13 de diciembre de 2023

Don Alejandro

               Don Alejandro

                                                   (Serie «El amor en el ocaso»)

 

  Ya se han ido todos.
 Él decidió quedarse. No quería dejarla sola, así no. Se sentía culpable por no cuidarla mejor, por no encontrar los mejores médicos, mejores tratamientos… Cualquier cosa que la salvara. Juntos han perdido la guerra y ella era la víctima.
   Se fue tan joven, tan llena de vitalidad, con tantas cosas por hacer. Maldita sea esta porquería de vida: los buenos se mueren demasiado pronto y los malnacidos, pisan la tierra hasta una vejez inmerecida. ¿Qué será de él? ¿Cómo estarán sus hijos? Sí. Ya son adultos y lo comprenden. Pero él se siente menos hombre por no proteger a su amor, a su mujer del puto cáncer. Quiere maldecir, pelearse con alguien y con todos.  Destrozar este negro obelisco dónde está ella…
   —Papá, ven a casa. Ya anochece. Llevas aquí casi cinco horas. Vente conmigo, —su hijo mayor, Julio, le echó una chaqueta por encima y lo abrazó—. Miguel y Natalia están en casa esperándote para cenar. Llevas días sin comer en condiciones. Javi se durmió, pobre. Te esperaba para que le leas un cuento. Ven, por favor. 
   Con el cuerpo entumecido le costó caminar hasta el coche: «Así será mi vida —se estremeció—.  Paso a paso hasta que la de la guadaña me lleve con mi esposa» …
   Quince años de aquello y la puñetera muerte lo sigue esquivando.
   Los hijos ya peinan canas. Su nieto, Javier, en la universidad. Y él, sigue viviendo sin vivir y a punto de jubilarse. Las veces que soñó con Victoria, su mujer, esta le pedía que deje de culparse a sí mismo; que viva, que sea feliz, que piense en sus hijos y nietos. Pero la culpa seguía corroyéndolo por dentro. Sin embargo, también reconocía que tenía que cambiar y hacer un esfuerzo para que su vida no sea una mera existencia.
   El internet no era algo nuevo para él. De hecho, le encantaba.
   Al mes desde su jubilación se puso a mirar las motos. Puede ser descabellado para un hombre de sesenta y pico que nunca montó en una motocicleta. Las “famosas” crisis de los cuarenta y cincuenta las pasó cuidando de su mujer y criando a los hijos, así que no ha podido permitirse este lujo.
   Después de mirar decenas de páginas encontró una Harley de segunda mano a buen precio. Necesitaba algo de restauración y cariño para que volviera a ser una moto de ensueño. Su nieto mayor estaba encantado. Los hijos y las nueras le llamaron un “viejo insensato”.  Y que “estaba loco para montar una moto con casi setenta años”. «Bah. No hay quien los entienda — pensaba —. Se quejan por todo. O no vivo o me arriesgo demasiado».
   Un año de trabajos con la moto en compañía de Javi, hizo que su alma rejuvenezca. En vez de un nieto, tenía a un amigo joven que lo mantenía al tanto de las novedades en este mundo tan loco e inmediato. Iba al gimnasio, empezó a correr, se apuntó a las clases de cocina. Y, madre mía, ahí estaba rodeado de mujeres. Poco a poco dejo de sentirse culpable y hasta lo divertía aquello.
   Cuando visitaba la tumba de su esposa, le contaba sus aventuras, aunque sin tener todavía el valor suficiente para dar un paso a algo más serio. Casi veinte años después de su muerte, seguía oliendo su inolvidable perfume.
   En las clases conoció a varias mujeres que ahora eran sus amigas.  Llegó a valorar tanto su amistad que no quería estropearla con una relación más personal.  Ha sido Javier quien le aconsejó a apuntarse a una página de citas.
   Aquel mundo le pareció una jungla. Bueno, quizás exagerara un poco. Las fotos de muchos perfiles no tenían nada que ver con la realidad. Don Alejandro no entendía tanta impostura: «¿Si ya somos viejos, para qué mentir?»
   Ha quedado con mujeres. Algunas interesantes y con una conversación amena.  Otras, tímidas y muy pendientes de sus hijos y nietos y que no tenían el tiempo para ellas mismas. No comprendía que los familiares abusasen tanto sin dar la oportunidad a que estas, todavía bonitas señoras, pudieran disfrutar de la vida.
   Ninguna se atrevió a acompañarlo a dar un paseo en su Harley. Lo miraban como a un loco e imprudente.
   Y así, pasaron casi seis meses …
   El bar no estaba lleno: se oía la música rock entremezclada con el murmullo de conversaciones. Don Alejandro buscó una mesa libre y se sentó para esperar a sus hijos. Tenía ganas de contarles sobre el futuro viaje en moto por Europa del Este. Sabía que no les iba a gustar, pero este era su deseo. Quería vivir la aventura de un “viajero solitario”. «Qué juego de palabras más avenido» —. Esa idea lo hizo sonreír para dentro. Pidió una caña tostada y se puso a leer un periódico.
   —Abuela, “El amor en el ocaso” no es una tontería. Claro que a la primera no vas a conocer a tu caballero andante o lo que sea… Ya… Pero tres meses no son nada. Te pido que esperes un par de semanas, nada más.
   La conversación de la mesa de al lado dejó a nuestro hombre muy intrigado. Él también estaba apuntado en esta misma página. ¡Qué coincidencia! Se giró y disimuladamente buscó a la “abuela”.
   En la mesa del fondo había dos mujeres. Una, chica joven, no más de diecinueve o veinte años y una señora de buen ver. Elegante, pero sin esforzarse. Media melena de castaño claro. Parece que los ojos eran de color verde. Pequeños, pero bonitos. Labios color rosa con un toque de brillo. Este efecto le gustó mucho. Cuando pasaba su mano para colocar el pelo detrás de la oreja derecha, se veía un pendiente plateado en forma de aro. Aun así, el mechón rebelde, volvía a su sitio. Y ella, repetía el mismo gesto. A don Alejandro esto pareció muy femenino y sensual. La camiseta negra de Ramones y la chaqueta de cuero le gritó que la señora tenía alma roquera. ¡Woow!
 Afinó más el oído a lo que contestaba la “abuela”:
    —Bueno, cariño. Te haré caso. Esperaré. Sin embargo…
   —Hola, papá. Te vemos bien. —Don Alejandro dio un respingo y perdió el hilo de conversación femenina —¿Tomas otra?
   Mientras Juan y Miguel pedían las consumiciones, las dos mujeres se levantaron para irse.
    —Cuenta, papá. ¿De qué querías hablar con nosotros? —Miguel, repantigado en la silla de enfrente, le guiñó un ojo—. ¿Conociste a alguien?
   —Noooo. ¡Qué va! Solo quería ver a mis hijos, tomar unas cervezas e ir a picar algo. Hace tiempo que no charlamos de nuestras cosas.
   Mientras compartía un rato agradable con sus chicos, don Alejandro daba vueltas en la cabeza sobre aquella mujer y que tenía que encontrarla sin demora. Y que los dos estuvieran en la misma página era una señal. ¿Por qué no había visto su perfil antes?
   Nada más llegar a casa, el hombre se puso a buscar a la mujer misteriosa. ¡Por fin!
   Su nombre es Inés. (Muy bonito). Sesenta y ocho años. Viuda. Tiene unos preciosos ojos verdes. Le gusta el rock. Bailar. Cocinar. Leer. Tomar una copa de vino en una agradable compañía. Le encantaría vivir aventuras. Su lema: «La edad no es importante, sino la actitud».      
   ¡Una mujer perfecta! Tenía ganas de conocerla en persona y confirmar la extraña sensación que tuvo al verla en el bar.
   Dicho y hecho. Nuestro caballero le escribió un mensaje con la esperanza que lo lea pronto y acepte la invitación:
  
    «Estimada Señora.
   Para mí sería un enorme placer poder conocerla en persona. Ya no somos jovencitos para perder el tiempo en un chat. Me quedo a su disposición para que elija la hora, el día y el lugar. Espero su respuesta.
   Un cariñoso saludo, Alejandro Álvarez Fernández» …




                                                                                           13/12/2023, Gijón

(Continúa en «Las citas de la abuela»)

7 comentarios:

  1. Si hay música rock por medio nada puede salir mal.;)

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    1. ¡Eso es! El mundo se divide en dos tipos de personas: los que escuchan reguetón y los que aman el rock.
      Un saludo.

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  2. Es una Historia de Amor, Maravillosa si yo encontrará un Hombre Así, sería capaz de vivir esa aventura con Él, me encanta el Rock, la Música Disco, viajar en Moto, aún a mis 69 Años.

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    1. Hola, querida Lectora. Me alegra que le haya gustado mi historia. Nunca es tarde para ser feliz. Ud. lo tiene todo. Solo falta a un don Alejandro. Nunca se sabe…
      Un abrazo.

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    2. Ahora que lo piense: Ud. podría ser la jinete y llevar a su «doña Inés» en hombre. Ja, ja, ja.

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  3. Excelente publicación .. me agradó al leerla. Gracias por su aporte al fomentar la lectura y gozar de buenos libros

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