Los buenos vecinos
Señor Juan
esperó que su nuevo vecino se fuera.
Ahora
podrá subir a la finca y, sin que nadie lo vea, recolocar el palo
que marca la frontera entre sus tierras. En la última tala de
eucaliptos, hace un mes, lo vio en su sitio. O no. No estaba seguro.
Pero la semana pasada, cuando subió al monte, el palo no estaba.
Alguien lo hizo desaparecer. Su hijo le insistía cada poco que
apuntara las coordenadas por el GPS y pusiera algo más permanente,
como un poste de hormigón. Las cosas modernas no iban con él y no
quería gastar el dinero a lo tonto. Una buena rama de madera, con un
trapo, era todo lo que necesitaba. Nadie se atrevería a moverla o
quitarla de su ubicación. La palabra de un paisano y un apretón de
manos le valían más que una firma.
Manolo,
su anterior vecino, murió y sus hijos vendieron la casa y el terreno
del monte a uno que vino de la capital “para buscar la vida
tranquila”. No pintaba nada aquí. Él deseaba aquellos terrenos,
pero los herederos pedían demasiado. Seguro que no querían
venderlos a él. Desgraciados.
La
sospecha que el nuevo quería robarle sus tierras no le dejaba
dormir. Pasaba las noches en vela. Se sentía agobiado y lleno de
ira…
Dejó
su coche entre los árboles para hacer el resto del camino a pie. El
teléfono otra vez. Con esta ya son cuatro llamadas perdidas de su hijo.
Ya le llamará más tarde.
—
Hola, señor Juan.— Es
él, el nuevo.—
Qué raro. No veo la marca entre nuestras fincas. ¿Sabrá usted
algo?
“Mentiroso.
Me miras a la cara y mientes como un bellaco” — pensó —. “Y
ahora, ¿qué narices haces aquí? ¿No ibas al pueblo?”
—
Cuando vine para contrastar los límites con la escritura, había un
palo con algo blanco.
—
Sí. La marca. Siempre estuvo aquí. De toda la vida. Mira por ahí, más abajo. Igual la ves.
El
vecino le dio la espalda y se inclinó para mirar entre los
matorrales. El golpe seco, fuerte, justo debajo de la nuca, lo empujó
ladera abajo…
El
corazón de Juan empezó a palpitar a mil por hora. El martillo
resbaló de sus manos. El sudor frío bajó por su espalda mojando
los calzoncillos. El sonido del teléfono casi le hizo caer para
hacer la compañía al otro.
—
Diga.
—
Hola, papá. Perdona por molestarte, igual estas con tu siesta. Yo
ando muy liado, por esto se me olvidó decirte, que al final he
apuntado las coordenadas del GPS de estos palos que marcan la finca
del monte. Hace una semana subí con un compañero del curro. Y al girar el coche,
rompimos uno que estaba justo en el camino. Pero no te preocupes, el
punto exacto lo tengo apuntado. Este finde paso por ahí y lo
volveremos a colocar. Si tú quieres…
20/06/2023, Gijón
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