En rojo
Llevo media hora delante del armario abierto. ¿Qué
ponerme? ¿Una falda y una blusa a juego? ¿Este vestido de chiffon que me
envuelve como pétalos de rosas? ¿O el pantalón con la camiseta que resaltan mi
figura?
Cada día es
más difícil la elección. Total, ¿para qué? Estoy agobiada… Me siento tan
exhausta. Suena egoísta. Cualquiera puede decir que no soy la única que pasa
por esto. No puedo hablar por los demás. Sé lo que padezco yo… Es como vivir en
el limbo, rememorando los momentos del pasado y agarrándose a los hilos que los unen al de ahora. Sin éxito.
Intento sacar fuerzas para reponerme y fijar una sonrisa en mi cara, marcada con finas arrugas, unas por la edad y otras, por lo que me tocó a vivir. El amor
que siento y que he recibido me empuja adelante, pero tengo momentos de
debilidad y siento lástima de mí.
«¡Basta! ¡Enderézate!
¡Vístete y sal! Vete a verlo, ya es la hora. Seguro que estará como un tigre
enjaulado, marcando los pasos, inquieto y gritando a las cuidadoras».
Las tardes
largas son especialmente difíciles. Y yo no quiero que esté atontado con
pastillas. Un instante de reconocimiento en sus bellos ojos y yo estaré feliz.
Seguiré con nuestra rutina hasta el final…
Y sonará el “Vals
N.2” de Shostakovich al que bailaremos abrazados como aquel día, cuando nos
conocimos. Los cinco maravillosos minutos hasta que él de nuevo volverá a vagar
por el laberinto oscuro de su memoria… Y yo me vestiré de rojo, el único color
que lo hará regresar a mí…