10 de octubre de 2025

Doña Paca

 

Doña Paca

 

 

«Meigas.

Haberlas, haylas».

Un dicho gallego

  

Tanto si querías enterarte de algo o asistir al entierro de alguien; comprar un kilo de azúcar o un puñado de clavos; tomar una pinta de vino o un café de la manga, la bodega Camiño Verde era el lugar apropiado.
          Desde hacía mucho, de hecho, nadie lo recuerda, lo regentaba doña Paca: una mujer de una edad indeterminable. De niños la recordábamos de la misma manera: un delantal floreado impecable, el pelo canoso en un moño muy estirado y los ojos verdes detrás de las gafas, mirando muy dentro de ti. Yo acabo de cumplir los cincuenta y doña Paca está igual. Es como si el tiempo no pasara por ella.
          En Camiño Verde, aparte de lo expuesto arriba, se daba la comida. El mismo menú: el conejo guisado con patatas fritas, bollos rellenos de carne… de conejo y la empanada… Adivinen. Sí. De conejo también. Para la tranquilidad de espíritu de los parroquianos, doña Paca no los hacía a la vez. Y, menos mal. Sin embargo, de postre no había nada, ya que a la doña no le iban los dulces.  Tampoco le iba la gente faltosa y maltratadora de mujeres, niños y hasta animales.
         Cuando tenía delante a un energúmeno así, lo miraba fijamente y sus ojos verdes oscurecían y sus labios pronunciaban unas palabras. Lo he visto en persona. Soy muy observadora, ¿sabe? Y al día siguiente, doña Paca colgaba el menú con algún plato de conejo. ¡Qué cosas! Imagino que, la pobre, se desquitaba de su mal humor cocinando. Pero su fijación por la carne de conejo era del todo inexplicable.
          Pasaban los años, los chiquillos crecíamos; la gente se moría y se celebraban los bautizos; los alcaldes cambiaban de color y en Camiño Verde el tiempo permanecía parado. En otros locales de la comarca ya tenían las televisiones en color, juegos de mesa para la chavalería, hasta las máquinas de esas… ¡Tragaperras! Pero la doña Paca se resistía a lo moderno y solo cobraba en dinero contante y sonante. Por aquella época ya empezaban a aparecer los inspectores. De trabajo, de sanidad, de hacienda… Mira, igual como usted. Algunos muy educados y respetuosos, otros, todo lo contrario… Uff, parecía que habían sido engendrados por el mismísimo Belcebú. Le querían poner multas por todo. Pobre doña Paca… Nunca tuvo los ojos tan oscuros, casi negros. Y nunca comimos tantos platos de conejo. Hasta lo ponía de pincho. Ah, pero con una nueva receta, por la recomendación mía, el conejo escabechado. ¡Qué delicia!
          Perdóneme usted, señor inspector, le solté un rollo tremendo. Veo que esta carta de la Hacienda viene a nombre de la doña Paca. Cuánto lo siento. Pero no está. Se ha jubilado y me ha dejado el negocio. ¿Quién soy? No, no soy su hija. ¿Qué dice? ¿De veras le parezco mucho? Gracias por el cumplido. Soy doña Pácata. A su servicio. ¿Un café? ¿Un vinito? ¿No? Pues, vale. ¿El libro de cuentas? De eso no tenemos, señor… No le acepto esas faltas de respeto. No, señor. Aunque, si insiste. Déjeme verlo un poco de cerca. Su cara me suena muchísimo…
 

“Coello serás, coello quedarás,
ata que o vento leve o mal que fixeches.”
 
Conejo serás, conejo quedarás,
hasta que el viento se lleve el mal que hiciste.
 

          De nuevo tendré que tirar de YouTube para más recetas de conejo. Y mira que me hubiera gustado cocinar algo diferente. Pero lo que Dios ha repartido, el hombre no lo ha de cambiar.
 


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