Los zapatos soñados
Mi
amiga me dio el chivatazo: a la zapatería de su barrio llegarán
los zapatos de tacón de aguja, el sueño de cualquier chica de
diecisiete años. Yo ya trabajaba por entonces y podía permitirme
este gasto. Quedamos
dos horas antes de la apertura. Era todavía de noche, nevaba y hacía
muchísimo frío. En la puerta ya se veía una enorme cola que daba
la vuelta a la manzana. Aun así, nos quedamos para tentar la
suerte. En
aquellos años casi no había cafeterías, así que trajimos los
bocadillos y los termos con el té. Nos turnábamos para ir al baño
y calentar los pies en casa de mi compañera. Pasaban
las horas y la cola apenas se movía. A las que intentaban colarse,
las atacábamos como hienas. ¡Serán sinvergüenzas! Después
de unas siete horas, mi amiga tuvo que irse. Por delante quedaba una
treintena de personas. Yo no me iba a echar atrás. Deseaba esos
zapatos por encima de todo. Las caras de las afortunadas despertaban
en mí una tremenda envidia.
Pronto yo sería una de ellas. Por
fin entré… La
zapatería estaba arrasada. En un estante del fondo quedaba un último
par: negros, acharolados, de tacón alto y fino. Mi sueño… Y de
números diferentes. No me importó. Después de casi diez horas,
eran míos. Con un poco de algodón en la punta, estarán perfectos. Corría
el año mil novecientos ochenta y ocho en Ucrania soviética.