El destino
Él
Es
el colmo de lo absurdo.
Él,
que es un hombre acaudalado, que tiene carencia de empatía y fobia a
los pobres, no puede apartar la mirada de aquel niño de la calle,
sucio y famélico.
El
muchacho se muestra cauto cuando el hombre medroso se baja de su
lujoso coche y le ofrece una chocolatina. La pequeña mano con una
tremenda celeridad la hace desaparecer en sus andrajosos ropajes. Su
mirada furtiva muestra mucho miedo y a la vez, la candidez, tan
propia de un niño, acostumbrado a cuidarse de sí mismo.
El
hombre tiene una solución idónea para el chico. Su esposa había
tenido varios abortos y le mentaba cada poco sobre aquello. Así que
echa una plegaria diligente al cielo y acompaña a su futuro hijo al
coche.
Ella
Las
ha vuelto a ver: madre e hija.
Como
cada tarde, iban, cogidas de la mano, hacia el carrusel, rodeado de
familias felices y de niños, esperando su turno. Todo muy bucólico
y perfecto. Sentía tanta envidia, que le costaba hasta respirar.
¿Por qué no ellos? ¿Qué han hecho para merecer el semejante
castigo?
Había
abortado cuatro veces. Con cada pérdida, el sueño de tener hijos se
hacía más efímero. Su marido ya lo había aceptado. Decía que la
amaba por encima de todo. Pero ella entró en depresión y llevaba ya
varias semanas sin salir de casa, convirtiéndose en una mera
espectadora de vidas ajenas.
Vio
el coche de su esposo cruzando el portón. Qué raro, es muy pronto
para que volviera del trabajo. Al abrirle la puerta, este entró con
una enigmática sonrisa. De repente, una cara, pequeña y sucia, se
asomó detrás de su gabardina. Unos enormes ojos marrones, llenos de
inseguridad y vulnerabilidad, la han apresado para siempre.
Un
niño, un hijo. Destino…
Él
Él, que es un hombre acaudalado, que tiene carencia de empatía y fobia a los pobres, no puede apartar la mirada de aquel niño de la calle, sucio y famélico.
El muchacho se muestra cauto cuando el hombre medroso se baja de su lujoso coche y le ofrece una chocolatina. La pequeña mano con una tremenda celeridad la hace desaparecer en sus andrajosos ropajes. Su mirada furtiva muestra mucho miedo y a la vez, la candidez, tan propia de un niño, acostumbrado a cuidarse de sí mismo.
El hombre tiene una solución idónea para el chico. Su esposa había tenido varios abortos y le mentaba cada poco sobre aquello. Así que echa una plegaria diligente al cielo y acompaña a su futuro hijo al coche.
Ella
Como cada tarde, iban, cogidas de la mano, hacia el carrusel, rodeado de familias felices y de niños, esperando su turno. Todo muy bucólico y perfecto. Sentía tanta envidia, que le costaba hasta respirar. ¿Por qué no ellos? ¿Qué han hecho para merecer el semejante castigo?
Había abortado cuatro veces. Con cada pérdida, el sueño de tener hijos se hacía más efímero. Su marido ya lo había aceptado. Decía que la amaba por encima de todo. Pero ella entró en depresión y llevaba ya varias semanas sin salir de casa, convirtiéndose en una mera espectadora de vidas ajenas.
Vio el coche de su esposo cruzando el portón. Qué raro, es muy pronto para que volviera del trabajo. Al abrirle la puerta, este entró con una enigmática sonrisa. De repente, una cara, pequeña y sucia, se asomó detrás de su gabardina. Unos enormes ojos marrones, llenos de inseguridad y vulnerabilidad, la han apresado para siempre.
Un niño, un hijo. Destino…