16 de agosto de 2023

En el bosque

 En el bosque






  El bosque oscuro devolvió el eco de los gritos.
  El fuego ya había consumido casi toda la casa, donde fueron felices los últimos cinco años. Ahora, en su interior, se quemaban su padre y su madrastra…
  Desde la muerte de su mamá, Hansel y Gretel vivían en un calvario. Su padre había empezado a beber y consumir drogas. Lo despidieron y en todo culpó a sus hijos.
  Un día trajo a una mujer. Y ella se quedó. Era fea y mala. No cocinaba, fumaba mucho y bebía. Los niños no le importaban. Una noche Gretel sin querer tiró una cerveza y la mujer la abofeteó. El padre se rio cuando la pequeña nariz de su hija explotó con sangre.
 A partir de ahí empezó todo: golpes, castigos, falta de comida y abusos. Ya no iban al colegio. Hansel, de solo diez años, sufría por no poder proteger a su hermanita. Tenían que escapar de ahí.
 Una noche, cuando los monstruos se han ido a emborracharse, los niños recogieron sus escasas pertenencias y huyeron.
  Estuvieron deambulando por el inmenso bosque varios días. Hasta que una mañana, en un claro, vieron una casita, salida de los libros de los cuentos que les leía mamá. Les abrió la puerta una viejita y sin preguntar nada, les dejó a vivir con ella…
  Hoy, en la fiesta de Calabaza, los tres estaban en su puesto de tartas y mermeladas. Hubo mucha gente. La venta se dio muy bien y los niños pidieron a la abuela el permiso para ir con unos amigos a la noria. No tardarían mucho.
  Estaban felices y contentos. Apenas recordaban su otra vida. Al bajar de la atracción fueron a por unos refrescos.
  —¡Peggy, mira a quién tenemos aquí! —la voz carrasposa de su padre les dejó helados. Aquella horrible mujer iba con él.
   Hansel lo empujó y echó a correr arrastrando con él a su hermana.
   —¡Abuela, nuestro padre está aquí! ¡Tenemos que irnos ya!
  Han recogido el puesto lo más rápido que han podido. Al llegar a la casa, aparcaron la furgoneta en la parte de atrás y empezaron a hacer las maletas.
   La luz de unos faros entró por la ventana del salón. Era un coche que no conocían. Al ver quién se bajaba de él, los niños se pusieron a temblar.
   La abuela les mandó salir por detrás y esconderse en el bosque. Pasara lo que pasara, no tenían que volver, y que la esperaran donde el roble viejo. Ella iría a buscarlos. Les dio un fuerte abrazo a cada uno y se fue a recibir a la visita indeseada.
   —Hola, señora —dijo el hombre —. Nos han dicho que aquí vive un chico de unos quince años llamado Hans y una niña de diez, Gretel. ¿Es así? Somos sus padres y los llevamos buscando muchos años. Estamos desesperados. Queremos que vuelvan a casa. ¿Podemos pasar? —Empujó a la abuela y entraron.— Niños, papá y mamá están aquí. Les hemos echado de menos. Venid con nosotros.
  —Vieja, —dijo la mujer— ¿dónde están nuestros hijos? ¿Dónde los escondes?
  —¿Hijos? Ah, claro, los niños. Salieron a dar una vuelta. Volverán enseguida. ¿Les apetece tomar algo mientras esperan? ¿Té? ¿Café? ¿Refresco?
   Repantigados en el viejo sofá, los intrusos dieron una buena cuenta del té helado con pasteles de calabaza. Con cada minuto que pasaba, se sentían más y más relajados. Ellos no tenían por qué saber que estaban en la casa de una bruja, que amorosamente acogió a los hermanos y los crio y cuidó como si fueran sus propios nietos. No tenían por qué saber que el té contenía un fuerte somnífero. Y tampoco sospechaban que jamás saldrían vivos de aquella casa, que sería su tumba…




14/08/2023, Gijón


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