La reunión del banco
—Mira,
Manolo, ¿esa no es la hija de una que era tu vecina? La mujer del
que trabajó contigo en la Factoría.
—Sí, esa es. ¡Cómo pasa el
tiempo!
—¿Pero
la Maruja no ha muerto también? Que Señor la acoja en su seno…
—Noooo.
Esa era Isabel.
—Paco.
¿Cómo se llamaba la mujer aquella? La mujer del camionero que nos
traía el carbón a la fábrica.
—¿Qué
camionero? Ah, el fulano aquel, que un día, al dar la marcha atrás,
aplastó el nuevo Mercedes del consejero de Industria. ¿Ese?
—Sí,
sí. ¡La que se armó! El paisano estuvo preso. ¿No estaba borracho
como una cuba? Su mujer había parido y él lo celebró como dos días
seguidos. ¡Qué tiempos aquellos!
—Pues
murió…
—¿Quién?
—El
consejero. ¿Quién si no?
—No
lo sabía.
—Ni
yo. ¿De qué murió?
—Dicen
que de un infarto. Parece que cuando estaba con la querida, lo vio su
mujer. En un restaurante de esos, de gente pija. Se armó la
marimorena. Volaban las copas y botellas. Vino la Guardia Civil y
todo. Parece que el consejero, la mujer y la querida durmieron en el
calabozo. En la Comandancia. Al día siguiente, el pobre, murió.
Vaya mala suerte que tuvo. No era un mal consejero. No como esos de
ahora. Vienen más verdes que la yerba; sin experiencia, solo saben
mandar.
—Siii.
Ahora todo son esas cosas modernas de los internetes. No quitan los
ojos de los chismes. Parecen los caballos, aquellos con anteojeras.
—Pues
ha vendido el piso y el bajo, me parece. Y por un buen pellizco.
—¿Quién?
—La
viuda del camionero. ¿Juan, sabes cómo se llamaba?
—Maruja.
—Sí,
sí, esa. Pues se marchó del barrio. Ahora vive por el Centro y me
dijo la mujer del pescadero que por las tardes sale a tomar un
chocolate con churros al sitio ese. Uno grande. Al lado de un teatro
de esos famosos. Lo tengo en la punta de la lengua. Bah. Ya me
acordaré.
—¿A
qué estamos hoy?
—Déjame
mirar el teléfono. Buena cosa es esa. Te dice el tiempo, calendario
y hasta las mareas. Qué pena que en nuestros tiempos no los había.
Me lo regaló mi nieto para el cumpleaños. Me dijo que tenía que ser
más moderno. Hoy es veintitrés de agosto. Miércoles. El viernes ya
se puede cobrar la pensión.
—Cada
vez, peor. Ya ni por la ventanilla puedes cobrar.
—Sí.
No nos respetan, a los viejos.
—Habrá
que levantar el ala. Va a ser la una y media. Mi mujer se cabrea si
no vengo a la hora. Dice que soy un egoísta y no valoro su trabajo.
—Yo
voy a por el menú. El mesero me lo tendrá ya preparado. ¿Vienes,
Juan? Hoy tienen fabas pintas con chorizo.
—¡Vaya,
qué pena más grande! Miren esa esquela. ¿Quién será? Es que por el
nombre no me doy cuenta.
—Ni
yo. Con ochenta años. Qué joven.
—Que
sí, sabéis quién es. Es el aquel paisano que…
23/08/2023, Gijón