La Ciudad Blanca
Sobrecogidos por tan
hermoso paisaje, los peregrinos no fueron capaces de dar un paso más y quedaron
clavados en el promontorio para disfrutar de las vistas en su completa
magnitud.
La Ciudad Blanca con toda su majestuosidad y
opulencia se abría el camino entre las nubes.
Del color níveo y con las cúpulas doradas,
sus palacios y catedrales se alzaban al infinito, retando a los mismísimos cielos.
Los rayos áureos de sol se reflejaban en todos los edificios, sin dejar un
rincón para las sombras. El brillo iridiscente de gemas incrustadas por doquier
creaba un arcoíris que enmarcaba la ciudad entera. Una escalinata, bellamente
tallada en la roca blanca, daba la bienvenida a los visitantes.
De repente, el tañido cristalino de campanas
rompió el silencio vespertino. Y el perfecto canto de muchas voces se elevó al
cielo azul. Toda la ciudad empezó a entonar las alabanzas a la Diosa Tea.
Los peregrinos tenían la sensación de poder
alcanzar la metrópoli con las manos, pero todavía les faltaba bajar con
muchísimo cuidado los cientos de peldaños de la escalera de la Muerte y cruzar
el campo de cadáveres y huesos blanqueados por el sol de los desafortunados que
se habían despeñado.
Después, pasar por la sinuosa carretera de
piedra resbaladiza, que volaba por encima de las aguas cristalinas, habitadas por
monstruosas criaturas. Los delicados pilares, llenos de intrincadas filigranas,
clavados en el fondo del lago, aguantaban su colosal peso.
Se veía algún que otro animal salvaje, retozando
tranquilamente en las praderas color esmeralda. Las bandadas de pequeñas aves
surcaban los cielos y lo llenaban de colores. Y el aroma embriagador, lleno de
fragancias indescriptibles, lo rodeaba todo…
10/08/2023, Gijón
Simplemente un lugar mágico que me gustaría conocer, bello relato.
ResponderEliminarSaludos.
PATRICIA F.
Hola, Patricia. Muchas gracias por pasar por aquí y leerme Un abrazo.
EliminarY espero que siga oculta por los siglos de los siglos. Al menos para los humanos.
ResponderEliminarOjalá...Saludos.
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