El viaje
Aquel era un lugar inhóspito…
Las ramas enmarañadas de los escasos árboles apenas daban sombra. Los huesos de animales estaban soleándose, adquiriendo color de la sal. Un sutil aroma a muerte se olía a cada paso que daba.
Cuando emprendió su viaje, se sentía impávido ante el arduo camino hacia Damasco. Ni la promesa de cien cabezas del ganado podría cambiar su deseo de oír a Pablo hablar sobre el nuevo Dios, crucificado después de sufrir la impostura y la ignominia de los poderosos; que arrastró una cruz entre la muchedumbre abigarrada, sufriendo la tortura y todo tipo de improperios. Necesitaba inquirir mucho más sobre aquello, ya que se sentía perplejo ante algo llamado “la resurrección”.
Aunque no estaba versado en ello, empezó a rezar a este Dios. A principio su oración era superflua de un neófito. Pero con cada aliento, con cada paso, su fe crecía y supo que iba a encontrar el camino correcto para salir de este desierto…