2 de noviembre de 2023

La Guardiana del desierto

  

    La guardiana del desierto





Hoy le toca estar de guardia.
   Desde que lo destinaron al cuartel, uno de tantos, repartidos por la interminable frontera sur de la Unión Soviética, era su primera vez. Los compañeros le tomaban el pelo con los fantasmas del desierto y las docenas de bichos que podían matarle antes que un basmach. Avisos de no acostarse en el suelo raso, cerrar bien la tienda de campaña, mirar dentro de las botas… en forma de carteles, intentaban salvar la vida a los jóvenes soldados, venidos desde toda la URSS.
   Mikolay era un chaval del Norte de Ucrania, donde los campos dorados de trigo y los prados de un verde intenso se entremezclaban con los lagos y ríos. Al cumplir los dieciocho le ha tocado el servicio militar obligatorio.  Aquello le gustaba. Era una oportunidad de conocer las tierras lejanas y probarse a sí mismo como un hombre. Descontando las novatadas y la poca variedad de comida, él estaba contento. Y hoy, por fin, estaría en el desierto, protegiendo la frontera, en compañía de su AK-47, la radio, los prismáticos y dos bengalas que tenía que disparar si detectara algún movimiento sospechoso desde el lado enemigo, Afganistán. La frontera era una franja de tierra de unos veinte metros de ancho con el perfecto dibujo rayado. Si alguien la cruzara, enseguida se vería el rastro. Bajo su vigilancia estaban dos kilómetros de aquella interminable cinta.
   El sol, colgado sobre la cabeza de Mikolay, le hacía sudar a mares y cada poco tenía que secar los ojos para poder usar los prismáticos. Faltaban un par de horas para la bendecida sombra del risco que se elevaba a su lado derecho. Hasta entonces, tenía que aguantarse, bajo las capas de camuflaje.
   Por fin, el último rayo matador se escondió y Mikolay pudo respirar un halo del aire fresco. Cuando pisó por vez primera el desierto, su aroma especiado lo mareó. El chico del Norte quedó sobrecogido por su inmensidad e intenso calor. Aquí no había lugar para la debilidad y falsos pasos. El desierto podía matarte, enterrarte o, simplemente, dejarte ciego.
   Un ruido suave, de algo que se arrastra, le hizo estremecer. Giro la cabeza. Justo a su derecha, en una piedra plana, vio a una enorme cobra Real, enroscada en infinitos círculos. Su cabeza decorada con dos marcas doradas se apoyaba en su cuerpo. Y sus ojos de amarillo, más intenso que nunca haya visto, estaban fijos en él. El reptil encontró la sombra.
   El soldado quedó muy, pero que muy quieto, apenas sin respirar. Sabía que en unos segundos estaría muerto. Cerró los ojos. Muy fuerte. Todas las oraciones conocidas inundaron su cabeza. Ahora sabía lo que se siente antes de morir. «Por Dios, no he pedido que Masha se case conmigo. Y mi mamá, no lo soportará. Y mi padre. Soy hijo único. Dios, ayúdame».
   Segundos pasaban y la muerte no venía.
   Abrió los ojos. La serpiente ya no estaba ahí y en su lugar había un conejo muerto.
   Esperó un poco más. Ya estaba casi de noche cuando decidió a acercarse a la presa. El animalito todavía estaba templado. No tenía huella de mordedura. Su cabeza colgaba del cuello roto.
   Mikolay no lo podía creer. Era del todo imposible que la serpiente más venenosa de aquellos parajes y que solía matar a todo el ser viviente, no lo atacara. Y lo más insólito, que le haya dejado un presente.
   Muchacho decidió no contárselo a nadie. No quería que lo tomaran por un loco. Todo ha sido un sueño raro. Y lo del conejo. Bah. Dirá que lo ha cazado él mismo. Seguro que en la cocina le darán las gracias.
   A la siguiente guardia, él ya estaba preparado para el encuentro. Escribió cartas a sus padres y a aquella muchacha de ojos verdes, a la que amaba con locura y no se atrevía a pedir que se case con él. Por timidez. Por bobo. Ya ni sabía la razón.
   Al hacer la ronda, se fijó que las perfectas líneas de la frontera estaban marcadas con huellas de algún tipo de antílope. Y a unos cien metros vio una manada que saltaba hacia el territorio afgano. Avisó por la radio y apuntó la hora y el lugar del incidente.
   Cuando el sol tocó el risco y la pequeña sombra se proyectó sobre “la piedra de la serpiente”, él dejó un cuenco con leche que sacó a escondidas de la cocina. Hay que ser agradecido.
   Rodeado de sombras, esperó por su visitante peligrosa.
   La cobra apareció como un fantasma. Bebió la leche y de nuevo se enroscó sin quitar sus ojos de Mikolay.   
   El soldado volvió a rezar y esta vez, se santiguó con un gesto lento, por si estos eran sus últimos minutos en el mundo. Nada pasó.
   Al entrar la noche, la cobra desapareció y en su sitio de nuevo había un conejo.
   Y así, pasaron semanas: cada vez que Mikolay estaba de guardia, lo acompañaba la serpiente. Él ya le hablaba por bajito y ella, como si lo escuchara, sacaba su lengua bífida, pero sin el menor gesto de querer matarlo.
   Los antílopes otra vez cruzaron la frontera, pero hacia el lado soviético. Los compañeros decían que estarían migrando o algo así. Aunque estas idas y venidas eran del todo inusuales.
   Al muchacho quedaba una semana de servicio y no sabía cómo “decirlo” a su amiga serpiente. Su amiga, por Dios. Si alguien lo oyera, llamaría a un manicomio. Y, como siempre, recogió algo de leche y un trozo de pollo fresco: seguro que a ella le encantaría comer algo diferente.
   La frontera aparentemente estaba tranquila. De ambos lados se veían manadas de antílopes pastando. Nunca vio nada parecido, pero él no era un zoólogo. Lo más importante que no había señales de los basmachy.
   La cobra apareció, sin embargo, no se echó en la piedra, como siempre, sino que se acercó a Mikolay y se levantó delante de él con toda su altura y abrió el capuchón.  Sacó su lengua y sus peligrosos colmillos, llenos de veneno, quedaron a la vista. El soldado creyó morir ahí mismo. ¿Por qué después de tantos meses lo querría atacar ahora? Tenía pánico y se quedó congelado en el mismo sitio, segundos, minutos… ¿Horas? Cada vez que quería moverse, la cobra le cerraba el paso con la postura amenazante. De repente, desapareció.
   Mikolay cayó de rodillas y lloró. Apenas le quedaban fuerzas. Pasó la noche encogido, muerto de miedo y frío. Por la mañana el compañero de recambio no vino. Sin agua y comida quedó esperando cinco horas más. La radio no contestaba. Disparó las bengalas. Nada. Estaba solo. Decidió volver al fortín por su cuenta.
   Desde lejos vio una columna de humo y varios buitres sobrevolando la zona. Ahí estaba el cuartel. Según se acercaba veía los cuerpos de civiles y su ganado desperdigados por la carretera. El fortín estaba casi destruido. En los postes que quedaban en pie, colgaban los cuerpos de los oficiales. El olor fuerte de sangre y vísceras sobrevolaba aquel dantesco espectáculo. Los niños con sus madres, tirados como los despojos. Los soldados, fusilados frente la pared del campo de futbol. Ni los perros sobrevivieron. Deambuló entre las ruinas, buscando a alguien con vida. No encontró a nadie. Y si él estuviera aquí, también estaría muerto. La sospecha de que la cobra le salvó la vida, lo dejó estupefacto. ¿Cómo podía ser? Era del todo imposible. Después de comprobar que la línea telefónica estaba cortada y el poste de la radio, reducido a un amasijo de hierro, se desmayó…
   Ya había anochecido, cuando terminó de recoger y colocar los cuerpos en el edificio del comedor, que todavía quedaba en pie. Su cansancio superaba el nivel del aguante de un ser humano normal. El olor de cuerpos en descomposición ya era parte de él. Aun así, no podía dejarles tirados, ya que las manadas de chacales empezaban a rodear el fortín en busca de comida fácil.
   Con primeros rayos de sol, emprendió la marcha a la ciudad más cercana para avisar a las autoridades.
   Nadie le creyó. Los oficiales de la policía militar se turnaban con los agentes de la NKVD. La historia que contaba soldado Mikolay Kirilenko no tenía sentido. Lo encerraron en el calabozo por abandonar su destacamento y dejar la frontera desprotegida.
  Llevaba encerrado ya una semana. Los interrogatorios lo tenían hecho polvo. Llegó a cuestionarse a sí mismo sobre lo que había pasado. Pero docenas de muertos y sus cuerpos, sí eran reales. ¿Y la serpiente?…
   —Psss, chaval. Oye, aquí, al lado. Oí a los guardias. Te van a llevar a la capital. Diles que todo era un error o una imaginación tuya. Si te declaran loco, quedarás encerrado en un manicomio. De ahí no saldrás. Mejor en una prisión, te lo digo por experiencia. Dajima, la Guardiana del desierto, te ha escogido por algo. Te ha protegido. Vivirás. No es una cobra cualquiera…
 
   Los principios de los cincuenta eran muy difíciles, posguerra, escasos recursos y demasiados enemigos. La investigación de aquella matanza ha sido secreta, ya que los de arriba no tenían ganas de airear un fallo tan grande en la frontera con Afganistán. Los basmachy llevaban meses preparando esta incursión. Habían reunido centenares de los antílopes y las pasaban de un lado a otro de la frontera para despistar a los soviéticos. Hasta que aquella terrible noche, la han cruzado a caballo, escondidos entre los animales salvajes. Los tres puestos de vigilancia quedaron arrasados. El cuarto, de Mikolay, no. ¿No lo han visto? ¿El enemigo no tenía la información? Solo un joven soldado sabía la verdad. No le creyeron. Por esto, mi abuelo, aquel chico ucraniano, pasó diez años en el Gulag por ser “traidor a la patria” …
  
 
   



                                                  02/11/2023, Gijón

 

Nota de autor: basmachy – hoy en día los llamamos “talibanes”.

18 comentarios:

  1. Tenía cosas por las que temer, y no la serpiente precisamente. Es una gran historia.

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    1. Así es. Muchas gracias, Cabrónidas por leerme y comentar.
      Un abrazo.

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  2. La lectura de esta historia me ha atrapado de principio a fin. ¡Cuanto realismo! ¡Cuánta verdad! Me ha encantado precisamente por la dureza de una historia tan auténtica.

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    1. Hola, María Pilar.
      Hay algo cierto en mi historia. Como dicen los buenos escritores: "escribe sobre los que sabes". Y en una parte es la historia de mi abuelo.
      Un abrazo y gracias por la visita.

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  3. Maravillosas historias me atrapan de principio a a fin felicitaciones, sigue escribiendo.

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  4. Gracias ami me encanta leer pues me gusta imaginar todo lo que leo como si lo viera Dios lo bendiga y siga escribiendo que yo en especial no me pierdo ninguna historia gracias

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  5. Felicidades muy buena y bonita historia, me atrapó de principio a fin. Me fui imaginando lo que leía y me encantó. Gracias por compartir

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  6. Me encantó la narración.Gracias.

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  7. Excelente me gusto,me encanta leer,felicitaciones

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  8. Muy bonita esta historia sigue adelante gracias

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