6 de noviembre de 2024

La primavera en mí

 La primavera en mí




Los primeros rayos de sol, al principio con timidez, y después con más alegría, empiezan a besar el encaje blanco de los árboles dormidos. La cálida luz traspasa las ramas y dibuja en la nieve unas intrincadas figuras. Y, poco a poco, el sonido de las gotas llena el aire con la melodía de la primavera. Pim pam, pim pam, pim pam… La corteza se vuelve oscura por la humedad. Las ramas, desprendiéndose del peso, se enderezan con alivio. Algunas, ya rotas, pierden su preciada savia. Unas caerán al suelo y se pudrirán, otras, con un poder inexplicable, curarán sus heridas y volverán a llenarse de tiernas hojas.
   Los diamantes de la nieve se resisten al desvanecimiento y brillan con la fuerza de un animal herido. En algunos lugares ya se asoma la tierra. El musgo verde esmeralda retiene las gotas de agua. De vez en cuando se ven las delicadas campanillas de invierno. Son las primeras flores al salir de la tierra dormida. Algunas brotan de entre el manto blanco. Con sus verdes y finas hojas crean un contraste lleno de vida. Su tallo delgado aguanta una preciosa florecilla blanca, que cabecea al vaivén de la brisa. Su aroma sutil y ligeramente dulce, se expande por el bosquecito.
   Ahí se ve un carbonero. Y otro… Y otro… Son pequeñas aves, muy guapas y espabiladas, que, con las plumas de azul y amarillo, destacan sobre el fondo blanco. Sus trinos, ahora más alegres, cantan las alabanzas a la primavera. Ellos también se han cansado del frío.
   Solo a unos pasos más allá, justo detrás del viejo roble, se oye el susurro del agua. El riachuelo, libre de hielo, se abre el camino entre la nieve y divide el claro del bosque con un corte irregular. En unos días, crecerá, se desbordará y correrá hacia el sur, entregándose al Gran Río. Y de ahí, al mar.
   Cómo pasa el tiempo. Ya ni me acuerdo de cuantos de estos despertares yo he visto. Al trigésimo segundo dejé de contar. A estas alturas ya conozco todos los árboles, sus ramas, las flores, las aves y hasta algún que otro ciervo. Los zorros y lobos, nunca se quedan. No les gusta mucho esta parte del bosque. Y los comprendo. Sé que me tienen miedo. No creo que sea algo personal. Es más bien por su instinto.  
   Me encanta la venida de primavera. A través de los árboles puedo observar qué hay más allá. En invierno, todo es monocolor. Pero ahora, veo manchas oscuras y verdes de la tierra. Los sonidos y olores me traen a la memoria cosas… Las bellas cosas que he vivido. Aunque poco a poco mis recuerdos se desdibujan como las huellas en la nieve que se derrite.
   ¡Ah!, qué pena es la mía por no poder ir más allá de este montículo. Mi destino y castigo es dar vueltas y vueltas a su alrededor. Estoy anclado a él … Para siempre. Es donde yazco. Esta es mi tumba…



06/11/2024, Gijón