Bajo el cerezo
Los pétalos de
las flores de cerezo se posaban en su pelo, su cara, su cuello… Con el
transcurrir de las horas, el vestido blanco de novia ya no era blanco, sino
veteado en rosa. La brisa movía la hierba, un tapiz verde esmeralda, salpicado
por el amarillo de los dientes del león, que enmarcaba su cuerpo. Él no podía apartar
los ojos de aquel magnífico cuadro.
La mañana
había dado paso a la tarde, y precisamente ahora, en el ocaso, el espectáculo
era todavía más impresionante. El sol inclinado bañaba el cuerpo de la mujer en
oro… Él hizo una infinidad de fotos. Recargó la cámara tres veces. Las tarjetas
de memoria, como los más preciados tesoros, estaban ocultas en el bolsillo
interior, pegadas a su sudorosa piel…
«Vete ya,
no seas tan avaricioso. Ya tienes bastante…», se repetía una y otra vez en su
cabeza. Pero quería embeberse con cada célula de su ser, con cada neurona de su
cerebro en aquella belleza sublime. Era su mejor obra de arte. Le llevó casi
toda la vida llegar a este momento. Era su gran oportunidad de dejar un legado
antes de que…
Poco a poco la
oscuridad iba ocultando el paisaje, a los cerezos en flor, a la mujer; a la
mancha de un rojo marrón que ensuciaba la impoluta blancura de su vestido… Y al
puñal clavado en su pecho… El último rayo del sol se reflejó en la hoja de
acero… El asesino, por fin, tuvo su gráfica recompensa…
13/04/2025, Gijón
© La Pluma del Este