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29 de enero de 2024

ROJO

 

Llevo media hora delante del armario abierto. ¿Qué ponerme? ¿Una falda y una blusa a juego? ¿Este vestido de chiffon que me envuelve como pétalos de rosas? ¿O el pantalón con la camiseta que resaltan mi figura?
   Cada día es más difícil la elección. Total, ¿para qué? Estoy agobiada… Me siento tan exhausta. Suena egoísta. Cualquiera puede decir que no soy la única que pasa por esto. No puedo hablar por los demás. Sé lo que padezco yo… Es como vivir en el limbo, rememorando los momentos del pasado y agarrándose a los hilos que los unen al de ahora. Sin éxito.
   Intento sacar fuerzas para reponerme y fijar una sonrisa en mi cara, marcada con finas arrugas, unas por la edad y otras, por lo que me tocó a vivir. El amor que siento y que he recibido me empuja adelante, pero tengo momentos de debilidad y siento lástima de mí.
   «¡Basta! ¡Enderézate! ¡Vístete y sal! Vete a verlo, ya es la hora. Seguro que estará como un tigre enjaulado, marcando los pasos, inquieto y gritando a las cuidadoras».
   Las tardes largas son especialmente difíciles. Y yo no quiero que esté atontado con pastillas. Un instante de reconocimiento en sus bellos ojos y yo estaré feliz. Seguiré con nuestra rutina hasta el final…
   Y sonará el “Vals N.2” de Shostakovich al que bailaremos abrazados como aquel día, cuando nos conocimos. Los cinco maravillosos minutos hasta que él de nuevo volverá a vagar por el laberinto oscuro de su memoria… Y yo me vestiré de rojo, el único color que lo hará regresar a mí…




13 de diciembre de 2023

Don Alejandro

 

Don Alejandro

(Serie «El amor en el ocaso» N.1)

 

   Ya se han ido todos.

   Él decidió quedarse. No quería dejarla sola, así no. Se sentía culpable por no cuidarla mejor, por no encontrar los mejores médicos, mejores tratamientos… Cualquier cosa que la salvara. Juntos han perdido la guerra y ella era la víctima.

   Se fue tan joven, tan llena de vitalidad, con tantas cosas por hacer. Maldita sea esta porquería de vida: los buenos se mueren demasiado pronto y los malnacidos, pisan la tierra hasta una vejez inmerecida. ¿Qué será de él? ¿Cómo estarán sus hijos? Sí. Ya son adultos y lo comprenden. Pero él se siente menos hombre por no proteger a su amor, a su mujer del puto cáncer. Quiere maldecir, pelearse con alguien y con todos.  Destrozar este negro obelisco dónde está ella…

   —Papá, ven a casa. Ya anochece. Llevas aquí casi cinco horas. Vente conmigo, —su hijo mayor, Julio, le echó una chaqueta por encima y lo abrazó—. Miguel y Natalia están en casa esperándote para cenar. Llevas días sin comer en condiciones. Javi se durmió, pobre. Te esperaba para que le leas un cuento. Ven, por favor. 

   Con el cuerpo entumecido le costó caminar hasta el coche: «Así será mi vida —se estremeció—.  Paso a paso hasta que la de la guadaña me lleve con mi esposa» …

   Quince años de aquello y la puñetera muerte lo sigue esquivando.

   Los hijos ya peinan canas. Su nieto, Javier, en la universidad. Y él, sigue viviendo sin vivir y a punto de jubilarse. Las veces que soñó con Victoria, su mujer, esta le pedía que deje de culparse a sí mismo; que viva, que sea feliz, que piense en sus hijos y nietos. Pero la culpa seguía corroyéndolo por dentro. Sin embargo, también reconocía que tenía que cambiar y hacer un esfuerzo para que su vida no sea una mera existencia.

   El internet no era algo nuevo para él. De hecho, le encantaba.

   Al mes desde su jubilación se puso a mirar las motos. Puede ser descabellado para un hombre de sesenta y pico que nunca montó en una motocicleta. Las “famosas” crisis de los cuarenta y cincuenta las pasó cuidando de su mujer y criando a los hijos, así que no ha podido permitirse este lujo.

   Después de mirar decenas de páginas encontró una Harley de segunda mano a buen precio. Necesitaba algo de restauración y cariño para que volviera a ser una moto de ensueño. Su nieto mayor estaba encantado. Los hijos y las nueras le llamaron un “viejo insensato”.  Y que “estaba loco para montar una moto con casi setenta años”. «Bah. No hay quien los entienda — pensaba —. Se quejan por todo. O no vivo o me arriesgo demasiado».

   Un año de trabajos con la moto en compañía de Javi, hizo que su alma rejuvenezca. En vez de un nieto, tenía a un amigo joven que lo mantenía al tanto de las novedades en este mundo tan loco e inmediato. Iba al gimnasio, empezó a correr, se apuntó a las clases de cocina. Y, madre mía, ahí estaba rodeado de mujeres. Poco a poco dejo de sentirse culpable y hasta lo divertía aquello.

   Cuando visitaba la tumba de su esposa, le contaba sus aventuras, aunque sin tener todavía el valor suficiente para dar un paso a algo más serio. Casi veinte años después de su muerte, seguía oliendo su inolvidable perfume.

   En las clases conoció a varias mujeres que ahora eran sus amigas.  Llegó a valorar tanto su amistad que no quería estropearla con una relación más personal.  Ha sido Javier quien le aconsejó a apuntarse a una página de citas.

   Aquel mundo le pareció una jungla. Bueno, quizás exagerara un poco. Las fotos de muchos perfiles no tenían nada que ver con la realidad. Don Alejandro no entendía tanta impostura: «¿Si ya somos viejos, para qué mentir?»

   Ha quedado con mujeres. Algunas interesantes y con una conversación amena.  Otras, tímidas y muy pendientes de sus hijos y nietos y que no tenían el tiempo para ellas mismas. No comprendía que los familiares abusasen tanto sin dar la oportunidad a que estas, todavía bonitas señoras, pudieran disfrutar de la vida.

   Ninguna se atrevió a acompañarlo a dar un paseo en su Harley. Lo miraban como a un loco e imprudente.

   Y así, pasaron casi seis meses …

   El bar no estaba lleno: se oía la música rock entremezclada con el murmullo de conversaciones. Don Alejandro buscó una mesa libre y se sentó para esperar a sus hijos. Tenía ganas de contarles sobre el futuro viaje en moto por Europa del Este. Sabía que no les iba a gustar, pero este era su deseo. Quería vivir la aventura de un “viajero solitario”. «Qué juego de palabras más avenido» —. Esa idea lo hizo sonreír para dentro. Pidió una caña tostada y se puso a leer un periódico.

   —Abuela, “El amor en el ocaso” no es una tontería. Claro que a la primera no vas a conocer a tu caballero andante o lo que sea… Ya… Pero tres meses no son nada. Te pido que esperes un par de semanas, nada más.

   La conversación de la mesa de al lado dejó a nuestro hombre muy intrigado. Él también estaba apuntado en esta misma página. ¡Qué coincidencia! Se giró y disimuladamente buscó a la “abuela”.

   En la mesa del fondo había dos mujeres. Una, chica joven, no más de diecinueve o veinte años y una señora de buen ver. Elegante, pero sin esforzarse. Media melena de castaño claro. Parece que los ojos eran de color verde. Pequeños, pero bonitos. Labios color rosa con un toque de brillo. Este efecto le gustó mucho. Cuando pasaba su mano para colocar el pelo detrás de la oreja derecha, se veía un pendiente plateado en forma de aro. Aun así, el mechón rebelde, volvía a su sitio. Y ella, repetía el mismo gesto. A don Alejandro esto pareció muy femenino y sensual. La camiseta negra de Ramones y la chaqueta de cuero le gritó que la señora tenía alma roquera. ¡Woow!

  Afinó más el oído a lo que contestaba la “abuela”:

   —Bueno, cariño. Te haré caso. Esperaré. Sin embargo…

   —Hola, papá. Te vemos bien. —Don Alejandro dio un respingo y perdió el hilo de conversación femenina —¿Tomas otra?

   Mientras Juan y Miguel pedían las consumiciones, las dos mujeres se levantaron para irse.

   —Cuenta, papá. ¿De qué querías hablar con nosotros? —Miguel, repantigado en la silla de enfrente, le guiñó un ojo—. ¿Conociste a alguien?

   —Noooo. ¡Qué va! Solo quería ver a mis hijos, tomar unas cervezas e ir a picar algo. Hace tiempo que no charlamos de nuestras cosas.

   Mientras compartía un rato agradable con sus chicos, don Alejandro daba vueltas en la cabeza sobre aquella mujer y que tenía que encontrarla sin demora. Y que los dos estuvieran en la misma página era una señal. ¿Por qué no había visto su perfil antes?

   Nada más llegar a casa, el hombre se puso a buscar a la mujer misteriosa. ¡Por fin!

   Su nombre es Inés. (Muy bonito). Sesenta y ocho años. Viuda. Tiene unos preciosos ojos verdes. Le gusta el rock. Bailar. Cocinar. Leer. Tomar una copa de vino en una agradable compañía. Le encantaría vivir aventuras. Su lema: «La edad no es importante, sino la actitud».      

   ¡Una mujer perfecta! Tenía ganas de conocerla en persona y confirmar la extraña sensación que tuvo al verla en el bar.

   Dicho y hecho. Nuestro caballero le escribió un mensaje con la esperanza que lo lea pronto y acepte la invitación:

  

    «Estimada Señora.

   Para mí sería un enorme placer poder conocerla en persona. Ya no somos jovencitos para perder el tiempo en un chat. Me quedo a su disposición para que elija la hora, el día y el lugar. Espero su respuesta.

   Un cariñoso saludo, Alejandro Álvarez Fernández» …




                                                                                           13/12/2023, Gijón

(Continúa en «Las citas de la abuela»)

1 de noviembre de 2023

En la consulta


—¿Y tú por aquí, Paco?
—Bah. Me mandó la mujer a recoger unas recetas. Dijome que vaya en persona, que por más que llama al centro, no le cogen el teléfono.
—Cada vez peor. Citas para todo. Llame que te llame, no contestan. Mira, ahí sale Manolo.
—Hola, Juan, Paco. Vine a por los resultados. El otro día me chuparon la sangre y traje un bote de orina. A saber, qué buscaban estos matasanos. Total, estoy como un roble. Ácido úrico un poco alto, pero con beber mucho líquido, lo tengo controlado. Es lo que dijo la doctora.
—Juan, ¿y tú a qué viniste?
—A por una receta.
—¿Estás malo? ¿Qué tienes?
—Qué va. Ese cuerpo todavía aguanta la marcha. El otro día conocí a una moza por esas cosas de internetes. Me lo enseño mi nieto. Está de buen ver. Tiene sesenta y pico, viuda. Quedamos para tomar un café y nunca se sabe como termina la cosa. Y uno ya no es chaval. Necesito algo de ayuda. A ver si el médico me da pastillitas de esas.
—¡Ostras, Juan! No te irás para casa sin contarnos nada. Te invito a un vino. Hay que beber líquido que me lo mandó la médica.
—¿No será el agua?
—Y yo al siguiente. Pero ni mú a mi mujer. Si les pregunta, he tomado un descafeinado con sacarina.
—Vaya dos. Esperadme en Casa Pepe. No tardo. Y pedid que prepare una tapa de esos torreznos tan ricos que tiene.



                                                                                 01/11/2023, Gijón



                        Este relato es para el concurso de noviembre del blog El Tintero de Oro.


Aquí pueden leer la historia anterior sobre Paco, Juan y Manolo .



29 de agosto de 2023

La reunión del banco


   —Mira, Manolo, ¿esa no es la hija de una que era tu vecina? La mujer del que trabajó contigo en la Factoría. 
   Sí, esa es. ¡Cómo pasa el tiempo!
   —¿Pero la Maruja no ha muerto también? Que Señor la acoja en su seno…
   —Noooo. Esa era Isabel.
  —Paco. ¿Cómo se llamaba la mujer aquella? La mujer del camionero que nos traía el carbón a la fábrica.
  —¿Qué camionero? Ah, el fulano aquel, que un día, al dar la marcha atrás, aplastó el nuevo Mercedes del consejero de Industria. ¿Ese?
   —Sí, sí. ¡La que se armó! El paisano estuvo preso. ¿No estaba borracho como una cuba? Su mujer había parido y él lo celebró como dos días seguidos. ¡Qué tiempos aquellos!
   —Pues murió…
   —¿Quién?
   —El consejero. ¿Quién si no?
   —No lo sabía.
   —Ni yo. ¿De qué murió?
   —Dicen que de un infarto. Parece que cuando estaba con la querida, lo vio su mujer. En un restaurante de esos, de gente pija. Se armó la marimorena. Volaban las copas y botellas. Vino la Guardia Civil y todo. Parece que el consejero, la mujer y la querida durmieron en el calabozo. En la Comandancia. Al día siguiente, el pobre, murió. Vaya mala suerte que tuvo. No era un mal consejero. No como esos de ahora. Vienen más verdes que la yerba; sin experiencia, solo saben mandar.
  —Siii. Ahora todo son esas cosas modernas de los internetes. No quitan los ojos de los chismes. Parecen los caballos, aquellos con anteojeras.
   —Pues ha vendido el piso y el bajo, me parece. Y por un buen pellizco.
   —¿Quién?
   —La viuda del camionero. ¿Juan, sabes cómo se llamaba?
   —Maruja.
  —Sí, sí, esa. Pues se marchó del barrio. Ahora vive por el Centro y me dijo la mujer del pescadero que por las tardes sale a tomar un chocolate con churros al sitio ese. Uno grande. Al lado de un teatro de esos famosos. Lo tengo en la punta de la lengua. Bah. Ya me acordaré.
   —¿A qué estamos hoy?
   —Déjame mirar el teléfono. Buena cosa es esa. Te dice el tiempo, calendario y hasta las mareas. Qué pena que en nuestros tiempos no los había. Me lo regaló mi nieto para el cumpleaños. Me dijo que tenía que ser más moderno. Hoy es veintitrés de agosto. Miércoles. El viernes ya se puede cobrar la pensión.
   —Cada vez, peor. Ya ni por la ventanilla puedes cobrar.
   —Sí. No nos respetan, a los viejos.
   —Habrá que levantar el ala. Va a ser la una y media. Mi mujer se cabrea si no vengo a la hora. Dice que soy un egoísta y no valoro su trabajo.
   —Yo voy a por el menú. El mesero me lo tendrá ya preparado. ¿Vienes, Juan? Hoy tienen fabas pintas con chorizo.
   —¡Vaya, qué pena más grande! Miren esa esquela. ¿Quién será? Es que por el nombre no me doy cuenta.
   —Ni yo. Con ochenta años. Qué joven.
   —Que sí, sabéis quién es. Es el aquel paisano que…




23/08/2023, Gijón


25 de agosto de 2023

La fuente del tiempo

   La fuente, con su canto hipnótico, me dejó adormecida.
   De repente, yo, ya no era yo de ahora, sino una niña, que hacía flotar los barquitos de papel en el estanque del jardín, detrás de la casa de los abuelos. Las pequeñas naves de colores se mecían en las olas y refulgían bajo los rayos de sol, llenándome de alegría y gozo.
   Me encantaba la fuente. Su agua cristalina llenaba un pequeño estanque y en el centro, una figura de un angelito con alas, cubiertas de verdín. Por encima de su bonita cabeza sostenía un ánfora del cual salía el chorro. Con el sol, el efecto era mágico: las brillantes gotitas saltaban al cielo en colores de arcoíris. Parecían piedras preciosas. Pero cuando yo las tocaba con la mano, solo eran agua…
   Han pasado años. Ahora soy algo mayor. Es verano y hace mucho calor. Me rio a carcajadas y a mi lado está 
un chico, pelirrojo y pecoso. Me dice algo, se mete al estanque e intenta arrancar un nenúfar rosa. Resbala y cae al agua. ¡Será payaso! Me siento feliz…
   Otro salto en el tiempo. Esta vez, el mismo pelirrojo, pero ya es un hombre joven; tartamudea, me mira con sus ojos de color cielo y me dice que me ama. Se arrodilla y me da un anillo. Su piedra brilla igual como las gotas de la fuente. Yo le digo que sí…
   Un remolino de años y recuerdos me transporta a otra época: a mi lado, justo en el borde del estanque hay un niño pequeño con el pelo como fuego y los ojos verdes. En sus manos, un barquito de papel. Me llama «abuela» y me pide que le enseñe a flotar su pequeña nave blanca. Esta no quiere moverse y los dos nos ponemos perdidos intentando hacer las olas. Nos morimos de risa. Y por armar tanto jaleo, aparece un hombre mayor, con canas entre su pelo zanahoria y risa en los ojos de cielo. En sus manos trae una cesta llena de barquitos de colores…
   —Abuela, ven, la comitiva ya sale para el cementerio. Mis padres te están buscando, pero yo sabía que estarías aquí. Este era también un lugar preferido del abuelo. Lo echaré de menos. Tenemos que irnos. Nos esperan.



                                                                                                               23/08/2023, Gijón

28 de julio de 2023

Las citas de la abuela

Las citas de la abuela

(Serie «Amor en el ocaso»)

   

— ¡Ernesto, abrázame y no me sueltes nunca!
   — ¡, amor mío! Eres la única para mí. Te amo, Magnolia. Huye conmigo…
   Teléfono…
   Echa una mirada de fastidio al techo y pone en pausa la televisión. Será otro vendedor de estos que la tienen harta con tanta llamadita.
   — ¡Diga!
   — Abuela, soy Lucía.
   — Ay, hija mía, perdona. ¿Ha pasado algo?
   — No, abuela. Tengo que contarte una cosa. Te veo en un rato.
   “Qué raro. ¿Qué será lo que esté tramando mi nieta?”— doña Inés vuelve a dar al “play” y sigue con la escena de los enamorados.
   Timbre…
   — Hola, abuela. No te enfades conmigo. Lo hice porque te quiero muchísimo. No te pongas nerviosa. O, mejor, siéntate.
   La muchacha empieza a dar vueltas por el salón cogiendo y soltando los adornos. La anciana la observa, deseando que rompa alguno. Le faltaba valor para desprenderse de esas chucherías.
   — Abuela, desde la muerte del abuelo, vives muy sola. No, no, déjame hablar, porfa. Sí, estamos todos nosotros. Pero no es lo mismo. Necesitas divertirte. Ya, ya, tus amigas. Pero no es lo mismo. ¿Pilates? Ya lo sé. No-es-lo-mis-mo. Necesitas un novio. Respira, abuela. Tampoco es para tanto. Te he apuntado a una página de internet. No te enfades. Es un sitio para la gente sería que busca pareja. Noooo, no son ligues. No te tomo el pelo.
   Lucía saca una tablet.
   — Mira, abuela. Esta eres tú. Puse la foto de perfil, la más bonita que tienes. Es de las últimas fiestas del pueblo donde llevabas aquel vestido verde que te favorece muchísimo.
   Doña Inés se quedó sin palabras. Todavía en su cabeza los enamorados de la novela cabalgaban juntos hacia el ocaso…
   — Pues verás, abuela. Tienes varios admiradores que te han mandado corazones. Ahora puedes visitar sus perfiles también. Y si alguno te gusta, le devuelves el corazón. Así podréis chatear y, si te apetece, quedar para conoceros. Te enseño cómo funciona la web y te dejo la tablet.
   Después de una clase intensiva y tomando los apuntes, doña Inés se sumergió en el mundo de citas por internet…
   Con casi setenta años, todavía estaba de buen ver. Comía sano, hacía ejercicios, leía muchísimo y se interesaba por todo. Añoraba a su Julito, que en paz descanse, pero al mismo tiempo deseaba ese algo que la hiciera vibrar e ilusionarse para lo que le queda de vida o de cabeza.
   Durante tres meses siguientes mantuvo conversaciones por internet que acabaron en varios encuentros para tomar un café y pasear, alguna que otra cena y… un tremendo chasco. Nadie le hizo tilín. Lucía le decía que no perdiera la esperanza. Pero ya estaba cansada. Así que decidió darse de baja y volver a la tranquilidad y las novelas románticas.
   Entró en su cuenta y vio que tenía un mensaje: 

 «Estimada Señora. 
  Para mí sería un enorme placer poder conocerla en persona. Ya no somos jovencitos para perder el tiempo en un chat. Me quedo a su disposición para que elija la hora, el día y el lugar. Espero su respuesta. 
Un cariñoso saludo, Alejandro Álvarez Fernández».


   “Madre mía —pensó doña Inés—, cuánta caballerosidad y qué romántico. Bueno, no pierdo nada por ir, aunque sea la última vez”.
   Dicho y hecho.
   La cita sería mañana, a las siete de la tarde, en la terraza de un café que abrieron hace poco. Estaba algo lejos, pero mejor así.
   Se puso unos vaqueros, que le sentaban estupendamente (Pilates sí que funciona), blusa blanca, botines camperos y la chaqueta vaquera, regalo de su nieta. En la espalda tenía escrito: “Las roqueras no tienen edad”.
   Cuando llegó al café, se fijó en él enseguida. No parecía a nadie a quien conozca. Camiseta negra. Gafas oscuras. La barba bien recortada de color blanco inmaculado. Brazos con tatuajes. En la mesa, una rosa roja.
   Cuando la vio, se levantó, se quitó las gafas y los ojos de color azul cielo, rodeados de finas arrugas, han acompañado a su bonita sonrisa.
   — Hola, Inés. Es un placer conocerte en persona. Soy Alejandro, pero los amigos me llaman Alex. ¿Nos sentamos?
   La charla agradable empezó a fluir como el agua. Él tenía setenta años, también viudo, con dos hijos adultos y un nieto. Le gustaba el deporte, viajar, leer y la cocina. Y algún día le encantaría cocinar para ella.
   Doña Inés estaba en las nubes. Era un hombre casi perfecto.
   Cuando llegó la hora de despedirse, él se ofreció a acercarla hasta su casa. A no ser, que ella tenía miedo de montarse en una moto.
   Por Dios, ¡no!
   Después, doña Inés se subió al corcel metálico y se abrazó fuertemente a la ancha espalda de su galán. Y, con el rugido del motor, los dos “cabalgaron” hacia el ocaso…




FIN

                                                                                                 28/07/2023, Gijón


20 de junio de 2023

Buenos vecinos


     Juan esperó que su nuevo vecino se fuera.
   Ahora podrá subir a la finca y, sin que nadie lo vea, recolocar el palo que marca la frontera entre sus tierras. En la última tala de eucaliptos, hace un mes, lo vio en su sitio. O no. No estaba seguro. Pero la semana pasada, cuando subió al monte, el palo no estaba. Alguien lo hizo desaparecer. Su hijo le insistía cada poco que apuntara las coordenadas por el GPS y pusiera algo más permanente, como un poste de hormigón. Las cosas modernas no iban con él y no quería gastar el dinero a lo tonto. Una buena rama de madera, con un trapo, era todo lo que necesitaba. Nadie se atrevería moverla o quitarla de su ubicación. La palabra de un paisano y un apretón de manos le valían más que una firma.
   Manolo, su anterior vecino, murió y sus hijos vendieron la casa y el terreno del monte a uno que vino de la capital “para buscar la vida tranquila”. No pintaba nada aquí. Él deseaba aquellos terrenos, pero los herederos pedían demasiado. Seguro que no querían venderlos a él. Desgraciados.
   La sospecha que el nuevo quería robarle sus tierras no le dejaba dormir. Pasaba las noches en vela. Se sentía agobiado y lleno de ira.
   Dejó su coche entre los árboles para hacer el resto del camino a pie. El teléfono otra vez. Con esta ya son dos llamadas perdidas de su hijo. Ya le llamará más tarde.
   - Hola, señor Juan.
   Es él, el nuevo.
   - Qué raro. No veo la marca entre nuestras fincas. ¿Sabrá usted algo?
   “Mentiroso. Me miras a la cara y mientes como un bellaco” - pensó -. “Y ahora, ¿qué narices haces aquí? ¿No ibas al pueblo?”
   - Cuando vine para contrastar los límites con la escritura, había un palo con algo blanco.
   - Sí. La marca. Siempre estuvo aquí. De toda la vida. Mira por ahí, más abajo. Igual la ves.
   El vecino le dio la espalda y se inclinó para mirar entre los matorrales. El golpe seco, fuerte, justo debajo de la nuca, lo empujó ladera abajo...
   El corazón de Juan empezó a palpitar a mil por hora. El martillo resbaló de sus manos. El sudor frío bajó por su espalda mojando los calzoncillos. El sonido del teléfono casi le hace caer para hacer la compañía al otro.
   - Diga.
  - Hola, papá. Perdona por molestarte, igual estas con tu siesta. Yo ando muy liado, por esto se me olvidó decirte, que al final he apuntado las coordenadas del GPS de estos palos que marcan la finca del monte.  Hace una semana subí con un compañero del curro. Y al girar el coche, rompimos uno que estaba justo en el camino. Pero no te preocupes, el punto exacto lo tengo apuntado. Este finde paso por ahí y lo volveremos a colocar. Si tú quieres…




                                                                                               20/06/2023, Gijón




                                                                                 

30 de mayo de 2023

Amor en el olvido

    A la mesa del frente se acercó una pareja de ancianos. Él apartó una silla. Ella se sonrojó y le obsequió con una tímida sonrisa. Ya sentados, él pidió los desayunos.
   La camarera trajo zumos, fresas, café con leche, tostadas y una cestita con mantequilla y mermeladas. Ella se inquietó con tanto ajetreo. Él le cogió la mano y la besó. La miró con ternura y dijo que todo estaba bien y que esté tranquila. Le acercó el vaso con zumo. Después, unas fresas. Le untó el pan con mantequilla y añadió una generosa capa de mermelada de fresas, su preferida. Le acercó su taza.
   Me sentía como una intrusa, pero no podía apartar la mirada de aquella escena.
   El hombre se levantó para pagar. Cuando volvió a la mesa, la señora se puso nerviosa, como si estuviera desubicada. Él la cogió de la mano.
   -¿Quién es usted? No lo conozco, déjeme tranquila.
   En este mismo instante comprendí el significado del Amor.




   
                                                                                                         30/05/2023, Gijón


13 de mayo de 2023

Me voy...

    Me estoy muriendo o, por lo menos, es lo que oigo alrededor. Gente susurrando, el sonido del agua, el pitido molesto...Y el frío, mucho frío. Lo siento apoderándose de mi cuerpo.
   Estaba pescando. O esta era mi intención. Vine muy pronto. Dejé a mi esposa durmiendo. Tan bella después de tantos años. Le di un beso. Por fin pude cumplir mi deseo: ir a pescar. Para un pensionista recién estrenado es algo incondicional. Estar tranquilo, sin prisas, solo con la naturaleza. La unión con lo divino. Suena cursi, lo sé. Creo que he cogido un par de buenas truchas.
    Después, un fuerte dolor en el pecho...
    Mi cerebro casi sin oxígeno me dice que me voy. Me siento tranquilo... El agua está llevando mis recuerdos como los pétalos de flores...





                                                                                                                           09/05/2023, Gijón


12 de mayo de 2023

Tamara

   Al jubilarme me aficioné a pasear a primera hora de la mañana, cuando el pueblo está tranquilo y apacible, las calles desiertas y los pájaros, todavía desperezándose. 
   El día de hoy prometía ser soleado y con una agradable temperatura. Lo que en el Norte llamamos "un día guapo". El perro de aquel tipo de nuevo meó en mi puerta. Estuve a punto de llamarle la atención cuando sonó el teléfono. Qué raro a estas horas. Reconocí el número de la factoría donde trabajé hasta hace nada.
  -Diga.
  -Tamara, soy Juan. Ha pasado lo que temías. El horno ha reventado y esto es un infierno. Ya envié un coche para recogerte.
  Enseguida marqué el teléfono de mi hijo que, siguiendo mis pasos, también trabajaba ahí. No lo cogió. De camino lo intenté varias veces. Nada.
  El coche no me pudo acercar más y tuve que abrirme el paso entre las ambulancias, policía y gente gritando.
  Lo que vi, me dejó medio muerta. Montañas de amasijos de metal ardiendo y mi hijo podría estas en algún lugar de este infierno. Volví a llamarle. Una y otra vez. Nada.
  Pasaron las horas. He perdido la noción del tiempo ayudando a poner algo de orden en aquel caos. Mi hijo está bien. Mi hijo está bien...
  Su cuerpo apareció a la mañana siguiente. En su mano agarraba el teléfono.
  Era un día gris y feo. La lluvia lavaba la sal de mis ojos...




                                                Este relato es la precuela del relato "HOLA, GUAPA"


                                                                                                   
                                                                                                      07/05/2023, Gijón
  

19 de octubre de 2022

Extraña pareja

   El viejo con su paso renqueante se acerca a la orilla en busca de su amigo.
   Es la mañana. El sol empieza a dar brincos sobre la superficie cristalina, llena de hojas. Los pájaros  con sus trinos tejen una melodía. La brisa mueve las ramas para marcar el compás.
    Ahí viene, blanco, majestuoso y resplandeciente, con su cuello frágil e infinito. Moviéndose, como en un baile, se acerca al anciano.
   Se conocen hace ya cinco años. Los dos quedaron viudos en la pasada primavera. Por esto cada mañana se buscan uno al otro para darse compañía. 
    Una extraña pareja.





                                                                                                 18/10/2022, Gijón