No se han ido
El sol matutino se asomó de entre los árboles y se
desparramó por el claro. El plácido e invernal sueño se rompió. La batalla de bolas de nieve ha empezado. Decenas de proyectiles, de un lado y de otro, dieron en
el blanco…
Las carcajadas
infantiles llenaron el silencioso parque con alegría y gozo. Algún bromista
sacudió las ramas bajas y la lluvia nevada cubrió por completo a los pequeños
traviesos. El jolgorio, acompañado de bolas voladoras de nieve, asustó a los
indignados pájaros. Los niños corrieron hacia los columpios.
—¡Quién llega
el primero, puede montar el columpio dos veces! ¡Nico, sígueme!
—¡No es
justo! Yo tengo los pies pequeños y Sergey y Nico, siempre llegan primeros… No
es justo… No voy.
—Katia, no
les hagas caso. Ya sabes cómo son. Te toman el pelo. Además, ellos no son tan
malos. Son solo… chicos. Y te quieren. Dame la mano; verás qué rápido llegamos.
—Las dos chicas, corrieron alborozadas cuando sus amigos ya montaban en el
columpio. Y para resarcirse, las niñas empezaron a lanzarles las bolas de
nieve.
El jolgorio
se interrumpió cuando por el recodo del camino aparecieron una mujer con una
niña de unos cinco-seis años. Se dirigieron hacia el parque. Los chicos,
sorprendidos por la inesperable compañía, han huido, dejando los columpios
oscilando en vacío.
—¡Mamaaaa!
¿Por qué los niños se fueron? Yo quiero jugar con ellos. ¿Por qué ellos no
quieren jugar conmigo?
—¿Qué niños,
cielo? Ahí no hay nadie. Solo estamos tú y yo.
—¡Sí que estaban!
Dos chicos grandes, una chica grande y una como yo. Se han ido por ahí…
—Cariño, aquí
no había nadie. Ven al columpio. Te empujaré lo más fuerte que pueda. Hasta el
mismísimo cielo.
Cuando se
acercaron, los delicados copos de la nieve ya empezaban a cubrir las múltiples
huellas de pequeños pies, que se alejaban hacia la espesura del parque… Ahí es
donde había un orfanato… Antes de la guerra.
—¡Mamá! ¡Te
lo dije! Yo vi a unos niños. Quiero jugar con ellos. Vamos a buscarlos.
—No, cielo.
Ahora tenemos que irnos. Empieza a nevar. Vendremos el otro día. —La madre, con
un gesto disimulado, secó una lágrima y cogió a su hija en brazos. Los rumores
eran ciertos. Los niños no se habían ido…
20/11/2024, Gijón
Nunca nadie vino a llevárselos de la mano; al menos se tenían los unos a los otros.
ResponderEliminarSí... Se han quedado para siempre entre las ruinas…
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