En la noche
Hombre de negro
Es noche cerrada.
Silencio. No se ve ni un alma. El viejo barrio está sumido en un sueño
intranquilo. En alguna parte de la negrura empieza a oírse el eco de unos pasos
que poco a poco resuenan en toda la calle, pobremente iluminada.
Las paredes oscuras
de los edificios acechan al transeúnte. Las ventanas, cerradas a cal y canto,
son incapaces de proteger a sus habitantes de frío y humedad. Las sucias farolas
apenas dan luz para reunir enjambres de insectos. La atmósfera execrable llena
cada recoveco. Parece que el mismo mal está al asecho de algún incauto.
Al acercarse los
pasos, un gato callejero, muy cenceño, queda atónito en medio de la calle. Él
conoce el comportamiento insidioso y atrabiliario de los humanos y se mete en el
primer agujero que ve. Por ahora, estará a salvo. Los pasos continúan su
camino.
De repente unas
risas y el jolgorio rompen el tenso silencio cuando una taberna escupe a un
borracho. El tipo profiriendo obscenidades y con ganas de una buena trifulca
grita algo al transeúnte. Este se le acerca. Con un movimiento rápido un puñal
atraviesa las ropas andrajosas y el borracho cae con la mirada perpleja,
balbuceando un galimatías. El asesino limpia la daga con un pañuelo níveo y
prosigue su camino.
Más adelante, en una
pequeña plaza, un par de prostitutas se acercan a una farola para contar los
míseros peniques. Con este frío hay pocos clientes. Apenas les llegará para
pagar el cuartucho de mala muerte. Y para comer habrá que seguir trabajando. La
noche es larga. Igual les cae algún ricachón generoso.
La figura oscura con
pasos firmes se dirige hasta ahí. No lo esperan. Ellas, tan denostadas por los
demás, son una presa fácil. Nadie las echará en falta. No son nada, pero sus
corazones frescos serán perfectos para que el experimento siga adelante. El
Maestro estará complacido y le permitirá verla, aunque un minuto.
La daga brilla en la
noche…