La
primavera en mí
Los primeros rayos de sol, al principio con timidez, y
después con más alegría, empiezan a besar el encaje blanco de los árboles
dormidos. La cálida luz traspasa las ramas y dibuja en la nieve unas
intrincadas figuras. Y, poco a poco, el sonido de las gotas llena el aire con
la melodía de la primavera. Pim pam, pim pam, pim pam… La corteza se vuelve oscura
por la humedad. Las ramas, desprendiéndose del peso, se enderezan con alivio.
Algunas, ya rotas, pierden su preciada savia. Unas caerán al suelo y se
pudrirán, otras, con un poder inexplicable, curarán sus heridas y volverán a
llenarse de tiernas hojas.
Los diamantes
de la nieve se resisten al desvanecimiento y brillan con la fuerza de un animal
herido. En algunos lugares ya se asoma la tierra. El musgo verde esmeralda
retiene las gotas de agua. De vez en cuando se ven las delicadas campanillas de invierno. Son las primeras flores al salir de la tierra dormida. Algunas brotan
de entre el manto blanco. Con sus verdes y finas hojas crean un contraste lleno
de vida. Su tallo delgado aguanta una preciosa florecilla blanca, que cabecea
al vaivén de la brisa. Su aroma sutil y ligeramente dulce, se expande por el
bosquecito.
Ahí se ve un carbonero.
Y otro… Y otro… Son pequeñas aves, muy guapas y espabiladas, que, con las plumas
de azul y amarillo, destacan sobre el fondo blanco. Sus trinos, ahora más
alegres, cantan las alabanzas a la primavera. Ellos también se han cansado del
frío.
Solo a unos
pasos más allá, justo detrás del viejo roble, se oye el susurro del agua. El
riachuelo, libre de hielo, se abre el camino entre la nieve y divide el claro
del bosque con un corte irregular. En unos días, crecerá, se desbordará y
correrá hacia el sur, entregándose al Gran Río. Y de ahí, al mar.
Cómo pasa el
tiempo. Ya ni me acuerdo de cuantos de estos despertares yo he visto. Al
trigésimo segundo dejé de contar. A estas alturas ya conozco todos los árboles,
sus ramas, las flores, las aves y hasta algún que otro ciervo. Los zorros y
lobos, nunca se quedan. No les gusta mucho esta parte del bosque. Y los
comprendo. Sé que me tienen miedo. No creo que sea algo personal. Es más bien
por su instinto.
Me encanta la
venida de primavera. A través de los árboles puedo observar qué hay más allá.
En invierno, todo es monocolor. Pero ahora, veo manchas oscuras y verdes de la
tierra. Los sonidos y olores me traen a la memoria cosas… Las bellas cosas que he
vivido. Aunque poco a poco mis recuerdos se desdibujan como las huellas en la
nieve que se derrite.
¡Ah!, qué
pena es la mía por no poder ir más allá de este montículo. Mi destino y castigo
es dar vueltas y vueltas a su alrededor. Estoy anclado a él … Para siempre. Es donde
yazco. Esta es mi tumba…
06/11/2024, Gijón