Leleka
Hace mucho, mucho tiempo, cuando todavía no existían
países que conocemos hoy, en la vasta estepa de Europa oriental, donde el río Slavútich
corre hacia el mar, había un asentamiento eslavo.
Sus pobladores,
gente humilde y pacífica, vivían en casas de troncos de madera, medio enterradas
en el suelo, y con los tejados de paja. Sus vidas eran sencillas: sembraban la tierra,
cazaban, recogían bayas silvestres, pescaban, cuidaban del ganado. También
comerciaban con otros asentamientos.
Ya en aquella
época existían los oficios de tramperos, curtidores, carpinteros, y nunca podía
faltar un herrero. Y en nuestro poblado
había uno que con su joven esposa y dos hijos pequeños: una niña de tres
primaveras, y el chico, de unas pocas lunas – vivían en una bonita casa cerca
de la empalizada.
Una tarde de
caluroso y seco agosto, sobre el asentamiento cayó una gran tormenta. El día se
hizo noche. Los rayos barrieron la estepa. Los truenos hicieron temblar el
suelo. El ganado se asustó y se desperdigó por los campos. Casi todo el pueblo
corrió en su busca. También el herrero con su mujer, dejando solos a sus hijos
que dormían ajenos a todo el alboroto.
De repente, un
rayo impactó en el tejado de una casa. Este se prendió en un abrir y cerrar de
ojos. La lluvia no podía apagar el fuego que devoraba la paja con gran
ferocidad. Los perros empezaron a ladrar y aullar. Pero no había nadie cerca
para apagar las llamas.
Desde lejos los
vecinos vieron el incendio y dieron la vuelta. El ganado no importaba, ya que, con
el viento tan fuerte, el fuego podría destruir el pueblo entero.
El herrero y
su mujer gritaron impotentes: era su casa la que se quemaba y con sus hijos
dentro. No llegarían a tiempo para salvar a los pequeños de la terrible muerte.
Una testigo ocasional, que interrumpió su viaje para refugiarse del temporal en un establo, observaba el horror que se expandía delante de sus ojos. Una casa se
quemaba. Perros no paraban de aullar. Y un sonido, suave y repetitivo… Un
llanto… De un bebé humano… Ella no podía hacer nada al respecto. No estaba
preparada para aquello. Pero el llanto le taladraba los oídos, la empujaba a hacer algo…
Encontrando
el valor que no tenía, la cigüeña blanca salió de su refugio. Con grandes
zancadas se acercó a una ventana y saltó dentro. Había mucho humo, la paja en
llamas caía desde el techo. La cigüeña, afinando su oído, encontró en un rincón
a una cría humana que abrazaba con fuerza a otra más joven.
El ave, con
su largo pico, agarró a una de las criaturas por sus plumas de tela y la
arrastró fuera. La dejó ahí, bajo la lluvia, y volvió a meterse dentro a por la
otra.
El calor abrazador
le quemaba sus largas patas. Sus plumas blancas se ennegrecieron por el hollín.
Con el pico la cigüeña intentaba apagar el fuego. Por fin, pudo a agarrar a la
cría humana y, con las últimas fuerzas que le quedaban, se arrojó por la
ventana.
Ya entonces
había mucha gente alrededor luchando con el fuego. El herrero y su esposa
abrazaban a sus hijos llorando y dando las gracias a Dios y al ave que, sacrificándose,
salvó la vida de los niños.
La cigüeña
pasó más de una luna recuperándose de sus quemaduras, cuidada por los humanos.
Desde entonces su pico y patas se han vuelto rojos y las alas, se tiñeron de
negro.
El herrero
estaba muy agradecido. Y en un enorme árbol construyó un nido para que la
salvadora de sus hijos pudiera anidar cerca.
Y así,
después de muchos años, que se convirtieron en siglos, alrededor de los
pueblos, en los postes, los árboles, en las cúpulas de las iglesias, podemos
ver impresionantes nidos de las cigüeñas, protectoras de hogar y de niños.
Leleka (ucraniano) es cigüeña.
Río Slavútich hoy lo conocemos por el río Dnipró – más grande de Europa.
Eslavos – aquí hablamos sobre los pueblos que habitan en Ucrania. Cabe señalar que los eslavos son el grupo etnolingüístico más grande de Europa central y oriental.
Primavera — medida de tiempo que se entiende como un año.
Lunas — medida de tiempo de un ciclo completo de luna, cercana a un mes.
19/10/2024, Gijón
No hay comentarios:
Publicar un comentario