4 de octubre de 2023

El cuento atronador

 

 

   —¡Abuelaaaa! ¡Está tronando!

   —No tendrás miedo, ¿verdad?

   —Noooo. Y Dooby, tampoco tiene miedo. ¿Verdad, Dooby? Buen perrito. Eres muy valiente, igual que yo.

   La pequeña Cristina, con la nariz pegada a la ventana, contemplaba el tremendo aguacero. Con sus deditos intentaba seguir el rastro de las gotas huidizas que resbalaban por el cristal. Los rayos se reflejaban en sus curiosos ojos. Cada vez que tronaba, ella daba un respingo. Con una mano, agarrada al conejo de peluche y con la otra, a su fiel compañero de juegos, Dooby, la niña se sentía protegida.

   —Abuela, ¿de dónde salen los truenos? ¿Y los rayos? ¿Y la lluvia?

   —Cariño, deja que termine de coser y te lo explicaré todo. Hay una gran historia que espera ser contada.

   La pequeña pacientemente se quedó esperando sin quitar la vista de lo que pasaba fuera.

   —Ven, nena. Deja a Dooby y siéntate en mi regazo. ¿Por dónde empiezo? Ah, sí…

   «Muy arriba, en el cielo, más allá de las nubes, escondido en el Valle de Arcoíris, hay un reino. Hace muuucho tiempo ahí gobernaba un Rey muy poderoso. Él tenía tres hijos: los mellizos Trueno y Rayo, y la hija menor, Lluvia. El rey los amaba por igual. Pero los dos hermanos estaban celosos uno de otro y continuamente se peleaban por la atención de su padre. La hermana pequeña se entretenía jugando sin importarle las riñas de los mayores. 

   Los años pasaban y los niños crecían. Los hermanos ya eran hombres y Lluvia se ha convertido en una bella princesa. Trueno y Rayo seguían de malas uno con otro y competían para demostrar al rey quién era el mejor cazador, guerrero o jinete de los Dragones de las Nubes. Cada uno deseaba ser el heredero del trono. Pero al viejo rey esto no le importaba, ya que confiaba en que después de su muerte sus hijos respetarían su decisión».

   Cristina estaba muy absorta y muy queta escuchando, lo que de por sí era un milagro. Abuela sonriente la besó en la coronilla y continuó: «Llegó un día y el rey se puso muy enfermo. Antes de morir llamó a sus tres hijos y les dijo su última voluntad:

   —Hijos, míos. Llegó mi hora para partir al Reino de la Noche Eterna. Dejo todo en vuestras manos para que gobernéis con honor y en paz. Cuidaos unos de otros y del mundo que existe abajo. Mi deseo es que tú, hijo mío Trueno, gobiernes durante los primeros seis meses y tú, mi hijo Rayo, durante siguientes seis. Y así, uno detrás de otro, ocuparéis el trono durante el resto de sus vidas. Y tú, mi queridísima hija Lluvia, te nombro la Cuidadora del Reino, ya que serás la que vigile que tus hermanos cumplan con su tarea.

   El rey falleció y una bella carroza hecha de estrellas lo llevó al Reino de la Noche.

   Los dos hermanos aguantaron sin discutir solo una semana. Después Trueno se fue al Norte y construyó un palacio de hielo. Ahí se refugió con sus tropas y sirvientes. Rayo se fue al Sur. Ahí, en la montaña más alta del mundo, hizo una fortaleza de fuego. Y Lluvia, se quedó en el palacio real de su padre, ya que no quería tomar parte por ningún hermano: los amaba por igual» …

   —Abuelita, yo quiero muchichisimo a mi hermano. Aunque algunas veces se mete conmigo y me quita los juguetes.

   —Y Alex también te quiere —. La sonrisa de la pequeña confirmó que lo sabía perfectamente —. Sigo contando, ya falta poco para el final:

   «Nadie sabe lo que pasó, pero los hermanos declararon guerra el uno al otro. Desde el Castillo Helado del Norte empezaron a volar gigantescos trozos de hielo y desde la fortaleza de Fuego del Sur unos enormes relámpagos salieron a su encuentro. Trueno y Rayo durante días y noches intentaban destruirse mutuamente. Esto provocaba un tremendo ruido que sacudía toda la tierra. La pobre Lluvia, sufriendo por todo este desastre, ya que sus hermanos no le hacían ningún caso, se ponía muy triste y empezaba a llorar: lágrima por lágrima, gota por gota. Algunas veces, lloraba tanto, que inundaba las ciudades enteras.

   Y así, hasta el día de hoy, los dos hermanos descansan para recuperar sus fuerzas y de nuevo continúan con su interminable guerra. Y Lluvia, viendo todo esto, sigue llorando y llorando y llorando…».

   Cristina ya estaba profundamente dormida cuando su abuela terminó el cuento.





 

 

 

FIN