La guardiana del desierto
Hoy le toca estar de guardia.
Desde que lo destinaron al cuartel, uno de
tantos, repartidos por la interminable frontera sur de la Unión Soviética, era
su primera vez. Los compañeros le tomaban el pelo con los fantasmas del
desierto y las docenas de bichos que podían matarle antes que un basmach. Avisos
de no acostarse en el suelo raso, cerrar bien la tienda de campaña, mirar
dentro de las botas… en forma de carteles, intentaban salvar la vida a los jóvenes
soldados, venidos desde toda la URSS.
Mikolay era un chaval del Norte de Ucrania,
donde los campos dorados de trigo y los prados de un verde intenso se
entremezclaban con los lagos y ríos. Al cumplir los dieciocho le ha tocado el
servicio militar obligatorio. Aquello le
gustaba. Era una oportunidad de conocer las tierras lejanas y probarse a sí
mismo como un hombre. Descontando las novatadas y la poca variedad de comida,
él estaba contento. Y hoy, por fin, estaría en el desierto, protegiendo la
frontera, en compañía de su AK-47, la radio, los prismáticos y dos bengalas que
tenía que disparar si detectara algún movimiento sospechoso desde el lado
enemigo, Afganistán. La frontera era una franja de tierra de unos veinte metros
de ancho con el perfecto dibujo rayado. Si alguien la cruzara, enseguida se vería
el rastro. Bajo su vigilancia estaban dos kilómetros de aquella interminable
cinta.
El
sol, colgado sobre la cabeza de Mikolay, le hacía sudar a mares y
cada poco tenía que secar los ojos para poder usar los prismáticos. Faltaban un
par de horas para la bendecida sombra del risco que se elevaba a su lado
derecho. Hasta entonces, tenía que aguantarse, bajo las capas de camuflaje.
Por fin, el último rayo matador se escondió
y Mikolay pudo respirar un halo del aire fresco. Cuando pisó por vez primera el
desierto, su aroma especiado lo mareó. El chico del Norte quedó sobrecogido por
su inmensidad e intenso calor. Aquí no había lugar para la debilidad y falsos
pasos. El desierto podía matarte, enterrarte o, simplemente, dejarte ciego.
Un ruido suave, de algo que se arrastra, le
hizo estremecer. Giro la cabeza. Justo a su derecha, en una piedra plana, vio a
una enorme cobra Real, enroscada en infinitos círculos. Su cabeza decorada con
dos marcas doradas se apoyaba en su cuerpo. Y sus ojos de amarillo, más intenso
que nunca haya visto, estaban fijos en él. El reptil encontró la sombra.
El soldado quedó muy, pero que muy quieto,
apenas sin respirar. Sabía que en unos segundos estaría muerto. Cerró los ojos.
Muy fuerte. Todas las oraciones conocidas inundaron su cabeza. Ahora sabía lo
que se siente antes de morir. «Por Dios, no he pedido que Masha se case conmigo.
Y mi mamá, no lo soportará. Y mi padre. Soy hijo único. Dios, ayúdame».
Segundos pasaban y la muerte no venía.
Abrió los ojos. La serpiente ya no estaba
ahí y en su lugar había un conejo muerto.
Esperó un poco más. Ya estaba casi de noche
cuando decidió a acercarse a la presa. El animalito todavía estaba templado. No
tenía huella de mordedura. Su cabeza colgaba del cuello roto.
Mikolay no lo podía creer. Era del todo imposible
que la serpiente más venenosa de aquellos parajes y que solía matar a todo el ser
viviente, no lo atacara. Y lo más insólito, que le haya dejado un presente.
Muchacho decidió no contárselo a nadie. No
quería que lo tomaran por un loco. Todo ha sido un sueño raro. Y lo del conejo.
Bah. Dirá que lo ha cazado él mismo. Seguro que en la cocina le darán las
gracias.
A la siguiente guardia, él ya estaba
preparado para el encuentro. Escribió cartas a sus padres y a aquella muchacha
de ojos verdes, a la que amaba con locura y no se atrevía a pedir que se case
con él. Por timidez. Por bobo. Ya ni sabía la razón.
Al hacer la ronda, se fijó que las perfectas
líneas de la frontera estaban marcadas con huellas de algún tipo de antílope. Y
a unos cien metros vio una manada que saltaba hacia el territorio afgano. Avisó
por la radio y apuntó la hora y el lugar del incidente.
Cuando el sol tocó el risco y la pequeña
sombra se proyectó sobre “la piedra de la serpiente”, él dejó un cuenco con
leche que sacó a escondidas de la cocina. Hay que ser agradecido.
Rodeado de sombras, esperó por su visitante
peligrosa.
La cobra apareció como un fantasma. Bebió la
leche y de nuevo se enroscó sin quitar sus ojos de Mikolay.
El soldado volvió a rezar y esta vez, se
santiguó con un gesto lento, por si estos eran sus últimos minutos en el mundo.
Nada pasó.
Al entrar la noche, la cobra desapareció y
en su sitio de nuevo había un conejo.
Y así, pasaron semanas: cada vez que Mikolay
estaba de guardia, lo acompañaba la serpiente. Él ya le hablaba por bajito y
ella, como si lo escuchara, sacaba su lengua bífida, pero sin el menor gesto de
querer matarlo.
Los antílopes otra vez cruzaron la frontera,
pero hacia el lado soviético. Los compañeros decían que estarían migrando o
algo así. Aunque estas idas y venidas eran del todo inusuales.
Al muchacho quedaba una semana de servicio y
no sabía cómo “decirlo” a su amiga serpiente. Su amiga, por Dios. Si alguien lo
oyera, llamaría a un manicomio. Y, como siempre, recogió algo de leche y un
trozo de pollo fresco: seguro que a ella le encantaría comer algo diferente.
La frontera aparentemente estaba tranquila. De
ambos lados se veían manadas de antílopes pastando. Nunca vio nada parecido,
pero él no era un zoólogo. Lo más importante que no había señales de los basmachy.
La cobra apareció, sin embargo, no se echó en
la piedra, como siempre, sino que se acercó a Mikolay y se levantó delante de
él con toda su altura y abrió el capuchón.
Sacó su lengua y sus peligrosos colmillos, llenos de veneno, quedaron a
la vista. El soldado creyó morir ahí mismo. ¿Por qué después de tantos meses lo
querría atacar ahora? Tenía pánico y se quedó congelado en el mismo sitio,
segundos, minutos… ¿Horas? Cada vez que quería moverse, la cobra le cerraba el
paso con la postura amenazante. De repente, desapareció.
Mikolay cayó de rodillas y lloró. Apenas le
quedaban fuerzas. Pasó la noche encogido, muerto de miedo y frío. Por la mañana
el compañero de recambio no vino. Sin agua y comida quedó esperando cinco
horas más. La radio no contestaba. Disparó las bengalas. Nada. Estaba solo.
Decidió volver al fortín por su cuenta.
Desde lejos vio una columna de humo y varios
buitres sobrevolando la zona. Ahí estaba el cuartel. Según se acercaba veía los
cuerpos de civiles y su ganado desperdigados por la carretera. El fortín estaba
casi destruido. En los postes que quedaban en pie, colgaban los cuerpos de los oficiales.
El olor fuerte de sangre y vísceras sobrevolaba aquel dantesco espectáculo. Los
niños con sus madres, tirados como los despojos. Los soldados, fusilados frente
la pared del campo de futbol. Ni los perros sobrevivieron. Deambuló entre las
ruinas, buscando a alguien con vida. No encontró a nadie. Y si él estuviera
aquí, también estaría muerto. La sospecha de que la cobra le salvó la vida, lo
dejó estupefacto. ¿Cómo podía ser? Era del todo imposible. Después de comprobar
que la línea telefónica estaba cortada y el poste de la radio, reducido a un
amasijo de hierro, se desmayó…
Ya había anochecido, cuando terminó de
recoger y colocar los cuerpos en el edificio del comedor, que todavía quedaba
en pie. Su cansancio superaba el nivel del aguante de un ser humano normal. El
olor de cuerpos en descomposición ya era parte de él. Aun así, no podía
dejarles tirados, ya que las manadas de chacales empezaban a rodear el fortín
en busca de comida fácil.
Con primeros rayos de sol, emprendió la
marcha a la ciudad más cercana para avisar a las autoridades.
Nadie le creyó. Los oficiales de la policía
militar se turnaban con los agentes de la NKVD. La historia que contaba soldado
Mikolay Kirilenko no tenía sentido. Lo encerraron en el calabozo por abandonar su
destacamento y dejar la frontera desprotegida.
Llevaba encerrado ya una semana. Los
interrogatorios lo tenían hecho polvo. Llegó a cuestionarse a sí mismo sobre lo
que había pasado. Pero docenas de muertos y sus cuerpos, sí eran reales. ¿Y la
serpiente?…
—Psss, chaval. Oye, aquí, al lado. Oí a los
guardias. Te van a llevar a la capital. Diles que todo era un error o una imaginación
tuya. Si te declaran loco, quedarás encerrado en un manicomio. De ahí no
saldrás. Mejor en una prisión, te lo digo por experiencia. Dajima, la Guardiana
del desierto, te ha escogido por algo. Te ha protegido. Vivirás. No es una
cobra cualquiera…
Los principios de los cincuenta eran muy
difíciles, posguerra, escasos recursos y demasiados enemigos. La investigación de
aquella matanza ha sido secreta, ya que los de arriba no tenían ganas de airear
un fallo tan grande en la frontera con Afganistán. Los basmachy llevaban
meses preparando esta incursión. Habían reunido centenares de los antílopes y
las pasaban de un lado a otro de la frontera para despistar a los soviéticos.
Hasta que aquella terrible noche, la han cruzado a caballo, escondidos entre los
animales salvajes. Los tres puestos de vigilancia quedaron arrasados. El
cuarto, de Mikolay, no. ¿No lo han visto? ¿El enemigo no tenía la información?
Solo un joven soldado sabía la verdad. No le creyeron. Por esto, mi abuelo,
aquel chico ucraniano, pasó diez años en el Gulag por ser “traidor a la patria”
…
Nota de autor: basmachy
– hoy en día los llamamos “talibanes”.
Tenía cosas por las que temer, y no la serpiente precisamente. Es una gran historia.
ResponderEliminarAsí es. Muchas gracias, Cabrónidas por leerme y comentar.
EliminarUn abrazo.
La lectura de esta historia me ha atrapado de principio a fin. ¡Cuanto realismo! ¡Cuánta verdad! Me ha encantado precisamente por la dureza de una historia tan auténtica.
ResponderEliminarHola, María Pilar.
EliminarHay algo cierto en mi historia. Como dicen los buenos escritores: "escribe sobre los que sabes". Y en una parte es la historia de mi abuelo.
Un abrazo y gracias por la visita.
Maravillosas historias me atrapan de principio a a fin felicitaciones, sigue escribiendo.
ResponderEliminarMuchísimas gracias por leerme.
EliminarUn saludo.
Me gusto la narracion
EliminarGracias ami me encanta leer pues me gusta imaginar todo lo que leo como si lo viera Dios lo bendiga y siga escribiendo que yo en especial no me pierdo ninguna historia gracias
ResponderEliminarMuchísimas gracias por leerme y comentar.
EliminarUn saludo.
Felicidades muy buena y bonita historia, me atrapó de principio a fin. Me fui imaginando lo que leía y me encantó. Gracias por compartir
ResponderEliminarGracias por tomar el tiempo para leer mi historia.
EliminarUn saludo.
Excelente!!!
ResponderEliminarMuchísimas gracias.
EliminarUn saludo.
Me encantó la narración.Gracias.
ResponderEliminarMuchas gracias por leerme.
EliminarUn saludo
Excelente me gusto,me encanta leer,felicitaciones
ResponderEliminarMuchísimas gracias.
EliminarSaludos.
Muy bonita esta historia sigue adelante gracias
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