El ocaso
Observo el silencioso ocaso del sol y, al asomarme por
la ventana, oigo el susurro cómplice de las montañas. Nota a nota, el canto de
los pájaros llena de melodía el valle. La brisa suave con un sutil aroma a jazmín
juega con los pétalos y algunos se posan en mi mano extendida, haciéndome
cosquillas.
Cierro los ojos, sonrío. Respiro. Me empapo de este momento de paz y de belleza. Abro los ojos. Miro abajo. Veo a mi viejo perro, el amigo de mi infancia, que está retozando en la hierba como un cachorrito. Y más allá, en el linde del bosque, caminan dos personas, cogidas de la mano. Nico se olvida de su cola y corre para saludarlos. Me resultan familiares. Se parecen muchísimo a mis padres. ¡Sí, son ellos! Se ven jóvenes y muy felices. Miran hacia la ventana. Me ven. Me sonríen y me llaman. El perro no para de ladrar y dar vueltas. ¡Qué bobón! Me tengo que ir con ellos... Ahora... Hay tantas cosas que contarles. Casi toda mi vida.
Hecho un último vistazo a la cama. Ahí estoy yo, una anciana de noventa años. Me veo tan tranquila y relajada. Como si estuviera dormida. Salto por la ventana y empiezo a volar, volar y volar…
Cierro los ojos, sonrío. Respiro. Me empapo de este momento de paz y de belleza. Abro los ojos. Miro abajo. Veo a mi viejo perro, el amigo de mi infancia, que está retozando en la hierba como un cachorrito. Y más allá, en el linde del bosque, caminan dos personas, cogidas de la mano. Nico se olvida de su cola y corre para saludarlos. Me resultan familiares. Se parecen muchísimo a mis padres. ¡Sí, son ellos! Se ven jóvenes y muy felices. Miran hacia la ventana. Me ven. Me sonríen y me llaman. El perro no para de ladrar y dar vueltas. ¡Qué bobón! Me tengo que ir con ellos... Ahora... Hay tantas cosas que contarles. Casi toda mi vida.
Hecho un último vistazo a la cama. Ahí estoy yo, una anciana de noventa años. Me veo tan tranquila y relajada. Como si estuviera dormida. Salto por la ventana y empiezo a volar, volar y volar…