Mostrando entradas con la etiqueta AMOR. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta AMOR. Mostrar todas las entradas

11 de abril de 2024

En silencio

 

 

En silencio

 
 Hablamos en silencio con los labios cerrados.
Nos miramos con los ojos sin abrir.
Y acariciamos con el roce de la brisa.
Sin tocarnos nos podemos sentir.
 
Cada instante de amor lo guardamos
Como un tesoro sin querer compartir
Con el mundo, lleno de envidia,
Que cruelmente nos quiere herir.
 
Lo que sentimos es algo tan bello
Y, sin embargo, tan frágil también.
Pero resiste a pesar de los tiempos
Sin importarnos el “cómo” y el “porque”.
 
Caminamos cogidos de las manos
Nos sostenemos sin dejarnos caer
En la triste rutina y el desánimo.
Si nos amamos, los podemos vencer.
 
Hablamos en silencio y, sin embargo,
Nos decimos todo…







         11/04/2024, Gijón

22 de marzo de 2024

Traición

 

TRAICIÓN

 

 

¿Y qué le digo yo ahora? Dios, qué situación:
   — Cariño, esto no es lo que parece. Es un malentendido. No te pongas así. Deja que te lo explique…
   — A ver, cabronazo, cómo me vas a explicar esto—. Mi cabeza iba a mil por hora. Me sentía demasiado dolida y decepcionada. ¿Cómo pudo romper nuestro acuerdo? — Y tú, ¿qué haces aquí todavía? ¡Lárgate!
   «Uf, vaya lío. Nunca me pasó nada igual. Pobre hombre. No le envidio. Aunque su mujer está buenísima. Pero ponerse así por una pizza, bueno, por dos, no es normal. Menos mal que ya he cobrado.» — El repartidor puso los pies en polvorosa. Los gritos de la mujer sobre la dieta y el sacrificio todavía se oían cuando arrancó su moto.
 




                                                          20/09/2024, Gijón

18 de marzo de 2024

Las lágrimas de Ianthe

 LAS LÁGRIMAS DE IANTHE

 

 Las olas de un añil cristalino la estaban meciendo arriba, abajo, arriba, abajo… El agua templada la envolvía con suavidad y los rayos de sol besaban su hermoso cuerpo. Ianthe estaba relajada, se sentía feliz y complacida con el momento de tranquilidad sin el molesto ajetreo de los navíos.  Aunque este rato no durara mucho, ella aprovechaba cualquier oportunidad para salir a la superficie y disfrutar las magníficas vistas del cielo, lleno de azules, y de la enigmática costa, donde vivían los humanos, a la cual ella no podía acercarse: le estaba vedado. Su mera existencia dependía de la ocultación.
Un día, hace muchas lunas, ella ha roto el tabú: se acercó a un humano. Él la había enamorado con su música, aquel extraño sonido que salía de un instrumento que tocaba.
   Lo vio por vez primera en una puesta de sol, cuando sus rayos dibujaban el camino dorado hacia el horizonte.
  Después de cazar unos peces, Ianthe retozaba en el suave vaivén de las olas. Él vino en una nave blanca, una de tantas que surcan las aguas de su hogar.  Echó el ancla y quedó muy quieto mirando al más allá. Parecía que estaba rezando. Después abrió una especie de vasija y tiró unos polvos al mar. Empezó a llorar. Lloró mucho, postrado de rodillas. Se le veía muy triste y abatido. Después se sentó, abrió un enorme cofre y sacó algo grande de una extraña forma redondeada. Puso este objeto entre sus piernas y con un palo fino empezó a hacer unos movimientos.
   De repente el aire se llenó de un sonido delicado y a la vez, potente. Ella nunca había oído nada igual. Gaviotas y albatros se han enmudecido. Y el mar se calmó, convirtiéndose en un enorme plato de cristal.
    Ianthe se sintió arrastrada por la triste melodía y quiso acompañarla con su voz. Al unísono – el hombre y la sirena – empezaron a tejer una bella canción que los atraparía en un vertiginoso baile de emociones.
   El hombre dejó de tocar. Extrañado se acercó al borde para ver quién era la cantante. Pero ella ya se había sumergido a las profundidades del mar.
   Pasaron unos días y él volvió.
   De nuevo se puso a tocar, pero esta vez la melodía era más alegre que invitaba a bailar y saltar las olas como si fuera un pez volador. Por lo menos es lo que ella sentía en aquel momento. Ianthe lo acompañó con su voz cantarina y cuando él quiso verla, se escabulló por debajo del navío sin atreverse a más.
   Pasaron muchas lunas, varias tormentas y tempestades, pero el hombre volvía a la bahía a tocar su música y la sirena le acompañaba en aquel ritual lleno de magia.
   Un día él no tocó. Solamente se sentó en el borde de la nave con los pies colgando. Estaba esperando a su acompañante. Por si esta, por fin, se dejaría ver. Él tenía tantas ganas de conocerla. Amaba su voz y quería ponerle una cara.
   Ella se acercó al yate y empezó a flotar suavemente, dejándose a llevar.
   Sus miradas se encontraron y se reconocieron al instante. Algo muy antiguo ha resurgido en sus corazones. ¿Tal vez un amor de la vida pasada? ¿Quién lo sabe? Pero estos dos seres tan diferentes se sintieron como uno solo. Se han reencontrado.
   Después vinieron muchos atardeceres llenos de música y amor. Ella ya sabía su nombre, Leonardo, y el extraño instrumento que tocaba era un «violonchelo». Que aquel día, cuando le cantó por vez primera, él vino a tirar al mar las cenizas de su mujer que había fallecido de una terrible enfermedad. Leonardo iba a tirarse al mar también, ya que no imaginaba vivir sin su esposa. Pero conocerla a ella, Ianthe, le ha salvado de aquella terrible decisión.
   Él era un profesor en un lugar llamado “la universidad”. Vivía en una ciudad pequeña costera, Sutomore, y le explicaba las maravillas de la vida en la tierra firme. Ella le contaba sobre los tesoros ocultos de las profundidades y de sus habitantes. Los dos eran huérfanos, dos almas solitarias, que se encontraron en un mundo tan inmenso.
   El tiempo pasaba. El pelo castaño de Leonardo iba cogiendo color de la madera blanquecida por el sol.  Su cara poco a poco se llenaba de arrugas. Ya no era tan fuerte y vigoroso. Sin embargo, Ianthe seguía siendo la misma, con su melena violeta y la piel tersa y suave de una mujer joven.
   La música de Leonardo ya no sonaba con tanto ímpetu, pero ella seguía acompañándola con su voz cristalina. Con esto le bastaba.
   Algunas veces, Leonardo tardaba en regresar y Ianthe nadaba dando vueltas, desesperada y loca de preocupación por su enamorado. Pero él siempre volvía. Tocaba su violonchelo y ella cantaba para él. Después, retozaban juntos en un suave vaivén de las olas.
   Un día él no volvió.
   Pasaron varias lunas…
   Ella seguía en el mismo lugar como si estuviera anclada con una cadena invisible. «Vendrá. Seguro que volverá. Somos uno solo.»
   De repente, en el ocaso, apareció un navío que ella conocía tan bien. ¡Por fin! ¡Ha vuelto! Ianthe estaba fuera de sí de alegría y preocupación. Lo reñiría por ser tan desconsiderado y dejarla sola tanto tiempo. Se abrió el paso entre las olas y se acercó al yate.
   La persona que la saludó no era su Leonardo. Era una mujer joven. Después salió un hombre.
   Ella no sabía qué hacer: huir o preguntar por Leonardo. La muchacha lo hizo por ella:
   — Hola, Ianthe. No te asustes, por favor. Señor Leonardo nos habló mucho sobre ti. Somos sus alumnos y amigos. Yo soy Dafne y él es Eric. Sentimos decirte que Leonardo ha fallecido. Su último deseo era volver aquí, contigo. Estas son sus cenizas…
   Un grito desgarrador rompió la calma marina. La sirena estiró sus manos para coger la urna con los restos de su amado y se sumergió en aguas profundas. Los muchachos levantaron el ancla. El yate se perdió en el ocaso siguiendo la estela dorada del sol. El silencio con su halo mortuorio cubrió aquel rincón del Adriático, testigo de un gran amor y de una gran pérdida.
   Todavía hoy, después de cada tormenta, se oye el llanto de Ianthe. La sirena llora por su amado. Algunos han visto su cabellera, ahora blanca, surcando las olas. Y, los más afortunados, han podido encontrar una rara perla de color violeta. Dicen que son las lágrimas de Ianthe. Pero pocos se atreven a buscarlas en el mar, el dominio de una sirena enloquecida por dolor.
  
         



 

                                                                               15/03/2024, Gijón

  

    

10 de marzo de 2024

Solo tú

 SOLO TÚ

 

Tu voz me rodea con brazos invisibles,
Me susurra al oído, erizando mi piel.
Me invita a seguir camino de las rosas
También plagado de espinas afiladas.
 
Tu risa me contagia y llena de colores
Cada amanecer de cama revuelta
Donde nuestros cuerpos enlazados
Están tejiendo melodía del amor.
 
Tu mirada me habla en silencio
Y hace que mi mente hambrienta
Se llene de fantasía y deseo
Que solo tú sabes cumplir.
 
Tu tacto tan sutil como la pluma
Que hace humedecer mi piel
Con la punta de los dedos,
Y me dejas con ganas de ti.
 
Tu olor me evoca la madera
De sándalo y flores de jazmín.
Después, te hueles a mí
Y a la fragancia de nuestros cuerpos.
 
Tu sabor sutil y almizclado
Se posa en mis labios mordidos
Que exigen ser besados por los tuyos
En las largas noches de placer. 

 



                                                             10/03/2024, Gijón



9 de febrero de 2024

El cuervo

EL CUERVO

Hola, mi amor. Estoy justo delante de tu ventana.
No soy cómo antes. Ha pasado más de un año desde mi entierro. Pero he vuelto. No sé por qué. Dicen que las almas regresan para concluir sus asuntos. Ni idea. No soy un fantasma ni nada por estilo. Ahora soy un ave. Un simple cuervo negro. Sí, como de aquella película de Hitchcock.
   Me “desperté” ya convertido en este pájaro. Tengo vagos recuerdos de mi vida pasada. De lo que sí estoy seguro es de que te conocía a ti y que fuimos uno solo. Nos amábamos. Pero me morí. ¿De qué? No me acuerdo. Tampoco importa. Antes era yo y ahora, un cuervo.
   He vuelto a casa. Ahora vivo justo en frente del nuestro piso. Sí, en ese edificio viejo y destartalado que no te gustaba. Aquí nadie me molesta y tengo una perfecta visión de ti. Te observo.  Atesoro en mi pequeño cerebro cada momento. Los recuerdos como destellos me mantienen en este alfeizar conectado a ti.
   Te veo llorar cada noche. Sola. En nuestro dormitorio. Mi foto sigue en la mesita. La besas antes de dormir. Me complace, pero también me duele que sigues estancada. Quiero que vivas, que seas feliz. No hace falta que olvides del todo de mí. Con un recuerdo y un pequeño rinconcito de tu corazón, me conformo.
   El verano dio el paso al otoño. Los primeros copos de la húmeda nieve están colándose por los cristales rotos de mi ventana. Sigo sin entender por qué estoy todavía aquí. ¿Qué es ese asunto pendiente que no me deja partir al más allá?
   Los vecinos de abajo siguen con sus broncas interminables. Algunas cosas no cambian.  Antes la mujer era tu amiga. Pero veo que te está evitando. Me acuerdo de aquella vez que me metí en medio de su pelea. El tipo me empujó por la escalera. Me di un buen golpe. A él lo han metido en la cárcel. Yo una temporada sufría terribles dolores de cabeza.  Ahora me acuerdo: me morí unos meses después.
   Veo que a pesar de todo el tipo ha vuelto a vivir con su mujer. Algunas no aprenden. La sigue pegando. Qué triste. Ahí la policía otra vez. No sé si valdrá para algo.
   Ya es noche, fría y llena de estrellas. La nieve cubre todo como una manta impoluta. Descansa, mi amor. Yo seguiré velando por ti…
   ¿Y este brillo? ¡Fuego! En el piso de aquellos desgraciados.
   Mi amor, ¡despierta! Con mi pico estoy dando al cristal de tu ventana. Con todas mis fuerzas. ¡¡Despierta!! ¡¡¡Vamos!!! Sal de ahí. Vete al balcón, sal del piso. ¡Ya!
   Sigues durmiendo…
   Tengo que coger la velocidad. ¡¡¡Vooooooy!!! Una vez… No se rompe. Otra vez… Y otra… El fuego es cada vez más fuerte. Mi pico rompe el cristal. ¡Por fin! El dolor es insoportable. Siento la sangre mojando mi plumaje. No importa. No puedo volar. Creo que he roto un ala. Pero te despertaste. Gracias a Dios. Sal, sal al balcón, ahí estarás a salvo. Ya vienen los bomberos. Te van a rescatar…
   Uff, qué dolor. Mis plumas se prenden tan rápido. Me quemo.  Ahora sé por qué he vuelto… Siempre ha sido por ti… Qué dolor, por Dios. ¿Y esta luz? Me llama… Me siento ligero y agradecido. El pobre cuervo yace convertido en cenizas. Yo, libre, vuelo hacia la luz…
  





                                                                                                                   09/02/2024, Gijón

 

 

 

29 de enero de 2024

ROJO

 

Llevo media hora delante del armario abierto. ¿Qué ponerme? ¿Una falda y una blusa a juego? ¿Este vestido de chiffon que me envuelve como pétalos de rosas? ¿O el pantalón con la camiseta que resaltan mi figura?
   Cada día es más difícil la elección. Total, ¿para qué? Estoy agobiada… Me siento tan exhausta. Suena egoísta. Cualquiera puede decir que no soy la única que pasa por esto. No puedo hablar por los demás. Sé lo que padezco yo… Es como vivir en el limbo, rememorando los momentos del pasado y agarrándose a los hilos que los unen al de ahora. Sin éxito.
   Intento sacar fuerzas para reponerme y fijar una sonrisa en mi cara, marcada con finas arrugas, unas por la edad y otras, por lo que me tocó a vivir. El amor que siento y que he recibido me empuja adelante, pero tengo momentos de debilidad y siento lástima de mí.
   «¡Basta! ¡Enderézate! ¡Vístete y sal! Vete a verlo, ya es la hora. Seguro que estará como un tigre enjaulado, marcando los pasos, inquieto y gritando a las cuidadoras».
   Las tardes largas son especialmente difíciles. Y yo no quiero que esté atontado con pastillas. Un instante de reconocimiento en sus bellos ojos y yo estaré feliz. Seguiré con nuestra rutina hasta el final…
   Y sonará el “Vals N.2” de Shostakovich al que bailaremos abrazados como aquel día, cuando nos conocimos. Los cinco maravillosos minutos hasta que él de nuevo volverá a vagar por el laberinto oscuro de su memoria… Y yo me vestiré de rojo, el único color que lo hará regresar a mí…




13 de diciembre de 2023

Don Alejandro

 

Don Alejandro

(Serie «El amor en el ocaso» N.1)

 

   Ya se han ido todos.

   Él decidió quedarse. No quería dejarla sola, así no. Se sentía culpable por no cuidarla mejor, por no encontrar los mejores médicos, mejores tratamientos… Cualquier cosa que la salvara. Juntos han perdido la guerra y ella era la víctima.

   Se fue tan joven, tan llena de vitalidad, con tantas cosas por hacer. Maldita sea esta porquería de vida: los buenos se mueren demasiado pronto y los malnacidos, pisan la tierra hasta una vejez inmerecida. ¿Qué será de él? ¿Cómo estarán sus hijos? Sí. Ya son adultos y lo comprenden. Pero él se siente menos hombre por no proteger a su amor, a su mujer del puto cáncer. Quiere maldecir, pelearse con alguien y con todos.  Destrozar este negro obelisco dónde está ella…

   —Papá, ven a casa. Ya anochece. Llevas aquí casi cinco horas. Vente conmigo, —su hijo mayor, Julio, le echó una chaqueta por encima y lo abrazó—. Miguel y Natalia están en casa esperándote para cenar. Llevas días sin comer en condiciones. Javi se durmió, pobre. Te esperaba para que le leas un cuento. Ven, por favor. 

   Con el cuerpo entumecido le costó caminar hasta el coche: «Así será mi vida —se estremeció—.  Paso a paso hasta que la de la guadaña me lleve con mi esposa» …

   Quince años de aquello y la puñetera muerte lo sigue esquivando.

   Los hijos ya peinan canas. Su nieto, Javier, en la universidad. Y él, sigue viviendo sin vivir y a punto de jubilarse. Las veces que soñó con Victoria, su mujer, esta le pedía que deje de culparse a sí mismo; que viva, que sea feliz, que piense en sus hijos y nietos. Pero la culpa seguía corroyéndolo por dentro. Sin embargo, también reconocía que tenía que cambiar y hacer un esfuerzo para que su vida no sea una mera existencia.

   El internet no era algo nuevo para él. De hecho, le encantaba.

   Al mes desde su jubilación se puso a mirar las motos. Puede ser descabellado para un hombre de sesenta y pico que nunca montó en una motocicleta. Las “famosas” crisis de los cuarenta y cincuenta las pasó cuidando de su mujer y criando a los hijos, así que no ha podido permitirse este lujo.

   Después de mirar decenas de páginas encontró una Harley de segunda mano a buen precio. Necesitaba algo de restauración y cariño para que volviera a ser una moto de ensueño. Su nieto mayor estaba encantado. Los hijos y las nueras le llamaron un “viejo insensato”.  Y que “estaba loco para montar una moto con casi setenta años”. «Bah. No hay quien los entienda — pensaba —. Se quejan por todo. O no vivo o me arriesgo demasiado».

   Un año de trabajos con la moto en compañía de Javi, hizo que su alma rejuvenezca. En vez de un nieto, tenía a un amigo joven que lo mantenía al tanto de las novedades en este mundo tan loco e inmediato. Iba al gimnasio, empezó a correr, se apuntó a las clases de cocina. Y, madre mía, ahí estaba rodeado de mujeres. Poco a poco dejo de sentirse culpable y hasta lo divertía aquello.

   Cuando visitaba la tumba de su esposa, le contaba sus aventuras, aunque sin tener todavía el valor suficiente para dar un paso a algo más serio. Casi veinte años después de su muerte, seguía oliendo su inolvidable perfume.

   En las clases conoció a varias mujeres que ahora eran sus amigas.  Llegó a valorar tanto su amistad que no quería estropearla con una relación más personal.  Ha sido Javier quien le aconsejó a apuntarse a una página de citas.

   Aquel mundo le pareció una jungla. Bueno, quizás exagerara un poco. Las fotos de muchos perfiles no tenían nada que ver con la realidad. Don Alejandro no entendía tanta impostura: «¿Si ya somos viejos, para qué mentir?»

   Ha quedado con mujeres. Algunas interesantes y con una conversación amena.  Otras, tímidas y muy pendientes de sus hijos y nietos y que no tenían el tiempo para ellas mismas. No comprendía que los familiares abusasen tanto sin dar la oportunidad a que estas, todavía bonitas señoras, pudieran disfrutar de la vida.

   Ninguna se atrevió a acompañarlo a dar un paseo en su Harley. Lo miraban como a un loco e imprudente.

   Y así, pasaron casi seis meses …

   El bar no estaba lleno: se oía la música rock entremezclada con el murmullo de conversaciones. Don Alejandro buscó una mesa libre y se sentó para esperar a sus hijos. Tenía ganas de contarles sobre el futuro viaje en moto por Europa del Este. Sabía que no les iba a gustar, pero este era su deseo. Quería vivir la aventura de un “viajero solitario”. «Qué juego de palabras más avenido» —. Esa idea lo hizo sonreír para dentro. Pidió una caña tostada y se puso a leer un periódico.

   —Abuela, “El amor en el ocaso” no es una tontería. Claro que a la primera no vas a conocer a tu caballero andante o lo que sea… Ya… Pero tres meses no son nada. Te pido que esperes un par de semanas, nada más.

   La conversación de la mesa de al lado dejó a nuestro hombre muy intrigado. Él también estaba apuntado en esta misma página. ¡Qué coincidencia! Se giró y disimuladamente buscó a la “abuela”.

   En la mesa del fondo había dos mujeres. Una, chica joven, no más de diecinueve o veinte años y una señora de buen ver. Elegante, pero sin esforzarse. Media melena de castaño claro. Parece que los ojos eran de color verde. Pequeños, pero bonitos. Labios color rosa con un toque de brillo. Este efecto le gustó mucho. Cuando pasaba su mano para colocar el pelo detrás de la oreja derecha, se veía un pendiente plateado en forma de aro. Aun así, el mechón rebelde, volvía a su sitio. Y ella, repetía el mismo gesto. A don Alejandro esto pareció muy femenino y sensual. La camiseta negra de Ramones y la chaqueta de cuero le gritó que la señora tenía alma roquera. ¡Woow!

  Afinó más el oído a lo que contestaba la “abuela”:

   —Bueno, cariño. Te haré caso. Esperaré. Sin embargo…

   —Hola, papá. Te vemos bien. —Don Alejandro dio un respingo y perdió el hilo de conversación femenina —¿Tomas otra?

   Mientras Juan y Miguel pedían las consumiciones, las dos mujeres se levantaron para irse.

   —Cuenta, papá. ¿De qué querías hablar con nosotros? —Miguel, repantigado en la silla de enfrente, le guiñó un ojo—. ¿Conociste a alguien?

   —Noooo. ¡Qué va! Solo quería ver a mis hijos, tomar unas cervezas e ir a picar algo. Hace tiempo que no charlamos de nuestras cosas.

   Mientras compartía un rato agradable con sus chicos, don Alejandro daba vueltas en la cabeza sobre aquella mujer y que tenía que encontrarla sin demora. Y que los dos estuvieran en la misma página era una señal. ¿Por qué no había visto su perfil antes?

   Nada más llegar a casa, el hombre se puso a buscar a la mujer misteriosa. ¡Por fin!

   Su nombre es Inés. (Muy bonito). Sesenta y ocho años. Viuda. Tiene unos preciosos ojos verdes. Le gusta el rock. Bailar. Cocinar. Leer. Tomar una copa de vino en una agradable compañía. Le encantaría vivir aventuras. Su lema: «La edad no es importante, sino la actitud».      

   ¡Una mujer perfecta! Tenía ganas de conocerla en persona y confirmar la extraña sensación que tuvo al verla en el bar.

   Dicho y hecho. Nuestro caballero le escribió un mensaje con la esperanza que lo lea pronto y acepte la invitación:

  

    «Estimada Señora.

   Para mí sería un enorme placer poder conocerla en persona. Ya no somos jovencitos para perder el tiempo en un chat. Me quedo a su disposición para que elija la hora, el día y el lugar. Espero su respuesta.

   Un cariñoso saludo, Alejandro Álvarez Fernández» …




                                                                                           13/12/2023, Gijón

(Continúa en «Las citas de la abuela»)

22 de noviembre de 2023

Los novios errantes

 

   Mientras en muchos países los niños disfrazados recorren las calles en busca de caramelos y diversión, en la pequeña ciudad de Río Blanco no se ve ni un alma. No hay festejos, no hay risas, no hay disfraces. Con los últimos rayos de sol, toda la población queda encerrada en sus casas. Ni los perros rondan por las desiertas calles.

   ¿Cuál es la razón de este miedo? Te lo voy a contar, querido lector.

   En 1875 la ciudad de Río Blanco rebozaba de vida y prosperidad. Los tratantes de ganado se reunían en grandes ferias. Los vendedores de todo tipo de cosas y remedios pululaban entre los puestos. El dinero y oro corría de unas manos a otras y alcohol, para animar aquello, no podía faltar. Los jornaleros y vaqueros montaban las broncas y se mataban entre ellos. Las matronas y jóvenes casaderas iban de compras o a la misa. Las mujeres alegres paseaban los cancanes de sus escotados vestidos por las polvorientas calles, en busca de clientes. La vida típica de una población del Nuevo Mundo.

   Pues esta ciudad también tenía a un alcalde. Un hombre cincuentón, corpulento, con ropa de calidad, reloj de oro en su cadena y lustrosas botas. No era guapo, ni mucho menos. Los pequeños ojos de pez bajo unas hirsutas cejas miraban al mundo con desprecio. Su nariz rota contaba que no era ajeno a una buena pelea. El sombrero de ala ancha cubría su enorme cabeza. Don Pedro, así se llamaba, era un hombre de negocios y el dueño de más de la mitad de la ciudad y de las tierras alrededor. Hacía y deshacía a su antojo. Casi todos le debían el dinero o algún favor. Él era la Orden y la Ley. El mismísimo alguacil estaba a su servicio.

   Don Ernesto Valle, era el panadero local. Una noche, no se sabe por qué, su negocio se quemó. La “generosidad” del alcalde le permitió no quedar en la calle con su familia y con un préstamo pudo abrir la nueva panadería. Hace diez años de aquello. De hecho, la mujer de Ernesto, Mercedes, le decía que jamás estarían libres de don Pedro, ya que la deuda apenas menguaba. 

   Marina, la hija del panadero, era una preciosa muchacha de diecinueve años. La harina se transformaba en sus delicadas manos en esponjosos buñuelos, crujientes galletas, ricas empanadas y todo tipo de pasteles. Por esto la panadería tenía mucha fama en los alrededores. Así es como se conocieron ella y el guapo Roberto que vino acompañando a su madre. El muchacho se quedó prendado de Marina y empezó a pasar cada día con cualquier excusa. Los amigos ya le tomaban el pelo diciendo que se iba a poner como un tonel si seguía comiendo tanta dulcería. Y a Marina le encantaba.  Guardaba para su Roberto los trozos más ricos y hasta le hacía pastelitos. Así nuestros tortolitos se enamoraban más y más, hasta que un día fueron juntos a las fiestas del pueblo.

   La muchacha se puso su mejor vestido y estaba especialmente guapa: el amor que sentía le iluminaba la cara y sus ojos de color de espliego brillaban como nunca. Bailó con Roberto, abrazada a él, delante de todos. A sus padres le parecía un buen partido. Y a la viuda, la madre del muchacho, también. Sonaban las campanas de boda… Ahí es cuando don Pedro se fijó en ella. Y la quiso para él.

   La mañana siguiente mandó a llamar al panadero.

   —Don Pedro, buenos días.

   —Ay, don Ernesto. ¡Cuánto tiempo! Pase, pase, siéntese. ¿Café, té, ron? Tengo uno muy bueno que me enviaron desde Cuba. Sí, para lo que tenemos que hablar, el ron es lo mejor—.  Después de servir dos copas con el chinchín incluido, el alcalde fue directamente al grano: —Sabe, don Ernesto, que soy viudo y mi hijo está más tonto que Abundio. Quiero casarme y tener un heredero como Dios manda. Y claro, la chica tiene que ser joven y de buena sangre. El dinero no me importa. Ya tengo más que suficiente. Ayer he visto a tu hija. Una moza muy guapa. Digna de llevar los vestidos de París y joyas caras. Quiero tenerla como esposa y la madre de mis hijos. No, no, no… Todavía no diga nada. Sé que tenemos asuntos pendientes y los quiero resolver. No voy a cobrar los intereses ni el préstamo a mis consuegros. Su familia no me debe nada. Aquí está el documento para firmar. —El panadero, con la cara del mismo color que papel, se puso a temblar—. Pues brindemos y demos la mano.

   —Pe…, pe…, pero, don Pedro. Me…, me halaga mucho. Pero mi hija ya tiene novio. Parece que ella está enamorada de un chico, Roberto se llama.

   —Sí, la vi bailar con un muerto de hambre.

   —Es un buen muchacho y muy trabajador. Y se quieren.

   —¿Te niegas ser mi familia? ¿Te niegas la felicidad de tu hija? ¡¡Serás desagradecido!! ¿Sabes que puedo quedarme con tu panadería y con tu hija igual? ¿Sabes que puedo echar a la calle a ti, a tu mujer y a los mocosos que tenéis y, aun así, quedarme con tu hija? Fuera de mi vista, desgraciado. Te doy tiempo hasta la noche. Ven aquí con tu mujer. Hablaremos sobre los preparativos de boda.

   Nada más salir don Ernesto, el alcalde llamó al alguacil y le ordenó que vigilen la panadería y a su futura esposa.

   La proposición de don Pedro ha caído como el jarro de agua fría en el hogar de los Valle. La amenaza de dejar a toda la familia sin nada y el casamiento forzoso de la hija mayor llenó la casa de gritos, lloros y tristeza. Marina rogaba a Dios que todo fuera un sueño. Amaba a Roberto con todo el alma y deseaba casarse con él y no con un viejo maligno. Se sentía rota por dentro. Pero sus padres y hermanos dependían de ella. No podía dejar que se queden en la calle. El hermanito más pequeño solo tenía tres años. Mamá lloraba sin parar. Su padre, con los hombros hundidos, se veía superado por los hechos. Juan, su hermano, dijo que iba a matar al alcalde. Marina era una estatua entre aquel caos de sentimientos. Por más que le duela, debía aceptar la proposición. Ella no importaba. ¡Por Dios! Roberto. Tenía que hablar con él y explicarle que no podrán estar juntos nunca más.

   —Papá, mamá, acepto. No os preocupéis por mí. Estaré bien. —Les abrazó fuertemente, ahogándose en sus propias lágrimas—. Papá, lee bien el documento antes de firmarlo. Soy feliz ya que la deuda estará soldada.

   Cuando sus padres se fueron a la mansión de don Pedro, Marina se escabulló por la puerta del patio para contar las nuevas a Roberto. No le iba a gustar. Pero poco podían hacer al respecto. La siguieron tres sombras.

   —¡¡No!! ¡No lo acepto! ¿Por qué me dices esto, Marina? Te amo. Eres mi vida. Ayer aceptaste casarte conmigo. ¿Por qué este cambio?… No lo entiendo. ¿Acaso hice algo malo? ¿Ya no me quieres? Dímelo en la cara, Marina. ¡Mírame a los ojos y dime que ya no me quieres!

   —No te quiero, Roberto. Voy a casarme con el alcalde. Es un hombre de verdad y me dará una buena vida. Tú eres bueno, pero sin un centavo. Adiós, Roberto. Y procura no pasar ni por mi casa ni por la dulcería. No me agrada verte. —Después de decir estas horribles palabras al amor de su vida y dirigirle la mirada llena de altanería y desprecio, Marina obligó a mover sus pies para salir del granero, testigo mudo de sus encuentros en los últimos cinco meses. La siguió una sombra.

   Al llegar a casa, la muchacha tropezó de bruces con don Pedro que estaba fumando en la veranda. Con la mirada lasciva la repasó de arriba abajo y escupió el puro.

   —Si piensas que voy a aguantar tus líos y la falta de respeto, estás equivocada, querida. Si quieres que este muerto de hambre viva, olvídate de él. —La agarró y la besó con fuerza. Marina lo mordió y él la abofeteó—. Cuidado, pequeña zorra. No voy a permitir que me desafíes. Solo con una orden, dejo a toda tu familia sin nada. Grábatelo en esa bonita cabeza. La boda será de hoy en tres días.

   Como en un sueño, Marina se dejó llevar por los preparativos de las nupcias. Le preguntaban algo, ella asentía con la cabeza; bebía cuando le daban de beber; comía alguna cosa. Iba de un lado a otro. Probaba vestidos, joyas. No veía a su padre. Tampoco a mamá. Se suponía que la madre de la novia estaría presente en todo momento, pero a la doña Mercedes estaba prohibida la entrada en la mansión del alcalde. Cada vez que cerraba los ojos, Marina veía a Roberto que la miraba con la incredulidad y el tremendo dolor de un corazón roto. La muchacha repugnaba a sí misma.

   Llegó el día. En la engalanada y llena de flores iglesia no cabía ni un alfiler. Todo el pueblo estaba celebrando la boda del alcalde y su joven novia. Don Ernesto entregó a su hija con lágrimas en los ojos.

   —Perdóname, hijita.

   —Te quiero, papá. Estaré bien.

   Cuando don Pedro le puso el anillo de oro, ella sintió las esposas y las cadenas en sus manos. «Ya nada será igual…  Nunca seré libre…  Pobre Roberto… ¿Dónde estás, mi amor?»

   En pleno apogeo del banquete, el alcalde se levantó:

   —Queridos parroquianos, les agradezco su presencia en mi boda. Soy feliz por tener una bella esposa y para demostrar mi amor por ella le hago un regalo especial. Está fuera, en la plaza. Salid todos. Ven, Marina. Seguro que te quedarás sin palabras—. La agarro fuerte por el brazo y la sacó de la mesa.

   Fuera anochecía. Todavía los últimos reflejos de sol iluminaban la ciudad. Una suave brisa otoñal jugaba con las hojas coloridas de los árboles. Los invitados y la gente del pueblo se apartaban para dejar pasar a la pareja de recién casados. Un silencio forzado y las miradas furtivas decían que algo raro, algo malo, estaba sucediendo. Marina sintió un escalofrío. 

    Cuando el muro humano se acabó y llegaron el centro de la plaza, vieron cuerpo de un hombre tirado entre barro y excrementos de caballos. Parecía estar muerto. Marina no entendía nada. ¿Un regalo especial? Se acercó un poco más al pobre infeliz. Su cara, llena de golpes, estaba irreconocible. Apenas respiraba. ¡¡¡Dios!!! Era Roberto. Su amado y añorado Roberto. Se tiró para auxiliarlo. Lo cogió en sus brazos y gritó. Gritó con tanta fuerza que los presentes han sentido su dolor.

   —¿¿¡Por qué!?? ¡¡Roberto, mi amor!! ¿Qué te han hecho estos desgraciados? ¡Que alguien me ayude! ¡Doctor Pérez, por favor, ayúdeme! ¿Por qué se va? —Marina se giró hacia el alcalde—. Fuiste tú, desgraciado. No te era suficiente conmigo y tuviste que mandar que lo maten.  Maldito…

   Don Pedro gozaba con aquella escena. Nada le complacía más que ver a la gente destruida, arrodillada y sucumbida a su poder.

   La muchacha abrazaba a su amante y lo mecía como a un bebé. Pedía ayuda. Suplicaba. La madre de Roberto intentó pegar al demonio que hizo aquello con su único hijo. Un golpe fuerte con la culata de pistola, la dejo tirada al lado del moribundo. Decenas de vecinos solo observaban. Callados.

   El río de lágrimas de Marina lavó la cara del muchacho. Por un momento él abrió los ojos y la reconoció. Con una sonrisa en su boca rota se dejó ir…

   —¡¡¡Noooo!!!… ¡¡¡Noooo!!!… ¡¡¡No me dejes!!!… ¡Llévame contigo, mi amor! —Sus gemidos llenos de dolor retumbaron en los corazones cobardes de los presentes.

   El alcalde, cansado de tanto alboroto, agarró a su joven esposa. Ya era suficiente de tanto espectáculo. Marina se revolvió y le escupió la cara y le clavó las uñas. El hombre no lo esperaba y la soltó. Ella recogió su vestido y echo a correr hasta la iglesia. Sabía dónde estaba la escalera del campanario. La subió volando. Oía que la seguían, pero no le importó.

   Cuando llego arriba de la torre, vio a sus padres que lloraban y gritaban desconsolados, y a decenas de ojos mirando arriba. Los cuerpos de Roberto y de su madre seguían ahí. Y antes de arrojarse al vacío gritó una maldición:

   —¡Malditos seáis todos vosotros y vuestra sangre! ¡Jamás saldréis de aquí, ni vuestros hijos, ni vuestros nietos! Todos seréis los invitados eternos en nuestra boda.

   Al año siguiente, treinta y uno de octubre, cuando el último rayo de sol se había apagado, en la plaza de Río Blanco, apareció una pareja de novios. Eran Marina y Roberto. Ella, bella y con su blanco vestido manchado de sangre. Y él, con la cara destrozada y ropa hecha jirones. Caminaban, cogidos de la mano y a cada persona que encontraban por la calle, la invitaba a su boda. Los vecinos huían despavoridos y al día siguiente no despertaban. Y así, año tras año, habitantes de Río Blanco y viajeros, engrosaban las filas de los invitados. En diez otoños, ya era una multitud de los no vivos que inundaba las calles, bailando y festejando las nupcias eternas de la hija del panadero y del hijo de la viuda.

   La gente aterrorizada intentaba huir de la ciudad. Pero llegaba solo hasta la última finca. Es como si una fuerza invisible les estropeaba las carretas, rompía las piernas o volvía locos a los caballos; dejaba los coches muertos y ocasionaba un tremendo malestar en las personas. El visitante que se quedaba en Río Blanco más de tres días no volvía a salir.

   Ni brujos, ni exorcistas, ni especialistas en lo paranormal, ni científicos podían dar una explicación razonable a aquello. Intentaron poner la sal en las tumbas de los desdichados novios; hacer misas en su memoria.  Nada de nada. La fuerza de aquella maldición había sido tan fuerte como el amor más puro.

 

   Ahora, querido lector, te tengo que dejar. Mira la hora qué es y todavía me faltan ventanas por cerrar y puertas por trancar. No tengo ninguna gana de bailar eternamente en la boda de los novios errantes.





                                                                                                     22/11/2023, Gijón

31 de octubre de 2023

Buscándote

 

Gota a gota el agua del cielo.
Limpia de polvo y de la suciedad
Las casas, los árboles y las aceras
De nuestra pequeña ciudad.
 
Paso a paso recorro sus calles,
Intentando buscar el lugar,
Donde la vi por la vez primera
Y donde la hice soñar.
 
Beso a beso caímos en pecado,
Sumergidos en noches de pasión.
Ella fue para mí lo más preciado
Y le pedí firmar nuestra unión.
 
Después me fui y me fui muy lejos,
Dejando mi amor y mi hogar,
Para plantar la cara al enemigo
Y por mi tierra mi sangre derramar.
 
Luché y luché en el frente,
Soñando con ella regresar.
Rogué a Dios que no me maten,
Que me deje volverla a besar.
 
Sigo y sigo camino a casa
Ahí está ella, esperando por mí.
Pero las oscuras ventanas cerradas
Me dijeron que ya no está aquí.
 
Hola y hola, mi amor. Ya he vuelto.
El crujir de la puerta al abrir,
El olor a cerrado y el silencio
Me dio de lleno hasta morir.
 
Rezo y rezo buscando ayuda,
Necesito saber qué pasó.
Me ahogo en tristeza y duda,
Sin creer que ella me olvidó.
 
Giro y giro, buscando su huella
Camino sin rumbo y con pesar,
Recordando a la muchacha bella,
La más hermosa de aquel lugar.





                                                           31/10/2023, Gijón

      

25 de septiembre de 2023

El secreto de mi madre


   Como en un sueño entré por la puerta de mi casa. Sabía que tenía que buscar algo. Ah, sí. La ropa. Un vestido, creo. De mi madre. Contemplarla con aquella tela blanca era como verla desnuda. Y ella siempre ha sido muy coqueta.
   En su habitación todo seguía igual: la cama cubierta con un edredón de flores y un libro abierto; en la mesita, un jarrón con tres gerberas rojas; sus zapatillas en la alfombrilla de la cama y tropecientos marcos de fotos en la cómoda.
   Abrí el armario. El olor de su perfume me llenó los pulmones de recuerdos. Toqué su vestido verde con flores bancas diminutas, uno de sus preferidos: lo llevaba puesto cuando cenó por última vez con mi padre. Hace unos once años de aquello. Una americana de mi papá, también guardada para recordar. La gente mayor tiene unas fijaciones que no comprendemos. ¿Pero quién sabe qué tocará a nosotros? Prenda por prenda vi los últimos años de la vida de mi madre. Todo de colores alegres. Ella odiaba el negro.
   Por fin, debajo de una gabardina, encontré lo que buscaba: el vestido azul con lunares blancos. Al sacarlo, al suelo cayó un sobre amarillento. Qué raro. Dentro había una fotografía de una pareja joven: mi mamá y un hombre que no era mi padre. Los dos abrazados y sonriendo con las caras llenas de felicidad. Salí con estupor de mi abotargamiento. ¿Quién era él? ¿No se supone que mis padres se conocieron desde muy jovencitos y eran novios de toda la vida?
   Detrás de la foto con las letras apenas inteligibles estaba escrito: «14 de abril, 1974, Moscú. Olga y Víctor, amor para siempre».
   No entendía nada. Yo nací el veinte de septiembre. ¿Qué hacía mi madre en Moscú unos meses antes? En la foto ya estaría embarazada de mí. Aquello era un error, pero ahora no era el momento de indagar, después del funeral preguntaré a mi tía. Ella sabrá algo, seguro.
   Decenas de caras, algunas desconocidas, estuvieron dándome el pésame. Los de la funeraria y del seguro trajeron un montón de papeles para firmar. Y yo, como en un túnel, solo esperando que llegue el fin de aquello. Deseaba estar a solas con mi mamá para despedirme y disculparme por no pasar mucho tiempo con ella.
   Al día siguiente, iglesia, el cura, el organista y más firmas y pagos. Hay una parte de este proceso que es fría y burocrática, pero inevitable. El sonido de la losa de mármol, cerrando la tumba, dio por finalizada una etapa de mi vida. Adiós, mamá.
   Mi tía me llamó varias veces para ver que tal estaba y si quería tomar un café con ella. Mi madre era su hermana y la pobre lo pasaba fatal. Pero yo necesitaba algo de tiempo para averiguar quién era el tal Víctor. 
   Aproveché los dos días siguientes para registrar todos los papeles de mis padres. Miré en el trastero, la despensa, lo revolví todo. Abrí libro por libro de la enorme biblioteca. Pero sin resultado. Con la foto en la mano llamé a mi tía y avisé que iba a verla.
   —¿Cómo estás, hijo? Pasa. Llevo todos estos días sin pegar el ojo. Dios mío, qué desgracia. Tu madre era más joven que yo y se fue antes. No es normal. Mi querida hermanita —. Sus sollozos me han hecho llorar también.
   —Ya. La vida es así de injusta. Tía, quiero que me cuentes cómo eran mis padres antes de que yo naciera. Encontré esta foto. Mira lo que pone detrás…
     La cara de la mujer mayor se puso pálida.
  —¿De verdad lo quieres saber, hijo? Ya todos están muertos y hay que dejarlos en paz.
  — Por favor, tía. Las fechas no me cuadran. Según esta foto, mi madre ya estaba embarazada de mí. Yo nací en septiembre de ese mismo año. ¿Quién es este hombre? ¿Y mi padre, que pasa con él? Necesito saberlo.
   —Sergey, que en paz descanse, era un buen hombre y tú sabes mejor que nadie, que también era un padre maravilloso. Hizo todo por ti y por tu madre; que los dos seáis felices y con la vida arreglada. Déjalo estar.
   —No puedo, tía. Por favor, cuéntame. Estoy tan confundido con todo y siento que vivía rodeado de mentira.
   —No seas tan injusto con ellos.
   La mujer abrió la puerta del mueble bar y sacó una botella de whisky y dos vasos.
   — Creo que lo vamos a necesitar. Bueno, por donde empiezo… En noviembre de 1973 tu madre se fue a Moscú para un curso. En aquella época tu padre y ella se distanciaron por los estudios. Él se marchó a Polonia por un intercambio el año anterior. Así que se dieron tiempo para dedicarse a sus carreras. Ahí ella conoció a ese chico, Víctor.  Ella misma me confesó que «era el amor de su vida». Así eran sus palabras. No me quería escuchar ni a mí, ni a nuestra madre. Papá, tu abuelo, dijo que la dejemos en paz y que ella ya era mayorcita para saber lo que quería. Él era un periodista. De esos que buscan «cinco pies al gato». Lo que ella no nos contó que Víctor estaba investigando sobre un asesino y violador. Ni la policía, ni sus jefes le creían. Lo tenían por un loco. Víctor estaba obsesionado con la idea que era el mismo asesino que mató y violó a nueve mujeres. Aquellos eran tiempos difíciles y nadie quería pensar que podía existir alguien así. A finales de mayo, él fue a las afueras de Moscú en busca la información sobre un crimen más reciente. Y nunca volvió. Jamás se supo de él. Tu madre estaba desesperada. Tocó en todas las puertas para que lo busquen. Pero las autoridades se rieron en su cara —. Su tía se mojó los labios en el whisky y siguió con el relato —. Al asesino lo detuvieron un par de años después. Había matado y violado a más de treinta mujeres. Víctor tenía razón. Pero nadie lo reconoció. Quedó completamente olvidado. Tú naciste en Moscú. Tu abuelo fue hasta allí a buscarlos. Ahí estabais solos, ya que Víctor era huérfano. Tu padre, Sergey, cuando se enteró de todo, pidió a tu madre en matrimonio. Nunca la dejó de querer. Mi hermana, cabezota ella, lo rechazó por dos veces. Pero tú necesitabas a un padre y él te quiso nada más verte. Y cuando lo llamaste «papá», mi hermana aceptó. Han tenido una buena vida. Muy buena. Aunque la vi alguna vez con esta foto en la mano y la mirada ausente, llena de nostalgia.
   Después de oír toda la historia he podido completar la mía. Por fin comprendí esa parte obsesiva e indagadora de mi carácter que desconfiaba y buscaba la verdad por encima de todo. También, por qué yo no soportaba la injusticia y ponía todas mis fuerzas en la búsqueda y detención de un violador o un asesino. En toda mi familia yo era el primer agente de policía.

 



                                                                                                21/09/2023, Gijón

Los votos

Mi casa está entre tus brazos

bajo el cielo, lleno de promesas,

con un jardín donde crece el Amor

y donde nos besamos tantas veces.


El pozo para mitigar mi sed

lo llenaste con tus manos de amante

y plantaste un árbol de la vida

que crece con la fuerza incesante.


Me curaste todas las heridas,

me ofreciste tu mano para seguir

con cada paso firme, adelante,

sin miedo de lo que pueda ocurrir.


No importa lo que la vida nos depare

en este largo viaje hasta el fin,

solo deseo que tú me acompañes

contigo todo lo quiero vivir.




                                                                              25/09/2023, Gijón