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29 de enero de 2024
ROJO
13 de diciembre de 2023
Don Alejandro
Don Alejandro
(Serie «El
amor en el ocaso» N.1)
Él decidió
quedarse. No quería dejarla sola, así no. Se sentía culpable por no cuidarla
mejor, por no encontrar los mejores médicos, mejores tratamientos… Cualquier cosa que la salvara. Juntos han perdido la guerra y ella era la víctima.
Se fue tan
joven, tan llena de vitalidad, con tantas cosas por hacer. Maldita sea esta
porquería de vida: los buenos se mueren demasiado pronto y los malnacidos,
pisan la tierra hasta una vejez inmerecida. ¿Qué será de él? ¿Cómo estarán sus
hijos? Sí. Ya son adultos y lo comprenden. Pero él se siente menos hombre por
no proteger a su amor, a su mujer del puto cáncer. Quiere maldecir, pelearse
con alguien y con todos. Destrozar este
negro obelisco dónde está ella…
—Papá, ven a
casa. Ya anochece. Llevas aquí casi cinco horas. Vente conmigo, —su hijo mayor,
Julio, le echó una chaqueta por encima y lo abrazó—. Miguel y Natalia están en
casa esperándote para cenar. Llevas días sin comer en condiciones. Javi se
durmió, pobre. Te esperaba para que le leas un cuento. Ven, por favor.
Con el cuerpo
entumecido le costó caminar hasta el coche: «Así será mi vida —se
estremeció—. Paso a paso hasta que la de
la guadaña me lleve con mi esposa» …
Quince años
de aquello y la puñetera muerte lo sigue esquivando.
Los hijos ya
peinan canas. Su nieto, Javier, en la universidad. Y él, sigue viviendo sin
vivir y a punto de jubilarse. Las veces que soñó con Victoria, su mujer, esta
le pedía que deje de culparse a sí mismo; que viva, que sea feliz, que piense
en sus hijos y nietos. Pero la culpa seguía corroyéndolo por dentro. Sin
embargo, también reconocía que tenía que cambiar y hacer un esfuerzo para que
su vida no sea una mera existencia.
El internet
no era algo nuevo para él. De hecho, le encantaba.
Al mes desde
su jubilación se puso a mirar las motos. Puede ser descabellado para un hombre
de sesenta y pico que nunca montó en una motocicleta. Las “famosas” crisis de
los cuarenta y cincuenta las pasó cuidando de su mujer y criando a los hijos,
así que no ha podido permitirse este lujo.
Después de
mirar decenas de páginas encontró una Harley de segunda mano a buen precio.
Necesitaba algo de restauración y cariño para que volviera a ser una moto de
ensueño. Su nieto mayor estaba encantado. Los hijos y las nueras le llamaron un
“viejo insensato”. Y que “estaba loco
para montar una moto con casi setenta años”. «Bah. No hay quien los entienda —
pensaba —. Se quejan por todo. O no vivo o me arriesgo demasiado».
Un año de
trabajos con la moto en compañía de Javi, hizo que su alma
rejuvenezca. En vez de un nieto, tenía a un amigo joven que lo mantenía al
tanto de las novedades en este mundo tan loco e inmediato. Iba al gimnasio,
empezó a correr, se apuntó a las clases de cocina. Y, madre mía, ahí estaba
rodeado de mujeres. Poco a poco dejo de sentirse culpable y hasta lo divertía
aquello.
Cuando
visitaba la tumba de su esposa, le contaba sus aventuras, aunque sin tener
todavía el valor suficiente para dar un paso a algo más serio. Casi veinte años
después de su muerte, seguía oliendo su inolvidable perfume.
En las clases
conoció a varias mujeres que ahora eran sus amigas. Llegó a valorar tanto su amistad que no
quería estropearla con una relación más personal. Ha sido Javier quien le aconsejó a apuntarse
a una página de citas.
Aquel mundo
le pareció una jungla. Bueno, quizás exagerara un poco. Las fotos de muchos
perfiles no tenían nada que ver con la realidad. Don Alejandro no entendía
tanta impostura: «¿Si ya somos viejos, para qué mentir?»
Ha quedado
con mujeres. Algunas interesantes y con una conversación amena. Otras, tímidas y muy pendientes de sus hijos
y nietos y que no tenían el tiempo para ellas mismas. No comprendía que los
familiares abusasen tanto sin dar la oportunidad a que estas, todavía bonitas
señoras, pudieran disfrutar de la vida.
Ninguna se
atrevió a acompañarlo a dar un paseo en su Harley. Lo miraban como a un loco e
imprudente.
Y así,
pasaron casi seis meses …
El bar no
estaba lleno: se oía la música rock entremezclada con el murmullo de
conversaciones. Don Alejandro buscó una mesa libre y se sentó para esperar a
sus hijos. Tenía ganas de contarles sobre el futuro viaje en moto por Europa
del Este. Sabía que no les iba a gustar, pero este era su deseo. Quería vivir
la aventura de un “viajero solitario”. «Qué juego de palabras más avenido» —.
Esa idea lo hizo sonreír para dentro. Pidió una caña tostada y se puso a leer un
periódico.
—Abuela, “El
amor en el ocaso” no es una tontería. Claro que a la primera no vas a conocer a
tu caballero andante o lo que sea… Ya… Pero tres meses no son nada. Te pido que
esperes un par de semanas, nada más.
La
conversación de la mesa de al lado dejó a nuestro hombre muy intrigado. Él
también estaba apuntado en esta misma página. ¡Qué coincidencia! Se giró y
disimuladamente buscó a la “abuela”.
En la mesa
del fondo había dos mujeres. Una, chica joven, no más de diecinueve o veinte
años y una señora de buen ver. Elegante, pero sin esforzarse. Media melena de
castaño claro. Parece que los ojos eran de color verde. Pequeños, pero bonitos.
Labios color rosa con un toque de brillo. Este efecto le gustó mucho. Cuando
pasaba su mano para colocar el pelo detrás de la oreja derecha, se veía un
pendiente plateado en forma de aro. Aun así, el mechón rebelde, volvía a su sitio.
Y ella, repetía el mismo gesto. A don Alejandro esto pareció muy femenino y
sensual. La camiseta negra de Ramones y la chaqueta de cuero le gritó que la
señora tenía alma roquera. ¡Woow!
Afinó más el
oído a lo que contestaba la “abuela”:
—Bueno,
cariño. Te haré caso. Esperaré. Sin embargo…
—Hola, papá.
Te vemos bien. —Don Alejandro dio un respingo y perdió el hilo de conversación
femenina —¿Tomas otra?
Mientras Juan
y Miguel pedían las consumiciones, las dos mujeres se levantaron para irse.
—Cuenta,
papá. ¿De qué querías hablar con nosotros? —Miguel, repantigado en la silla de
enfrente, le guiñó un ojo—. ¿Conociste a alguien?
—Noooo. ¡Qué
va! Solo quería ver a mis hijos, tomar unas cervezas e ir a picar algo. Hace
tiempo que no charlamos de nuestras cosas.
Mientras
compartía un rato agradable con sus chicos, don Alejandro daba vueltas en la
cabeza sobre aquella mujer y que tenía que encontrarla sin demora. Y que
los dos estuvieran en la misma página era una señal. ¿Por qué no había visto su
perfil antes?
Nada más
llegar a casa, el hombre se puso a buscar a la mujer misteriosa. ¡Por fin!
Su nombre es
Inés. (Muy bonito). Sesenta y ocho años. Viuda. Tiene unos preciosos ojos
verdes. Le gusta el rock. Bailar. Cocinar. Leer. Tomar una copa de vino en una
agradable compañía. Le encantaría vivir aventuras. Su lema: «La edad no es
importante, sino la actitud».
¡Una mujer
perfecta! Tenía ganas de conocerla en persona y confirmar la extraña sensación
que tuvo al verla en el bar.
Dicho y
hecho. Nuestro caballero le escribió un mensaje con la esperanza que lo lea
pronto y acepte la invitación:
«Estimada Señora.
Para mí sería un enorme placer poder conocerla en persona. Ya no somos
jovencitos para perder el tiempo en un chat. Me quedo a su disposición para que
elija la hora, el día y el lugar. Espero su respuesta.
Un cariñoso saludo, Alejandro Álvarez Fernández» …
13/12/2023, Gijón
(Continúa en «Las citas de la abuela»)
1 de noviembre de 2023
En la consulta
—Bah. Me mandó la mujer a recoger unas recetas. Dijome que vaya en persona, que por más que llama al centro, no le cogen el teléfono.
—Cada vez peor. Citas para todo. Llame que te llame, no contestan. Mira, ahí sale Manolo.
—Hola, Juan, Paco. Vine a por los resultados. El otro día me chuparon la sangre y traje un bote de orina. A saber, qué buscaban estos matasanos. Total, estoy como un roble. Ácido úrico un poco alto, pero con beber mucho líquido, lo tengo controlado. Es lo que dijo la doctora.
—Juan, ¿y tú a qué viniste?
—A por una receta.
—¿Estás malo? ¿Qué tienes?
—Qué va. Ese cuerpo todavía aguanta la marcha. El otro día conocí a una moza por esas cosas de internetes. Me lo enseño mi nieto. Está de buen ver. Tiene sesenta y pico, viuda. Quedamos para tomar un café y nunca se sabe como termina la cosa. Y uno ya no es chaval. Necesito algo de ayuda. A ver si el médico me da pastillitas de esas.
—¡Ostras, Juan! No te irás para casa sin contarnos nada. Te invito a un vino. Hay que beber líquido que me lo mandó la médica.
—¿No será el agua?
—Y yo al siguiente. Pero ni mú a mi mujer. Si les pregunta, he tomado un descafeinado con sacarina.
—Vaya dos. Esperadme en Casa Pepe. No tardo. Y pedid que prepare una tapa de esos torreznos tan ricos que tiene.
Este relato es para el concurso de noviembre del blog El Tintero de Oro.
29 de agosto de 2023
La reunión del banco
—Sí, esa es. ¡Cómo pasa el tiempo!
—¿Pero la Maruja no ha muerto también? Que Señor la acoja en su seno…
—Noooo. Esa era Isabel.
—Paco. ¿Cómo se llamaba la mujer aquella? La mujer del camionero que nos traía el carbón a la fábrica.
—¿Qué camionero? Ah, el fulano aquel, que un día, al dar la marcha atrás, aplastó el nuevo Mercedes del consejero de Industria. ¿Ese?
—Sí, sí. ¡La que se armó! El paisano estuvo preso. ¿No estaba borracho como una cuba? Su mujer había parido y él lo celebró como dos días seguidos. ¡Qué tiempos aquellos!
—Pues murió…
—¿Quién?
—El consejero. ¿Quién si no?
—No lo sabía.
—Ni yo. ¿De qué murió?
—Dicen que de un infarto. Parece que cuando estaba con la querida, lo vio su mujer. En un restaurante de esos, de gente pija. Se armó la marimorena. Volaban las copas y botellas. Vino la Guardia Civil y todo. Parece que el consejero, la mujer y la querida durmieron en el calabozo. En la Comandancia. Al día siguiente, el pobre, murió. Vaya mala suerte que tuvo. No era un mal consejero. No como esos de ahora. Vienen más verdes que la yerba; sin experiencia, solo saben mandar.
—Siii. Ahora todo son esas cosas modernas de los internetes. No quitan los ojos de los chismes. Parecen los caballos, aquellos con anteojeras.
—Pues ha vendido el piso y el bajo, me parece. Y por un buen pellizco.
—¿Quién?
—La viuda del camionero. ¿Juan, sabes cómo se llamaba?
—Maruja.
—Sí, sí, esa. Pues se marchó del barrio. Ahora vive por el Centro y me dijo la mujer del pescadero que por las tardes sale a tomar un chocolate con churros al sitio ese. Uno grande. Al lado de un teatro de esos famosos. Lo tengo en la punta de la lengua. Bah. Ya me acordaré.
—¿A qué estamos hoy?
—Déjame mirar el teléfono. Buena cosa es esa. Te dice el tiempo, calendario y hasta las mareas. Qué pena que en nuestros tiempos no los había. Me lo regaló mi nieto para el cumpleaños. Me dijo que tenía que ser más moderno. Hoy es veintitrés de agosto. Miércoles. El viernes ya se puede cobrar la pensión.
—Cada vez, peor. Ya ni por la ventanilla puedes cobrar.
—Sí. No nos respetan, a los viejos.
—Habrá que levantar el ala. Va a ser la una y media. Mi mujer se cabrea si no vengo a la hora. Dice que soy un egoísta y no valoro su trabajo.
—Yo voy a por el menú. El mesero me lo tendrá ya preparado. ¿Vienes, Juan? Hoy tienen fabas pintas con chorizo.
—¡Vaya, qué pena más grande! Miren esa esquela. ¿Quién será? Es que por el nombre no me doy cuenta.
—Ni yo. Con ochenta años. Qué joven.
—Que sí, sabéis quién es. Es el aquel paisano que…
23/08/2023, Gijón
25 de agosto de 2023
La fuente del tiempo
Me encantaba la fuente. Su agua cristalina llenaba un pequeño estanque y en el centro, una figura de un angelito con alas, cubiertas de verdín. Por encima de su bonita cabeza sostenía un ánfora del cual salía el chorro. Con el sol, el efecto era mágico: las brillantes gotitas saltaban al cielo en colores de arcoíris. Parecían piedras preciosas. Pero cuando yo las tocaba con la mano, solo eran agua…
Han pasado años. Ahora soy algo mayor. Es verano y hace mucho calor. Me rio a carcajadas y a mi lado está un chico, pelirrojo y pecoso. Me dice algo, se mete al estanque e intenta arrancar un nenúfar rosa. Resbala y cae al agua. ¡Será payaso! Me siento feliz…
Un remolino de años y recuerdos me transporta a otra época: a mi lado, justo en el borde del estanque hay un niño pequeño con el pelo como fuego y los ojos verdes. En sus manos, un barquito de papel. Me llama «abuela» y me pide que le enseñe a flotar su pequeña nave blanca. Esta no quiere moverse y los dos nos ponemos perdidos intentando hacer las olas. Nos morimos de risa. Y por armar tanto jaleo, aparece un hombre mayor, con canas entre su pelo zanahoria y risa en los ojos de cielo. En sus manos trae una cesta llena de barquitos de colores…
—Abuela, ven, la comitiva ya sale para el cementerio. Mis padres te están buscando, pero yo sabía que estarías aquí. Este era también un lugar preferido del abuelo. Lo echaré de menos. Tenemos que irnos. Nos esperan.
28 de julio de 2023
Las citas de la abuela
Las citas de la abuela
(Serie «Amor en el ocaso»)
— ¡Sí, amor mío! Eres la única para mí. Te amo, Magnolia. Huye conmigo…
Teléfono…
Echa una mirada de fastidio al techo y pone en pausa la televisión. Será otro vendedor de estos que la tienen harta con tanta llamadita.
— ¡Diga!
— Abuela, soy Lucía.
— Ay, hija mía, perdona. ¿Ha pasado algo?
— No, abuela. Tengo que contarte una cosa. Te veo en un rato.
“Qué raro. ¿Qué será lo que esté tramando mi nieta?”— doña Inés vuelve a dar al “play” y sigue con la escena de los enamorados.
Timbre…
— Hola, abuela. No te enfades conmigo. Lo hice porque te quiero muchísimo. No te pongas nerviosa. O, mejor, siéntate.
La muchacha empieza a dar vueltas por el salón cogiendo y soltando los adornos. La anciana la observa, deseando que rompa alguno. Le faltaba valor para desprenderse de esas chucherías.
— Abuela, desde la muerte del abuelo, vives muy sola. No, no, déjame hablar, porfa. Sí, estamos todos nosotros. Pero no es lo mismo. Necesitas divertirte. Ya, ya, tus amigas. Pero no es lo mismo. ¿Pilates? Ya lo sé. No-es-lo-mis-mo. Necesitas un novio. Respira, abuela. Tampoco es para tanto. Te he apuntado a una página de internet. No te enfades. Es un sitio para la gente sería que busca pareja. Noooo, no son ligues. No te tomo el pelo.
Lucía saca una tablet.
— Mira, abuela. Esta eres tú. Puse la foto de perfil, la más bonita que tienes. Es de las últimas fiestas del pueblo donde llevabas aquel vestido verde que te favorece muchísimo.
Doña Inés se quedó sin palabras. Todavía en su cabeza los enamorados de la novela cabalgaban juntos hacia el ocaso…
— Pues verás, abuela. Tienes varios admiradores que te han mandado corazones. Ahora puedes visitar sus perfiles también. Y si alguno te gusta, le devuelves el corazón. Así podréis chatear y, si te apetece, quedar para conoceros. Te enseño cómo funciona la web y te dejo la tablet.
Después de una clase intensiva y tomando los apuntes, doña Inés se sumergió en el mundo de citas por internet…
Con casi setenta años, todavía estaba de buen ver. Comía sano, hacía ejercicios, leía muchísimo y se interesaba por todo. Añoraba a su Julito, que en paz descanse, pero al mismo tiempo deseaba ese algo que la hiciera vibrar e ilusionarse para lo que le queda de vida o de cabeza.
Durante tres meses siguientes mantuvo conversaciones por internet que acabaron en varios encuentros para tomar un café y pasear, alguna que otra cena y… un tremendo chasco. Nadie le hizo tilín. Lucía le decía que no perdiera la esperanza. Pero ya estaba cansada. Así que decidió darse de baja y volver a la tranquilidad y las novelas románticas.
Entró en su cuenta y vio que tenía un mensaje:
Para mí sería un enorme placer poder conocerla en persona. Ya no somos jovencitos para perder el tiempo en un chat. Me quedo a su disposición para que elija la hora, el día y el lugar. Espero su respuesta.
Un cariñoso saludo, Alejandro Álvarez Fernández».
“Madre
mía —pensó doña Inés—, cuánta caballerosidad y qué
romántico. Bueno, no pierdo nada por ir, aunque sea la última vez”.
Dicho
y hecho.
La
cita sería mañana, a las siete de la tarde, en la terraza de un café
que abrieron hace poco. Estaba algo lejos, pero mejor así.
Se
puso unos vaqueros, que le sentaban estupendamente (Pilates sí que
funciona), blusa blanca, botines camperos y la chaqueta vaquera,
regalo de su nieta. En la espalda tenía escrito: “Las roqueras no
tienen edad”.
Cuando
llegó al café, se fijó en él enseguida. No parecía a nadie a
quien conozca. Camiseta negra. Gafas oscuras. La barba bien recortada
de color blanco inmaculado. Brazos con tatuajes. En la mesa, una rosa
roja.
Cuando
la vio, se levantó, se quitó las gafas y los ojos de color azul cielo,
rodeados de finas arrugas, han acompañado a su bonita sonrisa.
—
Hola, Inés. Es un placer conocerte en persona. Soy Alejandro, pero
los amigos me llaman Alex. ¿Nos sentamos?
La
charla agradable empezó a fluir como el agua. Él tenía setenta años,
también viudo, con dos hijos adultos y un nieto. Le gustaba el
deporte, viajar, leer y la cocina. Y algún día le encantaría
cocinar para ella.
Doña
Inés estaba en las nubes. Era un hombre casi perfecto.
Cuando
llegó la hora de despedirse, él se ofreció a acercarla hasta su
casa. A no ser, que ella tenía miedo de montarse en una moto.
Por
Dios, ¡no!
Después,
doña Inés se subió al corcel metálico y se abrazó fuertemente a
la ancha espalda de su galán. Y, con el rugido del motor, los dos
“cabalgaron” hacia el ocaso…
FIN
28/07/2023, Gijón
20 de junio de 2023
Buenos vecinos
Ahora podrá subir a la finca y, sin que nadie lo vea, recolocar el palo que marca la frontera entre sus tierras. En la última tala de eucaliptos, hace un mes, lo vio en su sitio. O no. No estaba seguro. Pero la semana pasada, cuando subió al monte, el palo no estaba. Alguien lo hizo desaparecer. Su hijo le insistía cada poco que apuntara las coordenadas por el GPS y pusiera algo más permanente, como un poste de hormigón. Las cosas modernas no iban con él y no quería gastar el dinero a lo tonto. Una buena rama de madera, con un trapo, era todo lo que necesitaba. Nadie se atrevería moverla o quitarla de su ubicación. La palabra de un paisano y un apretón de manos le valían más que una firma.
Manolo, su anterior vecino, murió y sus hijos vendieron la casa y el terreno del monte a uno que vino de la capital “para buscar la vida tranquila”. No pintaba nada aquí. Él deseaba aquellos terrenos, pero los herederos pedían demasiado. Seguro que no querían venderlos a él. Desgraciados.
La sospecha que el nuevo quería robarle sus tierras no le dejaba dormir. Pasaba las noches en vela. Se sentía agobiado y lleno de ira.
Dejó su coche entre los árboles para hacer el resto del camino a pie. El teléfono otra vez. Con esta ya son dos llamadas perdidas de su hijo. Ya le llamará más tarde.
- Hola, señor Juan.
Es él, el nuevo.
- Qué raro. No veo la marca entre nuestras fincas. ¿Sabrá usted algo?
“Mentiroso. Me miras a la cara y mientes como un bellaco” - pensó -. “Y ahora, ¿qué narices haces aquí? ¿No ibas al pueblo?”
- Cuando vine para contrastar los límites con la escritura, había un palo con algo blanco.
- Sí. La marca. Siempre estuvo aquí. De toda la vida. Mira por ahí, más abajo. Igual la ves.
El vecino le dio la espalda y se inclinó para mirar entre los matorrales. El golpe seco, fuerte, justo debajo de la nuca, lo empujó ladera abajo...
El corazón de Juan empezó a palpitar a mil por hora. El martillo resbaló de sus manos. El sudor frío bajó por su espalda mojando los calzoncillos. El sonido del teléfono casi le hace caer para hacer la compañía al otro.
- Diga.
- Hola, papá. Perdona por molestarte, igual estas con tu siesta. Yo ando muy liado, por esto se me olvidó decirte, que al final he apuntado las coordenadas del GPS de estos palos que marcan la finca del monte. Hace una semana subí con un compañero del curro. Y al girar el coche, rompimos uno que estaba justo en el camino. Pero no te preocupes, el punto exacto lo tengo apuntado. Este finde paso por ahí y lo volveremos a colocar. Si tú quieres…
20/06/2023, Gijón
30 de mayo de 2023
Amor en el olvido
30/05/2023, Gijón
13 de mayo de 2023
Me voy...
12 de mayo de 2023
Tamara
19 de octubre de 2022
Extraña pareja