, ya que, con
el viento tan fuerte, el fuego podría destruir el pueblo entero.
El herrero y
su mujer gritaron impotentes: era su casa la que se quemaba y con sus hijos
dentro. No llegarían a tiempo para salvar a los pequeños de la terrible muerte.
Una testigo ocasional, que interrumpió su viaje para refugiarse del temporal en un establo, observaba el horror que se expandía delante de sus ojos. Una casa se
quemaba. Perros no paraban de aullar. Y un sonido, suave y repetitivo… Un
llanto… De un bebé humano… Ella no podía hacer nada al respecto. No estaba
preparada para aquello. Pero el llanto le taladraba los oídos, la empujaba a hacer algo…
Encontrando
el valor que no tenía, la cigüeña blanca salió de su refugio. Con grandes
zancadas se acercó a una ventana y saltó dentro. Había mucho humo, la paja en
llamas caía desde el techo. La cigüeña, afinando su oído, encontró en un rincón
a una cría humana que abrazaba con fuerza a otra más joven.
El ave, con
su largo pico, agarró a una de las criaturas por sus plumas de tela y la
arrastró fuera. La dejó ahí, bajo la lluvia, y volvió a meterse dentro a por la
otra.
El calor abrazador
le quemaba sus largas patas. Sus plumas blancas se ennegrecieron por el hollín.
Con el pico la cigüeña intentaba apagar el fuego. Por fin, pudo a agarrar a la
cría humana y, con las últimas fuerzas que le quedaban, se arrojó por la
ventana.
Ya entonces
había mucha gente alrededor luchando con el fuego. El herrero y su esposa
abrazaban a sus hijos llorando y dando las gracias a Dios y al ave que, sacrificándose,
salvó la vida de los niños.
La cigüeña
pasó más de una luna recuperándose de sus quemaduras, cuidada por los humanos.
Desde entonces su pico y patas se han vuelto rojos y las alas, se tiñeron de
negro.
El herrero
estaba muy agradecido. Y en un enorme árbol construyó un nido para que la
salvadora de sus hijos pudiera anidar cerca.
Y así,
después de muchos años, que se convirtieron en siglos, alrededor de los
pueblos, en los postes, los árboles, en las cúpulas de las iglesias, podemos
ver impresionantes nidos de las cigüeñas, protectoras de hogar y de niños.
Leleka (ucraniano) es cigüeña.
Río Slavútich hoy lo conocemos por el río Dnipró – más grande de Europa.
Eslavos – aquí hablamos sobre los pueblos que habitan en Ucrania. Cabe señalar que los eslavos son el grupo etnolingüístico más grande de Europa central y oriental.
Primavera — medida de tiempo que se entiende como un año.
Lunas — medida de tiempo de un ciclo completo de luna, cercana a un mes.
1 de febrero de 2024
Katia
Katia
La pesada cadena le permite lo justo para llegar al
agujero donde hacer sus necesidades. La cámara con su ojo de cíclope sigue cada
uno de sus movimientos. A principio le daba mucha vergüenza, después, se
acostumbró.
Las heridas
de los grilletes han creado una putrefacta costra en sus delicadas muñecas. El
pelo, antes castaño y brillante, desde hace mucho necesita un buen lavado. De hecho,
toda ella, sucia y llena de golpes, se asemejaba más a un animal que a un ser
humano.
Morder a sus
captores y desafiarles tenía su castigo. No les obedecía. No admitía que le
saquen las fotos en todas las posturas repugnantes posibles, haciendo cosas
asquerosas con hombres adultos y hasta con animales… Después de una tremenda
paliza terminó en este agujero. Ya perdió la noción de tiempo. ¿Cuánto lleva
aquí? ¿Una semana? ¿Un mes?
Hace mucho que
no le traen ni agua ni comida, un trozo de pan rancio. Arriba no comía tan mal. La necesitaban
relativamente sana y bien parecida para las películas.
A principio
lloraba mucho. Ahora solo vagaba por el mundo de sombras de su vida pasada.
¿Acaso la tuvo? ¿O ha sido solo un sueño y ella siempre ha vivido en este
agujero, encadenada a la pared y en plena oscuridad?
Por una rendija
de la ventana tapiada entró un rayo de luz. Muy pequeñito. Lo saludó. Le habló
hasta que se ha ido. Y de nuevo, la oscuridad. Ella se enroscó como un perro y
se abandonó a la inconsciencia.
Explosiones… Disparos…
Gritos… Ella ya está acostumbrada. La guerra es así. El ruido de una lucha cercana.
Otra vez disparos, pero aquí, al lado… Un chillido… Una puerta que se abre… Un
haz de luz… Voces… Aquí, cerca… Más voces… La reja se abre… Alguien entra en su
jaula. Ella está muerta de miedo. Otra vez, no …
La suave voz
de una mujer le pregunta en ucraniano de cómo se llama. Le responde: «Katia». Hombres
hablando, también en ucraniano. Le quitan los grilletes y la cadena del pie, la
cubren con algo. Uno la coge en brazos. Ella se resiste, muerde y chilla. La
mujer le dice muy bajito que está a salvo, que todo se acabó y que volverá a
casa …
Una lágrima resbala por la mejilla de la
niña antes que esta se desmaye …
25 de septiembre de 2023
El secreto de mi madre
El secreto de mi madre
Como en un sueño entré por la puerta de mi casa. Sabía que tenía que
buscar algo. Ah, sí. La ropa. Un vestido, creo. De mi madre. Contemplarla con
aquella tela blanca era como verla desnuda. Y ella siempre ha sido muy coqueta.
En su habitación todo seguía igual: la cama cubierta con un edredón de
flores y un libro abierto; en la mesita, un jarrón con tres gerberas rojas; sus
zapatillas en la alfombrilla de la cama y tropecientos marcos de fotos en la
cómoda.
Abrí el armario. El olor de su perfume me llenó los pulmones de
recuerdos. Toqué su vestido verde con flores bancas diminutas, uno de sus
preferidos: lo llevaba puesto cuando cenó por última vez con mi padre. Hace
unos once años de aquello. Una americana de mi papá, también guardada
para recordar. La gente mayor tiene unas fijaciones que no comprendemos. ¿Pero
quién sabe qué tocará a nosotros? Prenda por prenda vi los últimos años de la
vida de mi madre. Todo de colores alegres. Ella odiaba el negro.
Por fin, debajo de una gabardina, encontré lo que buscaba: el vestido
azul con lunares blancos. Al sacarlo, al suelo cayó un sobre amarillento. Qué
raro. Dentro había una fotografía de una pareja joven: mi mamá y un hombre que
no era mi padre. Los dos abrazados y sonriendo con las caras llenas de
felicidad. Salí con estupor de mi abotargamiento. ¿Quién era él? ¿No se supone
que mis padres se conocieron desde muy jovencitos y eran novios de toda la vida?
Detrás de la foto con las letras apenas inteligibles estaba escrito: «14
de abril, 1974, Moscú. Olga y Víctor, amor para siempre».
No entendía nada. Yo nací el veinte de septiembre. ¿Qué hacía mi madre
en Moscú unos meses antes? En la foto ya estaría embarazada de mí. Aquello era
un error, pero ahora no era el momento de indagar, después del funeral
preguntaré a mi tía. Ella sabrá algo, seguro.
Decenas de caras, algunas desconocidas, estuvieron dándome el pésame.
Los de la funeraria y del seguro trajeron un montón de papeles para firmar. Y
yo, como en un túnel, solo esperando que llegue el fin de aquello. Deseaba
estar a solas con mi mamá para despedirme y disculparme por no pasar mucho
tiempo con ella.
Al día siguiente, iglesia, el cura, el organista y más firmas y pagos.
Hay una parte de este proceso que es fría y burocrática, pero inevitable. El
sonido de la losa de mármol, cerrando la tumba, dio por finalizada una etapa de
mi vida. Adiós, mamá.
Mi tía me llamó varias veces para ver que tal estaba y si quería tomar
un café con ella. Mi madre era su hermana y la pobre lo pasaba fatal. Pero yo
necesitaba algo de tiempo para averiguar quién era el tal Víctor.
Aproveché los dos días siguientes para registrar todos los papeles de
mis padres. Miré en el trastero, la despensa, lo revolví todo. Abrí libro por
libro de la enorme biblioteca. Pero sin resultado. Con la foto en la mano llamé
a mi tía y avisé que iba a verla.
—¿Cómo estás, hijo? Pasa. Llevo todos estos días sin pegar el ojo. Dios
mío, qué desgracia. Tu madre era más joven que yo y se fue antes. No es normal.
Mi querida hermanita —. Sus sollozos me han hecho llorar también.
—Ya. La vida es así de injusta. Tía, quiero que me cuentes cómo eran mis
padres antes de que yo naciera. Encontré esta foto. Mira lo que pone detrás…
La cara de la mujer mayor se
puso pálida.
—¿De verdad lo quieres saber, hijo? Ya todos están muertos y hay que
dejarlos en paz.
— Por favor, tía. Las fechas no
me cuadran. Según esta foto, mi madre ya estaba embarazada de mí. Yo nací en
septiembre de ese mismo año. ¿Quién es este hombre? ¿Y mi padre, que pasa con
él? Necesito saberlo.
—Sergey, que en paz descanse, era un buen hombre y tú sabes mejor que
nadie, que también era un padre maravilloso. Hizo todo por ti y por tu madre; que
los dos seáis felices y con la vida arreglada. Déjalo estar.
—No puedo, tía. Por favor, cuéntame. Estoy tan confundido con todo y
siento que vivía rodeado de mentira.
—No seas tan injusto con ellos.
La mujer abrió la puerta del mueble bar y sacó una botella de whisky y
dos vasos.
— Creo que lo vamos a necesitar. Bueno, por donde empiezo… En noviembre
de 1973 tu madre se fue a Moscú para un curso. En aquella época tu padre y ella
se distanciaron por los estudios. Él se marchó a Polonia por un intercambio el
año anterior. Así que se dieron tiempo para dedicarse a sus carreras. Ahí ella
conoció a ese chico, Víctor. Ella misma
me confesó que «era el amor de su vida». Así eran sus palabras. No me quería
escuchar ni a mí, ni a nuestra madre. Papá, tu abuelo, dijo que la dejemos en
paz y que ella ya era mayorcita para saber lo que quería. Él era un periodista.
De esos que buscan «cinco pies al gato». Lo que ella no nos contó que Víctor
estaba investigando sobre un asesino y violador. Ni la policía, ni sus jefes le
creían. Lo tenían por un loco. Víctor estaba obsesionado con la idea que era el
mismo asesino que mató y violó a nueve mujeres. Aquellos eran tiempos difíciles
y nadie quería pensar que podía existir alguien así. A finales de mayo, él fue a
las afueras de Moscú en busca la información sobre un crimen más reciente. Y
nunca volvió. Jamás se supo de él. Tu madre estaba desesperada. Tocó en todas
las puertas para que lo busquen. Pero las autoridades se rieron en su cara —. Su
tía se mojó los labios en el whisky y siguió con el relato —. Al asesino lo
detuvieron un par de años después. Había matado y violado a más de treinta
mujeres. Víctor tenía razón. Pero nadie lo reconoció. Quedó completamente
olvidado. Tú naciste en Moscú. Tu abuelo fue hasta allí a buscarlos. Ahí estabais
solos, ya que Víctor era huérfano. Tu padre, Sergey, cuando se enteró de todo, pidió
a tu madre en matrimonio. Nunca la dejó de querer. Mi hermana, cabezota ella,
lo rechazó por dos veces. Pero tú necesitabas a un padre y él te quiso nada más
verte. Y cuando lo llamaste «papá», mi hermana aceptó. Han tenido una buena
vida. Muy buena. Aunque la vi alguna vez con esta foto en la mano y la mirada
ausente, llena de nostalgia.
Después de oír toda la historia he podido completar la mía. Por fin
comprendí esa parte obsesiva e indagadora de mi carácter que desconfiaba y buscaba
la verdad por encima de todo. También, por qué yo no soportaba la injusticia y ponía
todas mis fuerzas en la búsqueda y detención de un violador o un asesino. En toda
mi familia yo era el primer agente de policía.
21/09/2023,
Gijón
4 de julio de 2023
Los zapatos soñados
Los zapatos soñados
Mi
amiga me dio el chivatazo: a la zapatería de su barrio llegarán
los zapatos de tacón de aguja, el sueño de cualquier chica de
diecisiete años. Yo ya trabajaba por entonces y podía permitirme
este gasto. Quedamos
dos horas antes de la apertura. Era todavía de noche, nevaba y hacía
muchísimo frío. En la puerta ya se veía una enorme cola que daba
la vuelta a la manzana. Aun así, nos quedamos para tentar la
suerte. En
aquellos años casi no había cafeterías, así que trajimos los
bocadillos y los termos con el té. Nos turnábamos para ir al baño
y calentar los pies en casa de mi compañera. Pasaban
las horas y la cola apenas se movía. A las que intentaban colarse,
las atacábamos como hienas. ¡Serán sinvergüenzas! Después
de unas siete horas, mi amiga tuvo que irse. Por delante quedaba una
treintena de personas. Yo no me iba a echar atrás. Deseaba esos
zapatos por encima de todo. Las caras de las afortunadas despertaban
en mí una tremenda envidia.
Pronto yo sería una de ellas. Por
fin entré… La
zapatería estaba arrasada. En un estante del fondo quedaba un último
par: negros, acharolados, de tacón alto y fino. Mi sueño… Y de
números diferentes. No me importó. Después de casi diez horas,
eran míos. Con un poco de algodón en la punta, estarán perfectos. Corría
el año mil novecientos ochenta y ocho en Ucrania soviética.