El grupo de apoyo
El grupo de apoyo
—Hola a todos. Espero que hayáis pasado un
buen fin de semana. Veo que tenemos caras nuevas. ¿Alguien quiere empezar? Tú. Sí.
¿Te apetece presentarte y compartir con nosotros porque estás aquí? No seas
tímida. Adelante.
—¡Ejem, ejem! … Ho…, hola a todos. Me llamo
Alida.
—¡¡¡Hola, Alida!!!— el grupo al unísono.
—Gracias. Ssois muy amables. Ejem … Hace
casi cinco años me he casado con un rey. Aunque parezca mentira, por amor. Me
enamoré como loca de ese hombre.
—¡Ji, ji, ji …!
—¡Ejem! … Me han llamado de todo a mis
espaldas. Pero no les guardo rencor. Cuando el rey se me declaró y pidió la
mano, yo acepté encantada. Sabía que era viudo y que tenía una hijita del
matrimonio anterior. No me importó, sino todo lo contrario: deseaba ser una
buena madre para aquella niña. —Con la mano temblorosa, Alida cogió el vaso y
bebió un poco de agua—. Ahí es donde me
equivoqué y me arrepiento de haber aceptado la proposición.
» Ya antes
de la boda, Blancanieves, así se llama aquel demonio con cara de ángel, me
quemó el velo “sin querer”. Era con el que se casó mi madre y mi abuela.
Llevaba en nuestra familia varias generaciones. Se lo hice saber a mi novio y él
dijo que lo dejara pasar, que no era nada, que me compraría otro, más bonito y
mucho más caro. Y su hija, abrazada a él, haciéndose la inocente, me miraba con
los ojos llenos de odio.
» La luna
de miel era maravillosa. Pero a la vuelta, empezó mi calvario… Yo, una extranjera
en la corte, estaba comparada continuamente con la reina anterior. Que ella hacía
las cosas de otra manera, que ella sabía de cocina, que cantaba como un
ruiseñor, que era la mejor que yo en todo… Blancanieves hacía travesuras y
cuando yo la reñía e intentaba explicarle que una chica educada no escupe al
suelo, no pega a los demás, ni tira las cosas para que las criadas las recojan,
ella se quejaba a su padre. —Glú, glú, glú… Ejem…— Empezamos a distanciarnos y a
discutir por la niña. La pasión y el detallismo de mi marido dio paso a un frío
trato de dos desconocidos bajo el mismo techo. Me he convertido en una paria.
Si no fuera por el espejo mágico con el que podía hablar y llorar, me volvería
loca. Y hace una semana Blancanieves ha huido. El rey, lleno de dolor y rabia,
me culpó a mí en todo. Ha roto mi espejo. Estoy desesperada. Me he ido del
castillo. Y creo que le voy a pedir el divorcio …
—¡¡Plas, plas, plas!!
—Muy bien, Alida. Eres muy valiente. Te
apoyamos todos. Después te daré el contacto de un grupo de amigos que ayudan en
estos casos. Todo saldrá bien. ¿Quién es la siguiente?
—Ho… hola… Hola a todos. Soy Priscila.
—¡¡¡Hola, Priscila!!!
—Soy viuda con dos hijas y una hijastra. Mis
hijas no son malas chicas, solo que su padre, mi primer marido, les pegaba a
ellas y a mí cuando llegaba borracho a casa. Hasta que un día se mató, al caer
del caballo. Y que Dios me perdone, me alegré por ello …
» Conocí a
mi segundo marido cuando este paraba en nuestra posada. Era un hombre muy
amable y agradable, también viudo. Después del luto prudencial, nos casamos. Él
necesitaba a una madre para su hija y yo, a un buen padre para las mías. A
principio todo iba bien. Vivimos muy felices. Las chicas eran hermanas entre
ellas. Hasta que, en invierno pasado, justo antes de la Navidad, mi marido se
fue en busca de regalos y de uno en especial para su hija: los zapatos de
cristal de roca tallados a mano. Cenicienta estaba encaprichada con ellos. Yo
intentaba explicarle que eran muy raros y, seguro, qué carísimos, y que su padre
ya no era joven para ir de viaje en pleno invierno. Pero la muchacha lo engatusó.
Mi queridísimo esposo consiguió los
zapatos de cristal. Los trajo de las montañas Lejanas del Reino de los Trolls. Volvió
a casa justo en Nochebuena. A la mañana siguiente ya no se levantó. Tuvo
muchísima fiebre. Con el temporal de ventisca el médico no pudo llegar. Y a la
noche siguiente, murió… Después del funeral, Cenicienta nos echó de casa. Hemos
vuelto a la posada. Me siento rota por dentro y muy muy triste, por mí y por
mis hijas. Cada día ruego a Dios que se apiade de aquella muchacha arisca y
egoísta. Les agradezco por darme esta oportunidad. Necesitaba hablar con
alguien. Muchas gracias a todos por escucharme. Si necesitáis un techo y un
trabajo honrado, les ofrezco mi humilde posada.
—¡¡¡Plas, plas, plas, plas…!!!
—¡Muy bien, Priscila! ¡Qué alegría tenerte
entre nosotros! Muchas gracias por tu ofrecimiento, lo tendremos en cuenta.
¿Quién es la siguiente? ¿Alguien más?
—Ssssi…, sí, ssssoy, yo. Buenas tardes. Ejem…
Me llamo Freda.
—¡¡¡Hola, Freda!!!
—Yo también me casé con un viudo con hijos.
Y también intenté encajar en aquella familia y ser una madre para Hansel y
Gretel. Soy muy buena cocinera, así que les preparaba todo tipo de dulces y
pasteles, para agradar y llegar a sus corazones. Eran niños traviesos y no muy
obedientes. Su padre trabajaba fuera. Era afilador y viajaba de un pueblo a
otro. Ejem… Muchas veces estaba ausente
varios días. Yo tenía que encargarme de los niños, el huerto, los animales y de
la casa. Por más que les pedía ayuda a mis hijastros, estos se escabullían al
bosque para no hacer nada. Solamente les importaba jugar. ¡Ejem! … Un poco de
agua, por favor… Gracias… —Glú, glú…— Algunas veces desaparecían el día entero.
Me daba mucho miedo que les pasara algo. Yo era responsable de ellos mientras
su padre no estaba. Ejem, ejem…
» Hace ya
un mes de aquello. Mi marido se fue a una ciudad más lejos que de costumbre.
Nos besamos. Nos despedimos. Él abrazó a sus hijos y les ordenó que me ayudasen
e hicieran caso. Hansel le dio su palabra de que sería el hombre de la casa.
Gretel, como de costumbre, le regalo una adorable sonrisa a su padre.
» Yo me puse con los quehaceres y como los
niños rondaban cerca, me fui al huerto. Tardé ahí un par de horas. Volví a casa
para preparar el almuerzo. Llamé a los niños. No vinieron… ¡Ejem, ejem…! Salí
del cercado y entré en el bosque. Les volví a llamar. Nada. Grité y grité… Pero
ni rastro de ellos. Dios, ¿dónde podrían estar? Me adentré más. Me daba
muchísimo miedo. Todavía tiemblo de recordar aquello. ¡Ejem, ejem …! — Glú,
glú, glú…— Lo siento, ¿por dónde iba? Ah, el bosque.
» Ya anochecía
cuando en el suelo vi unas piedrecitas blancas.
Se adentraban al interior, a lo más profundo de la espesura. No me
quedaba otra que seguirlas pensando que era algún tipo de broma de los niños.
Me he quedado afónica de gritar tanto. Pero el bosque solo me devolvía mi
propio eco. Dios, cómo lloraba por los pobres Hansel y Gretel. También me moría
de miedo por lo que iba a decir a mi marido. Y así estaba yo, metiéndome más y
más adentro, guiándome por las piedritas. Y, de repente, vi una luz. Casi
corriendo llegué a un claro donde estaba una pequeña casa. Era de lo más
extraño. No sabía que alguien podría vivir ahí. Lejos de todo. Entré. No había
nadie. Solo una vela encendida en la polvorienta mesa… Las telarañas y el olor
a rancio y cerrado me dijo que hace mucho que nadie la habitaba. De repente, la
puerta se cerró de golpe… ¡Ejem, ejem, ejem…! Después, los postigos de las dos
únicas ventanas. Me quedé solo en compañía de la velita. Empecé a dar las
patadas a la puerta y gritar. Me entró pánico. Y lo que oí al otro lado me puso
el pelo de punta: las voces infantiles seguidas de las carcajadas de Hansel y
Gretel. Todo era una broma. Me querían ahí, sola y encerrada. A su merced.
» Yo les
pedí, les supliqué, les rogué que me dejaran salir. Nada. Prometieron a contar
a su padre que yo los había abandonado y que me he ido con otro y se han
marchado, dejándome ahí.
» Estuve encerada en aquella casucha una
eternidad. Por lo menos es lo que me pareció. Sin agua, sin comida. En plena
oscuridad. Me rescataron de milagro unos leñadores. No conté a nadie lo que
había pasado. Sois los primeros en oír mi historia. No tengo fuerzas para
enfrentarme a los niños tan desalmados. Pero, quien sabe. Quizás algún día, lo
haré. Muchas gracias a todos por tener la paciencia de oírme.
—¡Tremenda historia, la tuya, Priscila! ¿Puedo
abrazarte? Eres una superviviente. Seguro que entre todos te podemos ayudar y
apoyarte. Aplaudamos a esta valiente mujer.
—¡¡¡Plas, plas, plas…!!!
—Bueno, ¿alguien más? Nos queda todavía un
cuarto de hora. Ah, vaya, ¡qué sorpresa! Pasa, pasa, no seas tímido. Aquí no
mordemos a nadie. Preséntate, por favor.
—Hola a todos…
—¡¡Ejem…, ejem …, ejem …!!
—¡Por favor! Dejemos que hable. No te
preocupes. Sigue, por favor.
—Hola, soy Lobo …
06/12/2023, Gijón
Excelentes historias , gracias por compartir en verdad espero la continuación
ResponderEliminarMuchísimas gracias por leerme.
EliminarNo sé todavía si hay continuación. A ver qué se me ocurre.
Saludos.
Increíble como cambian los cuentos dependiendo de quién los escriba. No deja de sorprenderme pluma del Este. FELIZ AÑO NUEVO Y QUE SIGA USTED ESCRIBIÉNDONOS Y HACIÉNDONOS DISFRUTAR CON SU RELATOS . CUENTOS Y LEYENDAS.
EliminarMuchísimas gracias por ser tan generoso conmigo. Un abrazo.
EliminarSuper historias
ResponderEliminarMuchísimas gracias.
EliminarUn saludo.
Me encantó, hay mas
ResponderEliminarMuchísimas gracias por leerme. Por ahora, no. Pero, nunca se sabe.
EliminarUn saludo.
Atrapantes historias !!! Gracias !!!
ResponderEliminarMuchas gracias por leerme. Un abrazo.
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