He llegado demasiado tarde:
no
quedaba nadie vivo.
Los cuerpos de los refugiados
estaban desperdigados por todas partes. A algunos faltaban las
extremidades, a otros, la cabeza. Decenas de mujeres y niños
terriblemente mutilados. El olor a sangre y vísceras me hizo
vomitar. Vi un brazo pequeño, sujetando un peluche rosa. Caí al
suelo encharcado, sin apenas fuerzas. Me ahogaba en rabia y culpa por
no estar ahí. Grité, lloré… El eco de mi dolor llenó todo el
recinto. Me olvidé por completo del peligro: el causante de aquella
carnicería podría estar cerca.
Y sí que estaba...
Oí una respiración y jadeos.
Provenían del rincón más alejado. Lo vi. En la oscuridad sus
ojos, fijados en mí,
inyectados de sangre,
emanaban el odio visceral. Las
pupilas amarillas
tenían un brillo diabólico.
Esta
mirada no era de un ser humano, sino de una criatura hambrienta,
salida de las peores pesadillas. Cada poro de su piel exudaba una
maldad primigenia. Su demonio interior estaba agazapado a la espera
de una mínima ocasión
para matarme...
Pero no la tuvo: mi Desert
Eagle con su última bala le reventó la cabeza.