25 de septiembre de 2023

El secreto de mi madre

El secreto de mi madre

  


Como en un sueño entré por la puerta de mi casa. Sabía que tenía que buscar algo. Ah, sí. La ropa. Un vestido, creo. De mi madre. Contemplarla con aquella tela blanca era como verla desnuda. Y ella siempre ha sido muy coqueta.
   En su habitación todo seguía igual: la cama cubierta con un edredón de flores y un libro abierto; en la mesita, un jarrón con tres gerberas rojas; sus zapatillas en la alfombrilla de la cama y tropecientos marcos de fotos en la cómoda.
   Abrí el armario. El olor de su perfume me llenó los pulmones de recuerdos. Toqué su vestido verde con flores bancas diminutas, uno de sus preferidos: lo llevaba puesto cuando cenó por última vez con mi padre. Hace unos once años de aquello. Una americana de mi papá, también guardada para recordar. La gente mayor tiene unas fijaciones que no comprendemos. ¿Pero quién sabe qué tocará a nosotros? Prenda por prenda vi los últimos años de la vida de mi madre. Todo de colores alegres. Ella odiaba el negro.
   Por fin, debajo de una gabardina, encontré lo que buscaba: el vestido azul con lunares blancos. Al sacarlo, al suelo cayó un sobre amarillento. Qué raro. Dentro había una fotografía de una pareja joven: mi mamá y un hombre que no era mi padre. Los dos abrazados y sonriendo con las caras llenas de felicidad. Salí con estupor de mi abotargamiento. ¿Quién era él? ¿No se supone que mis padres se conocieron desde muy jovencitos y eran novios de toda la vida?
   Detrás de la foto con las letras apenas inteligibles estaba escrito: «14 de abril, 1974, Moscú. Olga y Víctor, amor para siempre».
   No entendía nada. Yo nací el veinte de septiembre. ¿Qué hacía mi madre en Moscú unos meses antes? En la foto ya estaría embarazada de mí. Aquello era un error, pero ahora no era el momento de indagar, después del funeral preguntaré a mi tía. Ella sabrá algo, seguro.
   Decenas de caras, algunas desconocidas, estuvieron dándome el pésame. Los de la funeraria y del seguro trajeron un montón de papeles para firmar. Y yo, como en un túnel, solo esperando que llegue el fin de aquello. Deseaba estar a solas con mi mamá para despedirme y disculparme por no pasar mucho tiempo con ella.
   Al día siguiente, iglesia, el cura, el organista y más firmas y pagos. Hay una parte de este proceso que es fría y burocrática, pero inevitable. El sonido de la losa de mármol, cerrando la tumba, dio por finalizada una etapa de mi vida. Adiós, mamá.
   Mi tía me llamó varias veces para ver que tal estaba y si quería tomar un café con ella. Mi madre era su hermana y la pobre lo pasaba fatal. Pero yo necesitaba algo de tiempo para averiguar quién era el tal Víctor. 
   Aproveché los dos días siguientes para registrar todos los papeles de mis padres. Miré en el trastero, la despensa, lo revolví todo. Abrí libro por libro de la enorme biblioteca. Pero sin resultado. Con la foto en la mano llamé a mi tía y avisé que iba a verla.
   —¿Cómo estás, hijo? Pasa. Llevo todos estos días sin pegar el ojo. Dios mío, qué desgracia. Tu madre era más joven que yo y se fue antes. No es normal. Mi querida hermanita —. Sus sollozos me han hecho llorar también.
   —Ya. La vida es así de injusta. Tía, quiero que me cuentes cómo eran mis padres antes de que yo naciera. Encontré esta foto. Mira lo que pone detrás…
     La cara de la mujer mayor se puso pálida.
  —¿De verdad lo quieres saber, hijo? Ya todos están muertos y hay que dejarlos en paz.
  — Por favor, tía. Las fechas no me cuadran. Según esta foto, mi madre ya estaba embarazada de mí. Yo nací en septiembre de ese mismo año. ¿Quién es este hombre? ¿Y mi padre, que pasa con él? Necesito saberlo.
   —Sergey, que en paz descanse, era un buen hombre y tú sabes mejor que nadie, que también era un padre maravilloso. Hizo todo por ti y por tu madre; que los dos seáis felices y con la vida arreglada. Déjalo estar.
   —No puedo, tía. Por favor, cuéntame. Estoy tan confundido con todo y siento que vivía rodeado de mentira.
   —No seas tan injusto con ellos.
   La mujer abrió la puerta del mueble bar y sacó una botella de whisky y dos vasos.
   — Creo que lo vamos a necesitar. Bueno, por donde empiezo… En noviembre de 1973 tu madre se fue a Moscú para un curso. En aquella época tu padre y ella se distanciaron por los estudios. Él se marchó a Polonia por un intercambio el año anterior. Así que se dieron tiempo para dedicarse a sus carreras. Ahí ella conoció a ese chico, Víctor.  Ella misma me confesó que «era el amor de su vida». Así eran sus palabras. No me quería escuchar ni a mí, ni a nuestra madre. Papá, tu abuelo, dijo que la dejemos en paz y que ella ya era mayorcita para saber lo que quería. Él era un periodista. De esos que buscan «cinco pies al gato». Lo que ella no nos contó que Víctor estaba investigando sobre un asesino y violador. Ni la policía, ni sus jefes le creían. Lo tenían por un loco. Víctor estaba obsesionado con la idea que era el mismo asesino que mató y violó a nueve mujeres. Aquellos eran tiempos difíciles y nadie quería pensar que podía existir alguien así. A finales de mayo, él fue a las afueras de Moscú en busca la información sobre un crimen más reciente. Y nunca volvió. Jamás se supo de él. Tu madre estaba desesperada. Tocó en todas las puertas para que lo busquen. Pero las autoridades se rieron en su cara —. Su tía se mojó los labios en el whisky y siguió con el relato —. Al asesino lo detuvieron un par de años después. Había matado y violado a más de treinta mujeres. Víctor tenía razón. Pero nadie lo reconoció. Quedó completamente olvidado. Tú naciste en Moscú. Tu abuelo fue hasta allí a buscarlos. Ahí estabais solos, ya que Víctor era huérfano. Tu padre, Sergey, cuando se enteró de todo, pidió a tu madre en matrimonio. Nunca la dejó de querer. Mi hermana, cabezota ella, lo rechazó por dos veces. Pero tú necesitabas a un padre y él te quiso nada más verte. Y cuando lo llamaste «papá», mi hermana aceptó. Han tenido una buena vida. Muy buena. Aunque la vi alguna vez con esta foto en la mano y la mirada ausente, llena de nostalgia.
   Después de oír toda la historia he podido completar la mía. Por fin comprendí esa parte obsesiva e indagadora de mi carácter que desconfiaba y buscaba la verdad por encima de todo. También, por qué yo no soportaba la injusticia y ponía todas mis fuerzas en la búsqueda y detención de un violador o un asesino. En toda mi familia yo era el primer agente de policía.
 



                                                                                                21/09/2023, Gijón